Llegó la hora de que Colombia reclame el tesoro quimbaya

Uno de los internacionalistas que intervendrán en una audiencia pública sobre el caso, el próximo jueves en la Corte Constitucional, explica por qué España debería devolverlo a Colombia.

Antonio J. Rengifo L. *, ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
24 de enero de 2016 - 02:00 a. m.

El 28 de enero tendrá lugar, en la Corte Constitucional, una audiencia pública en el trámite de una tutela en el caso de anulación de la transferencia de la Colección Quimbaya de Colombia a España. La audiencia, convocada por el magistrado Alberto Rojas Ríos, tiene por objeto clarificar algunos aspectos de ese intrincado caso, con participación de las partes en el proceso, especialistas de la cultura, expertos, funcionarios y docentes de varias universidades, entre los cuales se cuenta el autor del presente artículo.

La convocatoria a esa audiencia pública y la asombrosa confluencia histórica en que España hace reclamación a Colombia pidiendo respeto para sus muertos en el naufragio del galeón San José, invitan a evocar el obsequio de la Colección Quimbaya a España y a desentrañar los significados políticos y simbólicos de esa insólita transferencia de bienes culturales.

Cultura milenaria

El pueblo indígena quimbaya tuvo como centro principal lo que son hoy los departamentos del Eje Cafetero, parte del Chocó y el norte del Valle del Cauca. Los estudios de Luis Duque Gómez para el Instituto Colombiano de Antropología documentaron que los pueblos quimbayas desarrollaron la más importante industria de orfebrería que floreciera en América en la época prehispánica, tanto por las técnicas metalúrgicas empleadas como por la originalidad y belleza artística de las piezas producidas.

Resistieron con bravura la invasión española y defendieron sus tierras con valor y sacrificio de muchas vidas. El trabajo documental de Juan Friede en los archivos de Cartago expuso los mecanismos etnocidas de los conquistadores, que condujeron a la aniquilación del mundo quimbaya. Sostiene que en setenta años de ocupación, fueron extinguidos 80.000 quimbayas. De integrar un pueblo libre, los últimos quimbayas pasaron a ser subordinados a un amo, convertidos en peones jornaleros.

En 1890 fue hallada la tumba de un cacique quimbaya cerca de Filandia, hoy Quindío. Con dineros del Estado colombiano fueron adquiridas las 433 piezas en oro del ajuar funerario, que pasaron a integrar la categoría de bienes nacionales.

Polémico obsequio

En 1892, 122 piezas fueron enviadas a España con el exclusivo propósito de conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América. Una vez las piezas estuvieron en Madrid, el presidente Holguín Mallarino decidió, desde Colombia, obsequiarlas a la reina María Cristina de España, impartiendo para ello instrucciones precisas al embajador en Madrid. Contrariando lo que le ordenaba la Constitución, no pidió autorización del Congreso.

En ese momento se opusieron Rafael Pombo, Salvador Camacho Roldán y otras figuras del Olimpo Radical. De nada sirvió. En tiempos recientes, los presidentes Betancur y Samper han pedido la restitución de la colección a Colombia. Especialistas de la cultura, periodistas, arqueólogos, docentes, antropólogos, historiadores y academias han cuestionado en Colombia la irregularidad del “obsequio”, haciendo el mismo pedido. España se niega.

El presidente Holguín Mallarino, en su mensaje al Congreso de Colombia en 1892, expresó que la Colección Quimbaya, “como obra de arte y reliquia de una civilización muerta, es de un valor inapreciable”.

La civilización quimbaya, a la que se refiere Holguín, fue destruida por los mecanismos de conquista de España, país que, cuatro siglos después, se limitó a recibir el generoso e injustificable obsequio. La reina lo agradeció de buen grado. Es de suponer, con estupor.

De esa forma, lo más representativo y ejemplar que restaba de la cultura material quimbaya, admirables piezas de orfebrería que sobrevivieron a la extinción de un pueblo que prefirió luchar hasta el fin por su libertad, pasaron a integrar el patrimonio cultural español de forma más que cuestionable. Es esto lo que define el voluntarioso obsequio de Holguín como un acto insólito y absolutamente reprochable.

El factor político

La justificación dada por Holguín sin duda obedece más a la retórica que a una razón de Estado. En su mensaje al Congreso, el presidente colombiano afirmó que realizaba el obsequio en agradecimiento por el trabajo acometido en el estudio de una cuestión limítrofe de Colombia con un país vecino. Es un argumento insostenible, pues no es de usanza hoy para los estados, ni lo era en esos tiempos, hacer regalos a los jueces internacionales en agradecimiento por las decisiones tomadas en una controversia, en la actualidad definida e irreversible.

Aunque no tiene relevancia respecto de la ilegalidad misma del obsequio, dos tesis pueden ser avanzadas sobre los aspectos políticos y simbólicos de los procedimientos utilizados por Holguín Mallarino en este caso.

La primera, sobre la coyuntura política que vivían España y su monarquía en la segunda mitad del siglo XIX. En 1874, el general Martínez Campos había gestado el “pronunciamiento” militar que provocó la restauración borbónica en España, proclamando como rey a Alfonso XII, quien, al fallecer en 1885, fue sucedido por la reina regente María Cristina, en representación del hijo menor de ambos.

Entre 1885 y 1902, bajo la regencia de María Cristina, inexperta en los asuntos del Estado, la vida política de España estuvo marcada por la inestabilidad: caciquismo político, expansión de los regionalismos (Cataluña, País Vasco y Galicia), divisiones de las oligarquías, sublevación republicana encabezada por Villacampa del Castillo, terrorismo anarquista, conflictividad social, agravamiento del problema marroquí, pérdida de Cuba y las Filipinas y confrontación con Estados Unidos.

El obsequio de Holguín se presentó, pues, como un gesto de apoyo a la monarquía de los borbones, asediada por la inestabilidad política y los conflictos sociales.

La regencia de María Cristina evidenció la inoperancia de la monarquía y su incapacidad para aportar estabilidad democrática. En 1931 sucumbieron los borbones, para ser restaurados con el rey Juan Carlos, al final de la dictadura franquista.

El factor simbólico

La segunda tesis que amerita alguna referencia es la de los simbólicos en las exposiciones para conmemorar el cuarto centenario del descubrimiento de América, promovidas por España, Italia y Estados Unidos, que dieron a Colombia, y a otros países de América, la oportunidad para construir imaginarios respecto de su pasado como naciones y presentarlos ante el mundo.

Dos corrientes de pensamiento, contradictorias, dinamizaban los imaginarios para la consolidación de la idea de nación y para respaldar la presencia de Colombia en esas exposiciones. La primera, el “hispanismo” de las élites, que tomaba específicamente a la “madre patria” y a Europa como referentes de modernización. La segunda, el “americanismo”, que reivindicaba la riqueza cultural del glorioso pasado de los pueblos indígenas en el continente.

La transferencia de la Colección Quimbaya a la reina regente de España cerró cualquier espacio para moderar esas dos corrientes, simbolizando, por sí sola, la nostálgica sumisión a una monarquía improbable y a la vez la renuncia imposible a la “civilización muerta” de un pueblo extinguido en América. Simboliza, en suma, las dificultades para impulsar en Colombia, a finales del siglo XIX, un proyecto verdaderamente modernizador e incluyente, basado en la realidad inevitable de nuestro mestizaje.

Es por ello que las opciones de hoy para la restitución de la Colección Quimbaya a Colombia no entrañan el mero retorno material de unas piezas arqueológicas sino también la reivindicación de un legado cultural indígena y de nuestra nacionalidad. Cabe preguntarse, cualquiera que haya sido la motivación de Holguín, agradecimiento, respaldo político o sumisión a una corona en dificultades: ¿no había otra forma —u otro obsequio— para expresar su incondicionalidad personal y excluyente?

En ejercicio del principio de reciprocidad, Colombia también debe exigir respeto a la memoria de los quimbayas —pueblo destruido, civilización “muerta”—, como base de una reclamación a España para la restitución de la colección al departamento del Quindío.

Es impensable que los desarrollos de los derechos fundamentales a la cultura no pudieran aportar una solución al problema de la ilegalidad del obsequio de la Colección Quimbaya.

Es mucho lo que se puede hacer hoy. Existen mecanismos internacionales para la restitución de bienes culturales salidos ilícitamente de los países de origen, como es el caso de la Colección Quimbaya. Un principio general, de validez universal, enuncia que un hecho ilícito no podrá consolidar jamás una situación legal. España no es, y no podrá ser nunca, tenedora a justo título de la Colección Quimbaya.

Todos los colombianos somos herederos de la cultura quimbaya. El legado material está conformado parcialmente por la colección guardada celosamente en el Museo de América de Madrid. Parte del legado inmaterial, documentado por Friede, está resumido en el destino de un pueblo indígena valiente que libró sus luchas movido por el coraje.

Ese coraje debe ser reivindicado hoy para exigir, por medios legales, la restitución de la Colección Quimbaya —legado cultural irreemplazable, obsequio insólito— a una España, para este caso, bastante elusiva. Así están las pugnas por el patrimonio cultural.

* Profesor de derecho internacional de la Universidad Nacional de Colombia.

Por Antonio J. Rengifo L. *, ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR

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