“No sabía que existían tantos juguetes”

El Espectador encontró a un bogotano que desde hace 20 años está sumando piezas a su colección, que hoy asciende a más de 4.000.

Steven Navarrete Cardona
23 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.
Juan Carlos Peña sostiene a Soundwave, uno de los Transformers clásicos. / Pamela Aristizábal
Juan Carlos Peña sostiene a Soundwave, uno de los Transformers clásicos. / Pamela Aristizábal
Foto: PAMELA ARISTIZABAL/EL ESPECTADOR - PAMELA ARISTIZABAL

Carlos Peña abre los estantes para mostrarnos los juguetes de una de las repisas que se encuentran al fondo del cuarto, su esposa tiene en las manos su preferido, un zapato que se puede transformar en robot. Lo examina, se detiene en su textura, su color, sus cordones, y con la mirada deja ver que aún existe sorpresa, como la primera vez que llegó a sus manos. Estamos rodeados de más de 4.000 juguetes, de todos los colores y tamaños, han sido preservados con cuidado y esmero en cinco repisas de color café que el mismo Juan Carlos ensambló por partes.
 
Entrar a ese cuarto en una casa ubicada en el suroccidente de Bogotá es, literalmente, viajar por las carcajadas de abuelos y padres, puesto que Juan Carlos ha logrado reunir en su colección juguetes que datan de inicios del siglo XX hasta los más modernos Transformers de hoy.
 
“Sé donde está cada juguete”
 
Su colección es fascinante y está organizada meticulosamente. A la derecha, una repisa alberga las motos, los aviones comerciales, los helicópteros y los aviones de combate. En otro nivel se pueden ver los vehículos usados en la Segunda Guerra Mundial, junto a réplicas de los que fueron usados en Corea, Vietnam e Irak. También una colección de carros Lamborghini, así como el juego completo de carros que aparecieron en las dos primeras películas Rápido y furioso —por los cuales decidió usar aerografía en su carro para que quedara idéntico a uno de la secuela—.

Juan Carlos señala que conoce cada pieza y en cuestión de instantes nota si falta algo. En un estante posterior hay más de veinte versiones distintas de Optimus Prime, uno de los líderes de los Autobots, compartiendo repisa con sus eternos enemigos, los Decepticons. Todos en diversas versiones, tanto los que han aparecido en las series animadas como en las películas, sin dejar de lado las figuras de Guerra de Bestias, hasta los juguetes representativos de la series traídos desde Estados Unidos antes de que se popularizaran con su salto a la pantalla
gigante.

En la parte superior de una repisa alcanza a verse una colección de lujo de los carros franceses Majorette de plástico, en tiempos en que se fabricaban en hierro, lo que los hace aún más especiales. Resalta uno amarillo en un empaque especial, sumado a un set completo de juguetes de construcción y juguetes japoneses de hojalata.

Verdaderas joyas integran esta colección, como juguetes hechos en Colombia cuando los mercados no estaban inundados con muñequitos de plástico traídos de Asia, así como carros de juguete hechos en pleno auge de la Revolución Cultural de Mao Zedong y juguetes hechos en la extinta URSS, que Juan Carlos consiguió en su empaque original.

Son muchos los que no han salido de su empaque y permanecen fijos sobre las repisas. Paradójicamente, en un lugar lleno de juguetes, a la hija de Juan Carlos no le gusta jugar con ellos y está organizando su propia colección. La estrecha relación con los juguetes se ha convertido en una pasión familiar. Pero ¿en qué momento Juan Carlos Peña, un enfermero con especialización en oncología, decidió reunir juguetes hasta llegar a la impresionante cifra de 4.000 ejemplares?

Con un café en mano, en la sala de su casa nos cuenta que desde que tenía 22 años empezó su pasión por coleccionar juguetes. El primer grupo de la colección lo integraron unos carros de la marca francesa Majorette. Entonces no tenía la facilidad de comprar juguetes en el exterior ni traerlos mediante Ebay o cualquiera de las múltiples tiendas online; tampoco había sitios especializados y mucho menos se hablaba de coleccionistas de juguetes, como hoy.

En 1998 llegaron al país los carros Maisto, “que son juguetes de alta calidad, buen detalle y asequibles en el precio. Luego tomaron fuerza los Burago, de fabricación italiana, y también los empecé a comprar. Llegó un momento en que comprendí que no me podía echar para atrás porque le había tomado aprecio a la colección. Cuando empecé, no sabía que existían tantos juguetes”, anota.

Es momento de pedir más café, dos de azúcar y un viaje por la memoria. Juan Carlos cuenta que cuando era niño siempre quiso tener muchos juguetes, pero los costos los ponían fuera del alcance de muchos colombianos, y aunque haciendo un esfuerzo enorme intentó
emprender su primera colección a los once años, todos sus juguetes de entonces se perdieron. La pasión no cesó y en la actualidad le ha traído muchas satisfacciones, no sin algunos dolores de cabeza, anota Juan Carlos en medio de risas.

¿Quién es el coleccionista?

Juan Carlos tiene 42 años, se gradúo del colegio distrital Juan Evangelista Gómez e ingresó a la Universidad Nacional, donde estudio enfermería. En la Universidad Javeriana cursó una especialización en oncología. Actualmente tiene dos empleos, como profesor universitario y en un hospital; fue así como su poder adquisitivo aumentó y también su colección. “Siempre destinamos un rubro mensual para comprar juguetes, aunque con mucho esfuerzo, porque tenemos también otras prioridades”.

Una cuestión de familia
 
Juan Carlos, su hija y su esposa, Ruby Marcela Millán, van sagradamente los domingos al mercado de las pulgas a revisar qué juguetes podrían ingresar a la colección. No todos caben en este selecto grupo, pues existe un criterio fundamental para comprarlos: “Tiene que ser
un juguete detallado y bonito, bien elaborado. No necesariamente tiene que ser de marca”, anota Juan Carlos.

“Prueba de ello son los buses de balso que un día compramos en la calle a un artesano, réplicas de los buses de turismo del país; son muy bonitos, tienen mucho trabajo”, añade Marcela.

En el mercado de las pulgas, la familia acude a dos proveedores de confianza: Víctor, que tiene dos negocios, uno en la carrera 17 con 52, llamado Un Cuarto de Juguetes, y el local 166 en el mercado de las pulgas de la carrera 7ª con calle 24, y a Mayra, del local 200. Se conocen desde hace años y se han convertido en amigos.

En una colección tan extensa es difícil que falte alguno. Aun así la familia le contó a El Espectador que no han podido adquirir el Mazinger Z, “el santo grial de los coleccionistas de robots”, a un precio amigable. También se encuentran en la búsqueda de una pequeña colección de Superbólidos que distribuyó con sus frituras la marca Snacky en los años ochenta.

Los amigos de Juan Carlos lo describen como una persona amigable, muy sociable y trabajador, que mientras otros han convertido las motos, los celulares o los carros en su hobby , él se ha arriesgado a coleccionar juguetes.

Una difícil elección

Si por alguna razón tuviera que dejar la colección y elegir uno de los juguetes, ¿cuál sería? Juan Carlos no responde de inmediato, camina hasta la vitrina y toma un pequeño carrito de marca Micro Machines que se pierde en su mano y que encontró en uno de sus recorridos dominicales. Aunque no tiene una historia especial, dice que le gusta por su tamaño y su color.

¡Visitas! Mejor hablamos después
 
La última vez un niño visitó la colección y le pidió al coleccionista que le prestara un juguete. Él accedió y, previendo algún daño, le dio uno de los más robustos, un camión Tonka de 1950 hecho en material muy resistente. Aun así el niño se lo regresó sin una rueda.

Hablemos de cifras

“El juguete más barato lo compré en $500, que fue un carrito de hojalata, y el más costoso es el Devastador de la tercera película de Transformers, que me costó $600.000”, afirma Juan Carlos. “No tengo vicios y soy muy dedicado al trabajo, esa es mi única pasión, los juguetes. Por eso Marcela es mi cómplice”. Su esposa asiente.

Cuando se conocieron, Juan ya contaba con un poco más de la mitad de la colección, y cuando ella fue por primera vez a su casa se sorprendió, pero con el paso del tiempo comprendió el significado que tenían los juguetes para él.

Por el momento la familia no ha pensado en dejar de adquirir juguetes. “Si encuentro el Mazinger Z a un precio cómodo podría pensarlo, porque en la casa tenemos otras prioridades, pero para mí coleccionar es una pasión”, afirma Juan Carlos.
 

Por Steven Navarrete Cardona

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