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El sexo según ‘El Flaco’ Solórzano

El actor habló con El Espectador y contó sobre la nueva obra teatral que protagoniza al lado de la sexóloga brasileña, Flavia Dos Santos: ‘La historia ilustrada del sexo’.

Lina María Álvarez, Especial para El Espectador
05 de diciembre de 2015 - 11:03 p. m.

A Fernando Solórzano le dicen ‘El Flaco’ desde que estaba en el colegio. A los 16 años ya medía 1.94 y pesaba 85 kilos. Lleva más de veinte años dedicado a la actuación y desde entonces ha interpretado diferentes papeles que lo llevan de la acción a la comedia. Dice que prefiere hacer de ‘el malo’ y que el negocio de la televisión está cambiando.
 
La última vez que apareció en la pantalla chica lo hizo a inicios de este año en la telenovela ‘Niche’, interpretando a Roberto Jordán, ‘El Tigre’. Desde entonces se encuentra dedicado a dos de sus grandes pasiones: la docencia y el teatro.
 
En esta ocasión se mantiene en las tablas con la obra ‘La historia ilustrada del sexo’, escrita por Dago García, su roommate y compañero de universidad cuando empezó a estudiar Comunicación Social en Bogotá, y César Augusto Betancur, libretista de Caracol, más conocido como ‘pucheros’.
 
¿Cuál es el argumento de la obra?
 
La obra que fue escrita por Dago García y ‘Pucheros’, libretista de ‘Las hermanitas Calle’, empezó con una sola pregunta: ¿Cómo hablamos de sexo? El sexo es algo cotidiano, que  aunque existe desde los comienzos de la humanidad, sigue siendo un mito. 
 
Así que decidieron crear un libreto muy interesante, con el cual comprendieron qué pasaba con las relaciones sexuales desde los tiempos de la prehistoria y enfatizaron en cómo la más fregada siempre resultó siendo la mujer. A ella se le dijo: “esto es para que tenga hijos, no para que disfrute”. La mujer se comenzó a tragar ese cuento y a veces le cuesta mucho trabajo reconocer su sexualidad, le da incluso vergüenza decir: “sí, yo gozo, aunque sea una mujer bien”. Lentamente han ido cambiando las cosas y en la obra se da cuenta de ello.
 
Más que una obra de teatro es una clase de historia… 
 
Sí, de hecho la estructura de la obra es académica porque va a pasar por los diferentes puntos clave de la historia de la humanidad y hace una reflexión de qué pasaba en ese momento. Por ejemplo, en la prehistoria donde el hombre es un cazador y anda en pelota por todo el planeta, había una relación diferente. Si la mujer estaba por ahí, ¡pum! No había nada de romanticismo, ni enamoramiento. Por la condición -un poco exagerada en la obra- de que tenían que andar en cuatro, la posición más común era ‘el cuatro’ o ‘el perrito’. 
 
Además de la prehistoria, ¿qué otras épocas recorren?
 
Hablamos de los griegos y el hedonismo presente en todo su esplendor; la Edad Media donde todo el mundo tenía que estar tapado; el Renacimiento donde se empieza a hablar del amor y el erotismo; el Romanticismo cuando las posiciones se volvieron más estilizadas; la Revolución Francesa donde todo es una revolución, y la Revolución Industrial, donde vemos poses rarísimas que parecen de mentiras. 
 
Decimos que en la era industrial la silla se convirtió en un elemento erótico y las relaciones en la oficina se empezaron a dar, a esa posición le pusimos ‘Los oficinistas’ o ‘Atendiendo al jefecito’.
Luego llegan los años 60’ y hablamos de la ida a la luna, la marihuana,  los hippies y la mujer empoderada. Finalizamos con la época postmoderna donde todo es un amasijo de vainas rarísimas y uno no entiende nada. Si escuchamos un reggaetón, decimos: “ahí está, la octava maravilla de esta tiempo”.
 
¿Qué curiosidades encontró al estudiar cada época?
 
Muchísimas. Ahora mismo estoy leyendo un libro que me prestó Flavia que explica el origen del vibrador. Yo pensé que en la obra lo decían por mamar gallo, pero no. A finales del siglo XIX y a principios del XX se diagnosticó la histeria femenina como una enfermedad ¡Y no me lo van a creer!, yo no lo sabía, ¿sabe cómo se curaba la histeria? Las mujeres iban donde el médico para que él las masturbara, pero no se hablaba de orgasmo ni de nada por el estilo, era para que descargaran todo su estrés. En esa época, la mujer solo servía para tener hijos. Los médicos crean el vibrador y salen al mercado unos aparatos rarísimos, con unas poleas como la de los odontólogos. 
 
¿Cómo fue la experiencia de trabajar al lado de Flavia?
 
No éramos amigos pero nos encontrábamos todos los días en Caracol. Es una mujer muy interesante. Tiene ese desparpajo que es muy carioca. 
La relación fue muy chévere. Ella al principio estaba muy nerviosa, pues nunca había actuado. Así que ensayamos casi tres meses y medio. Lo hicimos porque queríamos que tuviera confianza y seguridad frente al hecho teatral. Empezó a darse cuenta de que es muy parecido a dar conferencias frente a un público.
 
¿Qué papel representa cada uno?
 
No hay personajes, somos Adán y Eva pero no es esa obra donde los personajes tienen un conflicto y un cambio en sus personalidades, o deben tomar unas reflexiones para llegar a un punto. No, son dos personas en común que comienzan a hablar de sexo. Ella es la que dice las cosas serias y mi personaje dice las cosas como son. El que le gusta la pulla, que bate a la gente, y que les dice: “ustedes son muy morrongos, hermanos”. 
 
¿Qué anécdotas como sexóloga le ha compartido Flavia?
 
¡La otra vez me contó que le fue a hablar de sexo a la esposa del Produrador! No sé cómo le fue, pero imagínate la escena. 
 
¿Cómo fue la preparación para la obra?
 
Nos dieron unas 100 posiciones sexuales y me las aprendí. Me leí un libro que me prestó Flavia que se llama ‘En el origen fue el sexo’ y aprendí mucho sobre el Kamasutra, un libro erótico hindú, que más que de sexo, habla de yoga. Un yoga tántrico donde hay una serie de posiciones de tipo sexual, donde es importante la respiración, la elasticidad, poner la cabeza en otra cosa, no solamente el desenfreno al que estamos acostumbrados.
 
Dago García fue su roommate y compañero de Universidad, ¿cómo ha sido trabajar a su lado?
 
El primer trabajo que hice con Dago fue a los 21 años. Un vídeo críptico y existencialista en los primeros semestres de la universidad, que se llamaba ‘La mirada de Daniel’. La historia de un paranoico que vivía solo en una casa. Trabajamos en el Teatro Libre, en varias novelas y películas. Esta es la segunda obra de teatro, la primera fue ‘Hombre con hombre, mujer con mujer’, al lado de Marcela Carvajal.
 
Desde la telenovela ‘Niche’ no lo hemos vuelto a ver en la pantalla chica, ¿a qué se dedica en este momento?
 
Ahora estoy dedicado al teatro y a la enseñanza, porque el negocio de la televisión en este momento está en un proceso de cambio. Un proceso que implica que las producciones son muy pocas y uno tiene que aprender a ver otro tipo de posibilidades. Con el teatro me ha ido muy bien. No es el teatro de hace quince años que era difícil de hacer, donde no iba la gente. Ahora hay más de convocatoria. Como negocio funciona y la enseñanza siempre la he tenido ahí. Este año estuve en la Charlot, dicté clases en otra academia, hice varios talleres y tengo un proyecto cultural bastante ambicioso que quiero hacerlo en el Valle.
 
¿De qué se trata el proyecto?
 
Hay varias ciudades como Palmira, Tuluá, Cartago, donde hay una población joven que está muy vulnerable a la droga porque no hay nada qué hacer. Piensa como un pelado: sales a la una del colegio y no hay nada qué hacer hasta el día siguiente. Está bien por los que juegan futbol, billar, o se quedan en el parque, pero ¿y los demás?
La idea es crear una serie de programas donde los chicos puedan hacer varias cosas. Yo pienso que el arte es un medio interesante para aprovechar el tiempo, así no vayas a ser un artista, pero vas a formarte y te aseguro que eso le da otro color a la vida. De pronto termina siendo un ingeniero agrónomo, pero ese agrónomo que estuvo en un grupo de teatro tendrá una visión diferente del mundo. 
 
¿Por qué en el Valle?
 
Porque soy de allí. Siento que la gente me identifica y me copia.  Y si el hecho de ser una imagen pública me puede ayudar a colaborar, pues me siento gratificado con eso. 
 
¿Cree que hoy en día hay más cultura con respecto al arte?
 
Yo creo que sí. Bogotá que tuvo la fortuna de tener el Festival Iberoamericano de Teatro, tú podías ver treinta obras en un día y veías los teatros llenos. Nada más mira la cantidad de espacios, está la Castellana, el Teatro Nacional de la 71, Casa Esamble y un montón de teatros pequeños.
 
A la gente le gusta ver espectáculos, no solamente ir al concierto de reggaetón. Se trata de insistir. Hay personas que todavía piensan que el teatro es una cosa seria y cuando van por primera vez salen felices, con ganas de más.
 
¿Cómo ve la situación laboral de los actores hoy en día?
 
Es preocupante, porque es la misma desde el momento en el que crearon la televisión. Son sesenta años de historia y ha sido difícil ordenar la parte laboral del actor porque no hay un sindicato. Aquí se vuelven peleas individuales. Entonces la seguridad del trabajo, las regalías, las condiciones, no funcionan bien. 
 
Para mí todo se va a complicar porque la televisión va a dejar de ser la que conocemos. Hablemos de Netflix y la forma cómo ha transformado la relación con la pantalla. El negocio se está cambiando. Es como lo que sucedió a la música, ese proceso que duró cuatro o cinco años donde la piratería empezó, donde ya no se vendían CD’s, y se bajaba música desde la web. Ya todo se normalizó y la industria entró en otro juego. Creo que eso le va a pasar a la televisión y al oficio del actor. Hay que estar preparados.
 
 

Por Lina María Álvarez, Especial para El Espectador

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