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El viagra urbano

Barcelona se lo tomó para los Juegos Olímpicos de 1992. Pero durante los últimos años, según el experto catalán Toni Puig, nuevo asesor de Barranquilla para los Juegos Centroamericanos y del Caribe, su ciudad ha estado viviendo algo parecido a una sobredosis.

María Alejandra Medina Cartagena.
07 de agosto de 2014 - 04:08 a. m.
Toni Puig, profesor en la Universidad Ramón Llull de Barcelona, funcionario del Ayuntamiento de esa ciudad por 30 años y nuevo asesor de Barranquilla./ Cortesía Alcaldía de Barranquilla
Toni Puig, profesor en la Universidad Ramón Llull de Barcelona, funcionario del Ayuntamiento de esa ciudad por 30 años y nuevo asesor de Barranquilla./ Cortesía Alcaldía de Barranquilla
Foto: Nicolas Sastoque

A Toni Puig no le gusta el fútbol, a pesar de que su ciudad tiene uno de los mejores clubes del mundo. Puig es, como dice él, rotundamente de Barcelona. Se ha hecho acreedor de títulos como “el gurú” o “el reinventor” de las ciudades” —que tampoco le gustan— y de un talante por el que muchos podrían considerarlo como un excéntrico sin reparos al hablar. A pesar de su entrador sentido del humor, conocerlo a fondo es difícil, pues cree que contarle todo a la prensa es una “ordinariez”. Sea como sea, este catalán, un teólogo de escaso pelo blanco y gafas redondas con montura de animal print, fue uno de los que participaron en la reinvención de Barcelona durante los años 80.

“Cuando dijimos que queríamos traer los Juegos Olímpicos a Barcelona, se nos cagaron de la risa”, dice. Y no era para menos. Barcelona se había postulado cinco veces, sin ningún resultado a favor. Luego, cuando ganaron la sede, el 17 de octubre de 1986, durante la alcaldía de Pasqual Maragall, muchos creían que la ciudad iba a hacer el ridículo. Los juegos empezaron el 25 de julio de 1992 y, hasta el 9 de agosto siguiente, cuando terminaron, fueron un éxito total. De hecho, Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional, llegó a afirmar que esos habían sido “los mejores Juegos Olímpicos de la historia”.

El balance positivo, sin embargo, no fue producto de la improvisación, sino de un proceso que comenzó en 1979, el mismo año en que Puig entró a trabajar al Ayuntamiento de Barcelona.

“Hicimos un pacto con los líderes de la ciudad, para saber cómo íbamos a hacer los Juegos Olímpicos, cómo los íbamos a pedir y qué tipo de Barcelona queríamos”, cuenta Puig sobre los orígenes de la idea y el proyecto de darle un nuevo rostro a la capital de la Comunidad de Cataluña. A las intenciones se sumaron fuerzas sociales, económicas y políticas. Todos en conjunto formularon un plan para desarrollar entre los 10 y 15 años siguientes, cuya idea fundamental era una muy sencilla y concreta: el mar.

En 1983 estaban listos para empezar, pero la crisis económica mundial no permitió que todas las ambiciones que estaban sobre el papel se pudieran realizar. A pesar de todo, durante los años siguientes se lograron recuperar cinco kilómetros de playa, se renovaron estructuras y se construyó la Villa Olímpica de cara al Mediterráneo. “La ciudad, que estaba de culo al mar, vivió de frente a él por primera vez y desde siempre”, recuerda Puig. “Barcelona estaba muy mal y la situamos en el mundo”.

“Fuimos la primera ciudad en ubicar los estadios olímpicos en el centro de la ciudad y no afuera. Los primeros en no situar la villa olímpica a kilómetros de la ciudad, sino como un barrio frente al mar. Y celebramos los Juegos Olímpicos de la gente, con una apertura (inauguración) antidisney, con teatro, etcétera”. El himno, por demás, fue Barcelona, la canción a dúo que hicieron Freddie Mercury y Montserrat Caballé. El líder de Queen había muerto el año anterior. De lo contrario, con seguridad habría participado en la inauguración ‘antidisney’.

Pero, más allá de dejar de mirar a la montaña y prestarle atención al Mediterráneo, el éxito de Barcelona se debió a que se reunieron varias de las claves que, para Puig, son necesarias en el florecimiento de una ciudad.

Lo principal es un buen gobierno. “No hay que dejar que cierta gente llegue al poder”. El resto es una unión de esfuerzos entre el sector privado, la academia y por supuesto la ciudadanía, y que todos compartan un valor ético y cívico, que potencie la ciudad. En sus palabras, que sea como un viagra ciudadano. Ese valor, además, es el que dirige el concepto por el que Puig se ha ganado el reconocimiento: la marca ciudad.

El barcelonés ha escrito libros y ha participado en un sinnúmero de conferencias para explicar la importancia de trabajar en la identidad de una ciudad, como si fuera una marca, no un simple eslogan.

El pasado 15 de julio fue el invitado de honor al foro internacional El Valor de la Gente, que se llevó a cabo en Barranquilla. El fin del encuentro era escuchar las ideas de los panelistas de diferentes sectores relacionadas con la gestión social, fundamental para la prosperidad urbana. Puig descrestó con su propuesta de ciudad y lo contrataron como asesor para los Juegos Centroamericanos y del Caribe 2018.

Durante su visita, el catalán pudo recorrer la Arenosa para luego declararse como su enamorado. También hizo expreso su deseo de una guayabera con huequitos en el pecho para que su vello ondee libre con el viento.

Vestido con saco de paño grueso, recorriendo el salón de un lado a otro y con una aguda entonación al final de cada frase, Puig fue enfático en que para ciudades como las de Colombia lo esencial es atender primero las necesidades básicas de la gente y luego dedicarse a la renovación física y la promoción cultural.

“Nosotros salíamos de una dictadura y ustedes no saben lo que es una dictadura. Han tenido un problema serio de guerra civil, digámoslo así, pero no una dictadura”. La diferencia entre Latinoamérica y España son también las condiciones de equidad social. “En España no había la desigualdad que hay aquí, donde las periferias de migración son tremendas y horrorosas”.

Toni Puig Picart se declara fan de Sergio Fajardo y cree que Antanas Mockus “le abrió la cabeza a la gente”. Y, a pesar de la buena situación económica de la ciudad, para él, Bogotá se perdió. “Le han faltado buenos alcaldes. Pero no me voy a meter porque no soy de aquí”.

Puig insiste en que la marca ciudad “no es embellecer, sino apostarle a la igualdad”. Junta, entonces, la generación de una marca con un sentido social, una mezcla tal vez contradictoria, pero que a su ciudad le funcionó. “Yo no soy socialista, pero había siempre trabajado con ellos y con una coalición más de izquierda y de centro. Yo soy un técnico”, dice.

De hecho, Puig, nacido el mismo año en que terminó la Segunda Guerra Mundial, participó en el grupo que redactaba la revista Ajoblanco, creada en medio de la dictadura franquista por un estudiante de derecho de Barcelona, Pepe Ribas, y su grupo de amigos Nabucco, que de bíblico tenía solo el nombre. En la publicación hablaban de sexo y drogas. Corrían los insubordinados años 70.

Hoy es profesor de marketing en el Instituto de Gobernanza y Dirección Pública de Esade, parte de la Universidad Ramón Llull, y sigue abogando por una revolución. “Convoquen a los ciudadanos con un plan y consénsuenlo, trabájenlo y generen comunicación de ida y vuelta. Trabajen así 20 años”.

Barcelona trabajó así, durante dos décadas. Pero para el llamado “gurú de las ciudades”, hoy su ciudad se está ahogando en sus victorias. “Treinta y dos años después nos estamos muriendo de éxito. Tenemos nueve millones de turistas al año. No hay ciudad que lo resista”. Según él, el plan en Barcelona funcionó óptimamente de 1980 a 2004. “Hicimos un foro dedicado a las culturas y la ecología y se organizó mal. Y ahí empezó la decadencia, una dulce decadencia”. Ahora la capital catalana tiene que reinventarse una vez más. “Lo característico de las ciudades es que siempre están en proceso”.

¿Cómo hacerlo? Puig responde: “los partidos políticos no se ponen la pilas. El mes pasado (en Barcelona) se presentó una coalición ciudadana que quiere organizarse y presentarse a las elecciones de alcalde”. Y el poder, al parecer, no es poco. “El futuro de los países está en los alcaldes, más que en los presidentes: si las ciudades funcionan, los países funcionan”.

Puig ha pasado cuatro años desenchufado de Barcelona. “Ahora me apetece volver a la ciudad a hacer cosas desde fuera”. El próximo febrero cumplirá cuatro años de haber renunciado al Ayuntamiento. “Treinta y dos años son mucho tiempo y yo no quería ver cómo se vendía la casa”.

Por María Alejandra Medina Cartagena.

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