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'El otro' no tuvo quien lo escribiera

Desde el miércoles se reúnen en Medellín destacados periodistas de Iberoamérica, con motivo de la entrega de los Premios Gabriel García Márquez. Evocarán por qué el Nobel nunca pudo tener su propio diario y por qué será siempre un clásico del oficio de informar.

Nelson Fredy Padilla
16 de noviembre de 2013 - 09:00 p. m.
Tomás Eloy Martínez y  Gabriel García Márquez. / Andrés Rozo
Tomás Eloy Martínez y Gabriel García Márquez. / Andrés Rozo

A pesar de ser uno de los políticos argentinos más reconocidos, Rodolfo Héctor Terragno incluye con orgullo en su biografía: “Coautor con Gabriel García Márquez del proyecto El Otro (Colombia, 1982)”. El hoy líder de la Unión Cívica Radical suspenderá las correrías de estos días con miras a las elecciones parlamentarias del 10 de diciembre para venir a Medellín a los eventos del Premio Iberoamericano de Periodismo, creado en homenaje no solo al Nobel de Literatura sino, en especial, al escritor que nunca dejó de ser reportero, así no haya concretado la obsesión de ser dueño de periódico.

Exprecandidato presidencial de Argentina, secretario de Estado de Raúl Alfonsín y jefe del gabinete de ministros de Fernando de la Rúa, contará el miércoles cómo supo de Gabo a finales de los años 60, cuando el colombiano deambulaba por Buenos Aires en busca de una editorial para su desmesurada novela Cien años de soledad.
Se les unió Tomás Eloy Martínez, entonces un periodista al que Tucumán le quedó chiquito y llegó al gran puerto para convertirse en experto en crítica de cine, en jefe de redacción del semanario Primera Plana y director de Panorama. En los cafés y en los teatros bonaerenses, al ritmo de tangos y de lunfardo, intuyeron que de la literatura no se podía vivir y en cambio el periodismo prometía dividendos inmediatos. El abogado Terragno se les adelantó y se convirtió en editor y director de las revistas Cuestionario y Confirmado, justo cuando la primera edición de Cien años de soledad empezó a hacer ruido y a construir el llamado boom de la literatura latinoamericana.


Tanto él como Martínez, contagiados por Gabo, también se sentían capaces de escribir grandes libros que ya les daban vueltas en la cabeza. Es decir, los tres tenían la misma peligrosa disyuntiva de la que tanto habían leído en el Ulises de James Joyce, encarnada en el joven Stephen Dedalus, y en la famosa entrevista de Ernest Hemingway a Paris Review: ¿periodismo o literatura? ¿Se puede cultivar los dos oficios al tiempo o hay que abandonar alguno? Los tres, muy majos y muy soberbios, querían contrariar a los clásicos. Si lo habían hecho Martí, Gutiérrez Nájera y Rubén Darío, ¿por qué ellos no? Los 70 llegaron con el colombiano entre su fama creciente de novelista y la tentación de entregarse a la revista colombiana Alternativa. Con Martínez entre las consecuencias de Sagrado (1969), su primera novela, y La pasión según Trelew, un libro de denuncia periodística sobre una masacre causada por las Fuerzas Armadas que le costaría el exilio durante la dictadura, y con Terragno como editor consagrado, columnista de prensa y recolector de la historia no contada del libertador San Martín, de quien luego escribiría dos libros.


Versión Terragno

Las ganas, el talento y la disciplina de estos tres chiflados se iba a juntar de nuevo en 1982, por obra y gracia de las llamadas furtivas del ganador del Nobel de Literatura. Apenas recibió el premio en efectivo, llamó a sus dos compinches y los convocó para hacer realidad de una vez por todas ese jodido periódico al que iba a bautizar El Otro. Terragno dijo en 1998 al suplemento Radar, de Página12: “me llamó a Inglaterra —donde además de editor, era investigador del London School of Economics y del Instituto de Estudios Latinoamericanos— para decirme que quería hacer un diario con ese dinero”.
Pasó un año de telefonazos, cartas y reuniones —de las “inmensas charlas con Gabo” contará Terragno en Medellín—. Por ejemplo, en una cena en París le contó que el nombre de El Otro era un homenaje a Borges. “Me pidió que fuese a Bogotá a dirigirlo, pero yo me volvía a la Argentina para hacer política. Me dijo: ‘Tú nunca vas a hacer política; eso lo decimos para engañarnos a nosotros mismos’”.

Alcanzaron a percibir el olor de sus palabras pasando por los rodillos de la rotativa. “Queríamos un diario prediagramado, que era una idea muy extraña. Un diseño a lo Mondrian, puros rectángulos y cuadrados, y las notas debían adaptarse al diseño. El paraíso de los diseñadores gráficos... Y el infierno de los periodistas, que decían que no se podía escribir así. Había otras reglas: oraciones cortas de sujeto, verbo y predicado. Palabras cortas para poder deslizarse por las frases. Habíamos prohibido el uso de los adverbios terminados en ‘mente’, porque decir ‘realmente’, o ‘básicamente’, no agrega nada. Muchas veces esconden ignorancia”.
En el manual de estilo de García Márquez también había un capítulo sobre por qué acabar los gerundios. Para condenar los adjetivos el creador el realismo mágico no tenía autoridad moral, pero defendía la importancia de saber dónde ubicarlos. Les citaba a los argentinos al autor de El Aleph: “es el escritor de los adjetivos definitivos; el alfil oblicuo y el rey postrero. Nadie puede decir más nada de un alfil o de un rey que eso que dice Borges”. Terragno estaba de acuerdo. Además, había traducido al inglés el poema borgiano Juan López and John Ward, publicado en The Times.


Versión Martínez

La versión más completa de esa aventura la oí de boca del maestro Tomás Eloy Martínez en 1997 en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano de Cartagena, durante el taller “Entre la literatura y el periodismo; La crónica hoy”, mientras el Nobel oía sin chistar y aprobaba el relato con la complicidad de una sonrisa. Luego fue publicada en varios medios latinoamericanos bajo el título “Algo que quizá García Márquez haya olvidado”. Decía en esencia:

“En diciembre de 1982, García Márquez decidió fundar un diario en Colombia. Poco después de poner fin a Crónica de una muerte anunciada, empezó a añorar los tiempos en que andaba corriendo detrás de las noticias. Los 300.000 dólares del Nobel y algunos aportes privados le permitieron sumirse en el proyecto con la obsesión de un empresario, enredándose entre flujos de caja, estudios de factibilidad y cronogramas aterradores. Encomendó la estructura del proyecto a Rodolfo Terragno, que entonces era uno de los fundadores de El Diario de Caracas. Me pidió que ayudara a organizar la redacción y confió el diseño gráfico a otro argentino, Juan Fresán. El diario iba a llamarse El Otro, tal vez en alusión a que sería diferente. García Márquez había sido un periodista magistral y seguía siéndolo, pero los lectores lo veían ahora como un creador de fábulas. Eso complicaba las cosas. ¿Qué tipo de escritura esperaría la gente de un medio como ese? ¿Un realismo mágico sembrado de adjetivos fulgurantes, a la manera de El otoño del patriarca? ¿Una reproducción al infinito de los artículos que él venía escribiendo y que se compilaron luego como Notas de prensa? A mediados de junio de 1983, cuando ya Fresán había enviado sus primeros bocetos de diseño y Terragno había pasado un par de meses recorriendo Colombia de cabo a rabo, discutiendo con García Márquez las estrategias de organización y yo había dictado un curso de periodismo en Andiarios (la asociación que reúne a todos los periódicos colombianos), para aprender con quiénes iba a enredarme en la batalla, el novelista empezó a confiarnos sus dudas en llamadas telefónicas cotidianas.

‘Anoche no pude dormir porque la trepidación de las rotativas que compraremos el próximo mes me está volviendo loco. Y la noche antes me la pasé soñando con una novela en la que un hombre de setenta años consigue por fin ir a la cama con la mujer de sesenta y ocho de la que está enamorado desde que tiene uso de razón. Si supiera cuáles van a ser los nombres de esos viejos, ya la estaría escribiendo’. Cierta mañana de julio nos anunció que al día siguiente llegaba a Caracas para ‘poner de una vez en marcha esa vaina (El Otro)’. Terragno y yo lo vimos media hora al caer la noche, pero de lo único que hablamos fue de su historia de amor. Convinimos en que volveríamos a encontrarnos hacia la una de la madrugada, en un bodegón donde nadie pudiera reconocerlo, cuando él saliera de una comida con el rey de España y el presidente de Venezuela. A la una ya estaba esperándonos. El lugar era inhóspito, bullicioso y, para nuestro asombro, nadie en verdad lo reconocía. Tardó una hora en dejar caer la noticia: ‘Ya está todo listo para sacar el diario en noviembre. Instálense ahora en Bogotá y empiecen a trabajar. Yo tengo que encerrarme a escribir la novela sobre los amantes viejos’. Al principio, no lo entendí: ¿García Márquez quería que su diario, El Otro, saliera sin que García Márquez estuviera presente? ‘De eso se trata’, respondió. Nos negamos. Trató de explicar lo que ya sabíamos: que no se puede escribir una novela y hacer un diario a la vez. Que para la novela él era imprescindible, pero que al diario le bastaría con nosotros. Y la novela, nos dijo, ya no podía esperar: estaba mordiéndole las entrañas. Le replicamos lo que él ya también sabía: que el otro era él, y que no podíamos ponernos en el lugar de ese personaje. Nos separamos al amanecer. Durante algún tiempo siguió llamándonos por teléfono para contar que había ordenado nuevos estudios de factibilidad y un plan alternativo de financiación, pero cada vez hablaba más de la novela. A fines de septiembre dijo que había encontrado el nombre perfecto para el viejo de su historia, Florentino Ariza, y a comienzos de octubre anunció, exultante, que por fin había dado con el título. Se llamaría El amor en los tiempos del cólera. Cuando leí al fin ese libro en la edición amarilla de Oveja Negra, supe que habíamos hecho lo correcto. El Otro hubiera sido un diario de tantos. La novela, en cambio, era única. Ninguno volvió a mencionar El Otro desde entonces”.


Gabo se consolidó como novelista universal e intentó rescatar su alma de reportero forjada en El Espectador de los años 50 como dueño de la revista Cambio en 1999, y un año después fue la enfermedad la que lo alejó de la sala de redacción donde escribió sus últimos reportajes memorables. Tomás Eloy supo hacer equilibrio en la frontera entre periodismo y literatura y nos heredó un gran legado tras su muerte en 2010. Y Rodolfo Héctor prefirió las arenas movedizas de la política, aunque escribió media docena de libros sobre la historia argentina, inspirado en la trascendencia del peronismo y de la guerra de las Malvinas, fue profesor de la cátedra Julio Cortázar en México por recomendación de García Márquez y es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias junto a Clint Eastwood.


Sin haberse imprimido nunca, ahora el fantasma de El Otro convoca a los periodistas de Iberoamérica en la Plaza de la Libertad para revisar y hacer mejor el oficio. Martínez dejó escrito: “El Otro fue una historia de amor, pero no de las verdaderas. Nunca es verdadera una historia de amor que no deja ninguna melancolía”. Terragno admitió: “Gabo dijo que el diario no se hacía porque yo no lo iba a dirigir. Yo dije que eso era una excusa porque no era necesario que yo lo dirigiera. Y él contestó que tenía tantas razones para no hacer el diario que no necesitaba excusas. Los dos sabíamos que no lo íbamos a hacer”. Falta oír qué más revela el miércoles, animado por la atmósfera macondiana que se tomará Medellín y por haber cumplido 70 noviembres el sábado. Claro que Borges decía que lo único que existe es el presente, porque el pasado existe en la memoria y el futuro en la imaginación.

 

Por Nelson Fredy Padilla

 

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