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El sonido del abismo

Con más de 40 años de carrera, la banda británica vivió sus épocas de oro con Ozzy Osbourne y Ronnie Dio como vocalistas.

Juan David Torres Duarte
18 de octubre de 2013 - 10:00 p. m.
El bajista Geezer Butler y el cantante Ozzy Osbourne durante una conferencia de prensa en Río de Janeiro, en octubre. / AFP
El bajista Geezer Butler y el cantante Ozzy Osbourne durante una conferencia de prensa en Río de Janeiro, en octubre. / AFP
Foto: Agência Estado - MARCOS DE PAULA

En 1970, en una sola sesión, Black Sabbath grabó su álbum homónimo, su primera producción. Por entonces, la banda apenas era reconocida por algunos shows en radio y presentaciones en bares. Una disquera les había dado la oportunidad de grabar el álbum en dos días; la segunda jornada debían dedicarla a detalles de sonido y a someter la pieza final como una unidad. De modo que sólo tenían un día. Tocaron, pues, como si estuvieran en un bar cualquiera, en vivo.

Días después del lanzamiento, Lester Bangs, crítico de la revista Rolling Stone, lanzó la siguiente afirmación en esa publicación: “(Este álbum) tiene improvisaciones discordantes entre bajo y guitarra que se tambalean a velocidades frenéticas, una sobre los parámetros de la otra, sin encontrar nunca sincronía”.

Bangs pretendía criticar a Black Sabbath, negar cierta maestría en el álbum dados los sonidos y la velocidad de sus temas. Hoy, sin embargo, su crítica suena acertada y surte un efecto por completo contrario; es cierto, no había en Black Sabbath la sincronía común, sino más bien una sincronía extraña, más oscura, más impredecible. Tocaban al borde del abismo.

Siempre al borde, el límite peligroso cercano a la destrucción. Por entonces, la banda estaba conformada por su alineación original: Ozzy Osbourne, Tommy Iommi, Geezer Butler y Bill Ward. Los cuatro ingleses, los cuatro influidos por el jazz y el blues. Los primeros discos recibieron críticas negativas; pero la crítica y los oyentes siempre siguen caminos contrarios, de modo que en poco tiempo Black Sabbath salió de su cueva bajo tierra y comenzó giras por Inglaterra y Estados Unidos.

¿Black Sabbath? ¿A qué sonaba ese nombre por esos tiempos? A oscuridad, a tinieblas, a ritos satánicos. Y esa era también la imagen que revelaba el grupo; en esencia, Iommi sólo agachaba la cabeza y se concentraba en su guitarra, mientras el resto de integrantes buscaba una armonía con su instrumento, recubiertas las caras por melenas extensas y mal cuidadas. Ozzy, en frente, se debatía al micrófono. Tal vez, en el fondo, era sólo una imagen: los cuatro, venidos de Birmingham, eran aficionados a The Beatles y los cuatro creían, en parte, que era posible solucionar ciertos problemas del mundo con amor y paz.

Black Sabbath nació en una sociedad decidida por la guerra y también permeada por la decadencia del movimiento hippie y el nacimiento de un rock más fuerte en su técnica, más rápido en sus tiempos, más desafiante en sus solos. En ese entonces, entre 1970 y 1972, grabaron sus álbumes quizá más reconocidos: Paranoid, Master of Reality y Vol. 4. Cada seis meses se internaban en el estudio con material nuevo que iban creando en las giras.

Fueron dos años de viajes constantes, de cocaína y alcohol también. Sometidos a ese influjo constante y a la buena recepción de sus temas por parte del público, Black Sabbath compuso piezas como Iron Man, War Pigs (una crítica a la guerra de Vietnam), Children of the Grave, Into the Void y la instrumental Laguna Sunrise. Ya se oían voces de críticos que decían que los álbumes de la banda eran esenciales para entender el nacimiento del heavy metal; que el sonido lúgubre y rocoso de la guitarra de Iommi sostenía los más oscuros deseos y grandes ambiciones musicales; que el bajo de Butler eran tan profundo y casi lírico que proveía una poderosa línea a todos los temas; que la voz de Osbourne difería de la propuesta carrasposa de Judas Priest, y que podía ser sometida a más armonías.

Pero los tiempos desmejoraron. El impulso inicial disminuyó cuando, en 1973, la banda quiso grabar un nuevo álbum. Las razones fueron el alcohol, el desorden y las drogas, y también, quizá, el hecho de que intentaran grabar en Los Ángeles en un estudio adaptado para música funk. Entonces rentaron un castillo en Gloucestershire, Inglaterra; el ambiente de sutil abandono y soledad pareció surtir efecto sobre los temas que, desde ese tiempo y durante un mes, grabaron con entera concentración.

Pero Black Sabbath haría honor a su abismo. En 1979 lanzaron Never say die!, la última producción junto a Ozzy Osbourne. Iommi lo sacó de la banda del modo más elegante que encontró (a través de Ward, que era el gran amigo de Osbourne en la banda), porque se había entregado al alcohol, no asistía a los ensayos. Se había vuelto incontrolable también el resto de la banda: Iommi, Butler y Ward consumían cocaína hasta el punto de que, en plenos ensayos, decidían parar porque no estaban tocando lo mismo.

De allí que, en adelante, la banda pareciera más un grupo de nómadas. El nombre permaneció, pero en cuarenta años el único miembro permanente ha sido Tommy Iommi. Butler se retiró y volvió en varias ocasiones; Ward, como un precepto ético, salió de la banda poco después de que Osbourne comenzara una carrera en solitario, que por momentos eclipsó a la del mismo grupo.

Por entonces Black Sabbath tuvo una segunda vida, que duraría dos álbumes. Iommi reclutó a Ronnie James Dio y grabaron Heaven and Hell y The Mob Rules. Dio, sin embargo, era un hombre con pizcas de orgullo; entre él y Iommi, que llevaba el mando de la banda, hubo una competencia sutil. “Yo hago lo que quiero hacer”, dijo Dio un día de noviembre de 1982. “Esto es todo, se acabó”.

Siguieron diez álbumes de estudio, con alineaciones cambiantes: estuvieron, entre muchos, Ian Gillan (cantante de Deep Purple), Glenn Hughes, Ray Gillen; vinieron y se fueron Ward y Dio y Butler. Iommi quiso grabar proyectos en solitario, pero en últimas la disquera lo convenció de seguir con el nombre de la banda, de ser Black Sabbath, de ser el sueño umbrío que Butler tuvo una noche cuando vio un espíritu bizarro a los pies de su cama que produjo toda la estela oscura que siempre rodeó a la banda.

Y fue hace algunos meses que Osbourne, Iommi y Butler lanzaron un nuevo disco, 13. La idea había nacido en 2001, pero había sido difícil reunir a los viejos integrantes, a los originales; Ward se distanció por un problema en el contrato. “Es diferente grabar ahora —dijo Iommi—. Hemos hecho muchas cosas entre tanto. En los primeros días (de la banda) no había ningún celular sonando cada cinco minutos. Cuando empezamos, no teníamos nada. Trabajamos todos para lo mismo. Ahora todos tenemos muchas cosas que hacer. Es divertido y nos la llevamos bien, sólo que es distinto”. Eran tiempos más simples. Tiempos al borde del abismo.

Por Juan David Torres Duarte

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