Mario Duarte se preocupa por escapar de los ángulos perfectos. Él ha encontrado en los defectos y en los accidentes un potencial constante para contar historias. Para el vocalista y fundador de la banda La Derecha, la canción es un género que le permite explorar la imperfección. La poesía es una cosa; la música, otra, pero esa unión entre el texto y el sonido melódico tiene un misterio muy complicado de descifrar para los seres humanos.
Muchas de las canciones que ha compuesto Duarte permanecen eternidades dando vueltas en su cabeza, pero por esa cuestión defectuosa que tanto le apasiona se cristalizan rápidamente. Lo curioso es que los que elabora sin tanta premeditación son los que con más facilidad llegan a los oídos del público.
Para el actor y músicos hacer discos completos como los de antaño no es necesario, porque cada quien decide ahora cómo sacar adelante sus pasiones. A comienzo de año, Mario Duarte junto a los demás integrantes de la derecha se metió a un estudio para grabar cinco canciones, aunque en el proceso una de ellas no quedó en la nómina titular. Al escuchar el resultado del trabajo todos, al unísono, estuvieron de acuerdo en publicar lo realizado.
“A mí me parece genial que la gente piense que La Derecha nunca se ha separado. La verdad es otra, porque hemos tenido muchas idas y venidas motivadas por nuestras vidas individuales. Hay momentos en los que tenemos apagado el motor que une la amistad con el rock y la música. Es muy chévere no tener la presión de estar obligados a hacer algo, porque lo que me inspira a mí a trabajar es la posibilidad de tener algo para mostrar”, dice Mario Duarte, quien extraña de la industria musical del pasado todo el misticismo que les imprimían a los proyectos cuando aún estaban en ceros.
En Árbol torcido, el nuevo material discográfico de La Derecha, hay un verso que dice: somos como el árbol torcido que se salva de la quema y de la guerra. La frase aparece en la canción La-la-la, que Duarte escribió siguiendo el mismo procedimiento empleado en la mayoría de sus creaciones. Esa metáfora le ronda desde hace varios años y evidencia a un tronco que por su condición particular termina intacto. Al final, son los árboles así los que terminan en pie.
“Con Richard Blair, un productor de la vieja escuela, pensamos que podíamos sacarle provecho al árbol torcido y desempeñar un juego distinto. Me puse a escribir algunas cosas en el estudio de grabación y descubrí que me gusta hacer las cosas con lo que tenemos a la mano y no extrañar lo que nos falta. Me dieron la oportunidad de grabar en Audiovisión, que tiene esa onda de los espacios antiguos, y ahí estuve una semana. Algunas cosas las escribí sobre la marcha y otras las tenía listas. De esa manera nació Árbol torcido” comenta Mario Duarte, quien considera que el mayor aporte de Blair es la oportunidad de descubrir el sonido con los integrantes de la banda.
Además de La-la-la, el disco contiene Qué liviano, El dios que adora y El sol , tres creaciones en las que la agrupación hace un repaso por sus influencias musicales más importantes.
“Cada disco que hago con la banda o como solista es un triunfo más. Mi mamá canta muy bien y siempre me ha dicho que yo no canto nada. Todo aquí se resuelve en un problema con la autoridad porque quiero hacer las cosas a mi manera. Yo llevo la contraria siempre, menos en la música, aunque me gusta el rock como divertimento y me inquieta que le estamos poniendo una indumentaria que nunca ha tenido”, concluye Duarte, cuyo objetivo ahora es transportar sus inquietudes musicales a lenguajes complementarios como el cine o el teatro. Seguramente lo hará para nadar contra la corriente y destacarse siendo un árbol torcido.