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Entre Sumapaz y las sonrisas de Jaime Garzón

LA DESIGNACIÓN DE JAIME GARZÓN como alcalde de Sumapaz el 20 de julio de 1988 y su destitución el 20 de marzo de 1989 le permitieron conocer un territorio con una gran riqueza natural e histórica.

Nancy Paola Moreno
12 de octubre de 2015 - 02:00 a. m.

Conociendo sobre la burocracia y la indiferencia de los funcionarios en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional, Jaime Garzón no claudicó en una pelea que él consideraba justa para que le fuera otorgado el título de abogado. El pleito consistía en que su mandato como alcalde menor de Sumapaz fuera autorizado como opción de grado. Su rabia y frustración ante el episodio no llegó más allá de colocarle a uno de sus perros Ricardo Sánchez, decano en ese entonces de la facultad. Tristemente solo se le concedió el título póstumo el mismo año de su asesinato. Lecciones para la “ciencia” de la tramitomanía y los funcionarios de las entidades públicas.

Mientras Jaime Garzón insistía en dicha pelea, decidía renunciar a muchos de sus compromisos en la ciudad para adentrarse en el páramo más grande del mundo, llevar su sonrisa a los campesinos y aunque prefería caminar, algunas veces al trote de un caballo recorría horas y horas los senderos de trochas que conectaban a las veredas del entonces olvidado Sumapaz. “A caballo borrando ignominias, miserias y hambres. A caballo el amor”, como canta Silvio Rodríguez.

Y con su sonrisa llegó aquella tarde de 1988 un genial impertinente, aquel que entendió que la vida también se aprende de sonrisas y rebeldías, de libertades y convicciones. Y que haría de su historia una gran aventura, la renuncia a aceptar lo aceptado. La determinación de una existencia en busca de los sueños que nos habitan y nos definen, la locura irrenunciable.

Poco se sabía que por aquel manto de frailejones del Sumapaz, una noche, cuando los españoles llegaron a las tierras de Sumapaz, se aterrorizaron al ver un gran ejército de hombres dispuestos a combatir ante la conquista, el saqueo y el exterminio de los españoles. Al confundir los frailejones con hombres indígenas en posiciones de batalla y observar las filas que se repetían cientos de veces, las tropas españolas desistieron del combate y buscaron el camino de regreso que los había llevado hasta allí. Se iniciaba así una “resistencia mágica” desde el páramo.

Al saber tan poco de aquella localidad, Jaime Garzón encontraría la riqueza natural e histórica del páramo. En esos primeros encuentros con Sumapaz se habría percatado de un campesino leyendo El capital de Marx o un libro de literatura en sus tiempos libres, y habría caído en cuenta de que de ese modo las manos de los labradores también se destinaban a descubrir la realidad de un campo olvidado y su posición de oprimidos en nuestra historia.

Así empezó este joven alcalde de Sumapaz a obsequiar lápices y cuadernos para que ellos, los campesinos, aprendieran a escribir sus historias y contaran con dignidad que sus antepasados enfrentaron a los terratenientes de las haciendas y luego pasaron a ser colonos de esas tierras.

Que un día Juan de la Cruz Varela, uno de los creadores de Partido Agrario Nacional en Colombia, y quien se convirtió en uno de los líderes campesinos más sobresalientes de nuestra historia, dirigió escuadras de hombres, mujeres, niños y ancianos que huían de la violencia y la persecución de los gobiernos de Laureano Gómez, Ospina Pérez, Guillermo León Valencia, para citar algunos. Los campesinos caminaban y se escondían entre las montañas para sobrevivir, para no dejarse vencer por el arma cobarde que los hombres suelen utilizar para eliminar a quienes consideran sus “enemigos”.

Ante el vaivén de los disparos y las difíciles condiciones del clima del páramo, los ojos de los campesinos verían caer a sus hijos, esposos, abuelos, vecinos, mujeres y hombres en un largo éxodo. Muchos venían desde el Tolima, cruzaban el Sumapaz y aspiraban a llegar a los Llanos como colonos. Huían de la barbarie que aumentaba con el uso de napalm en las operaciones militares contra los campesinos que habían decidido organizarse en repúblicas independientes, como respuesta a los abusos de los gobiernos.

Cuando se pregunta por la labor de Jaime Garzón, en los campesinos aparecen las expresiones de gratitud, como la de Carlos Macano, habitante de La Unión, quién repite que Garzón llegaba sin avisar, sin comitivas y solo, luego se sentaba a cenar con su familia y entonces hacía multiplicar todas las sonrisas.

Evocan de Jaime Garzón su sencillez, su alegría y el compromiso con Sumapaz. “Cuando yo estudiaba tercero de primaria, en la escuela de Taquecitos, nos traía detalles para regalarles a los niños. Nos regaló cuadernos y colores para el aprendizaje de nosotros”.

“La comunidad lo recuerda como un hombre que apreciaba el territorio, que luchaba por generar proyectos que produjeran impacto y beneficio a la comunidad, por ejemplo, el proyecto de energía eléctrica para estos corregimientos. El país lo recuerda por su gran labor y lucha por la paz y por querer un país más justo y más equitativo para todos los colombianos”, relata Daniel Rojas Pulido, secretario académico del Colegio Campestre Jaime Garzón, mientras explica las razones sobre la elección del nombre de este colegio, ubicado en el corregimiento de Nazareth en Sumapaz.

Como homenaje de los sumapaceños y sus estudiantes, en un solo canto se escucha una de las estrofas del himno de las trece sedes del Colegio Campestre Jaime Garzón: “Sembrando amor en la vida de sus estudiantes, construyendo un mañana mejor. Jaime Garzón, trece sedes te rinden honor, creyendo en los demás y en la vida, estudiando con el corazón… Apostando a un país mejor”.

Por Nancy Paola Moreno

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