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Ismael Cala y el arte de escuchar

Ya era reconocido en Cuba cuando decidió salir de allí para buscar nuevos horizontes. Además de presentar noticias, ahora es escritor.

Carlos Eduardo Manrique B. Especial para El Espectador, Cartagena
10 de mayo de 2014 - 03:40 a. m.
Ismael Cala salió de Cuba buscando fortuna y ahora triunfa en CNN. / Cortesía
Ismael Cala salió de Cuba buscando fortuna y ahora triunfa en CNN. / Cortesía

Ismael Cala es uno de los comunicadores más representativos del mundo hispanohablante. Su nombre se ha vuelto un referente de los medios en América Latina gracias a su programa de entrevistas donde no solamente se refleja la relación del periodista con cada invitado, sino que se vivifica el ejemplo de tocar con empatía, respeto y sutileza emotiva los hilos más profundos que descubren, más allá de los aspectos desconocidos, circunstancias fundamentales en cada celebridad que todas las noches se sienta a conversar con él en CNN en Español.

Cala es un hombre de una amplia sonrisa, que asume la vida con actitud de triunfador. Siendo más joven decidió emigrar de Cuba, su tierra natal, en busca de mejores oportunidades. Tuvo que dormir durante muchos días en una alfombra y vivir en un mundo que le era totalmente nuevo y donde debió comenzar de cero, a pesar de tener ya una vida estable como presentador reconocido en su país.

Hoy llega a Colombia para presentar en la Feria Internacional del Libro de Bogotá su obra El poder de escuchar.

 Viene a Colombia a presentar su libro. ¿Se considera un buen intérprete de los silencios?
Esta es una profesión en la que uno aprende todos los días. Desde luego, cuando aprendí a escuchar, que es diferente a oír, empecé a descubrir los matices de cada palabra y de cada silencio. Tampoco estoy en la mente de los demás, ni lo pretendo, pero si escuchas con atención y empatía, puedes crear una muy buena energía. Eso te permite interpretar mejor si alguien miente, si se aflige por un tema o disfruta el diálogo.

 ¿Se considera un hombre de transiciones, un hombre soñador que gestiona lo que quiere y conserva la alegría en el camino para lograrlo?
Sí, soy un hombre de transiciones. Confío en la gradualidad de las cosas, en el granito de arena que se coloca cada día para conseguir un sueño. Empecé en la radio a los ocho años, haciendo programas infantiles, y desde entonces, aunque no lo sabía, comencé a sembrar futuro. La vida es mejor así, se disfruta mucho más el proceso. Los cambios bruscos no te permiten evaluar realmente dónde estás y por qué has llegado a un determinado lugar.

 ¿Cómo ve hoy a Cuba? ¿Hay posibilidades para los jóvenes que, como usted lo hizo, sueñan con aportar mejores cosas al mundo?
Hay veces que un solo día basta para cambiarte la vida. Aunque luego viene un proceso de explicaciones, de entender lo que pasa y cuáles pueden ser las soluciones. Hace 14 años que no voy a Cuba. La última vez no me dejaron entrar al bajarme del avión. Pero sé que en Cuba hay mucha gente que sueña, con gran talento y potencialidades. Mi mayor deseo es que todos tengan una oportunidad para crecer, en un contexto de libertad espiritual.

 Cuando uno lee sobre su vida, se da cuenta de que es un hombre que no se rinde, un hombre de retos. Su convicción de no abandonar los propósitos, de incomodarse para lograr sus metas y de replantear la vida misma para conseguir nuevas cosas, ¿es consecuencia de ser un “inadaptado”, como se ha calificado, o el simple resultado de aprender a vencerse día tras día?
Quizás ambas cosas. Porque siento que necesito reinventarme cada día, necesito hacer entretenido mi trabajo, a la vez que productivo. Si me aburro, si la rutina se apodera de mí, entonces salta una especie de alarma. Y agradezco que así sea, porque eso me obliga a estar alerta. No debe confundirse esta situación con la “inestabilidad”. Yo cumplo mis compromisos y mis sueños están siempre vivos. Hoy resido en Miami; mañana no sé. Depende. Lo importante es crecer, innovar, sentirse bien con uno mismo y servir a los demás.

 Siempre lo hemos visto sonreír en su programa, tocar el alma de sus invitados con un hilo emotivo que lo conecta con ellos. ¿Qué lo ha hecho llorar de alegría y cuál ha sido la experiencia que más le ha enseñado a sonreír en medio de la tristeza?
He llorado muchas veces, aunque no siempre de alegría, porque la vida te depara todo tipo de emociones. Recuerdo especialmente que lloré de alegría cuando mi madre llegó a Estados Unidos, después de varios años sin vernos. O cuando puse los pies por primera vez en Canadá.

 Una de sus relaciones más grandes es con el cine. Ha dicho que escoge las películas según su estado de ánimo. ¿No se deja orientar las emociones por el arte, no se deja sorprender?
Yo estudié historia del arte y eso me permite contar con un background estético, pero no pretendo imponérselo a nadie, ni siquiera a mí mismo. Me gusta el cine por su capacidad de emocionar. A veces eso lo logra un director aprendiz y no un gran maestro. Y claro, para cada persona hay una lectura diferente. Creo que hay que ser tolerantes incluso con los malos libros y las malas películas. ¿Malos para quién? ¿Para mí, para usted? Eso depende. Viva la diversidad.

Su discurso muestra a una persona espiritual, que construye una capacidad de perdón y sanación para seguir con plenitud el camino de la vida. ¿Qué factores limitan a los seres humanos a perdonar, curar heridas y ser más agradecidos?
Sobre todo, el egoísmo, el ego, la envidia. Estas características son una gran barrera para el crecimiento espiritual. Cargan una pesada mochila en la espalda de quienes las padecen. Y todo peso exagerado impide que nos elevemos.

 ¿Qué lo enamora de Colombia?
Fundamentalmente, la calidez de los colombianos. Es un placer tratar con personas sencillas, amables y educadas. Junto con la potencia cultural del país.

 Además de mi participación en la Feria del Libro de Bogotá, este sábado, ya tengo programado volver a finales de junio. Y en 2015 espero que podamos hacer una gira con las conferencias por varias ciudades.

Por Carlos Eduardo Manrique B. Especial para El Espectador, Cartagena

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