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'Somos Luis y Pere, una pareja más'

Esta es la historia particular de una pareja homosexual que, como miles en el mundo, no pretende sólo ser aceptada sino dejar de ser señalada y estigmatizada en una sociedad que todavía considera la homosexualidad una orientación “no tradicional”, “diferente”, “anormal”.

Sorayda Peguero Isaac
02 de junio de 2014 - 03:00 a. m.
Luis y Pere llevan 28 años juntos. Ahora esperan con entusiasmo el nacimiento de un niño que los convertirá en bisabuelos./Almudena Conesa
Luis y Pere llevan 28 años juntos. Ahora esperan con entusiasmo el nacimiento de un niño que los convertirá en bisabuelos./Almudena Conesa

—Ahí tuvimos el primer lance amoroso. Donde estaba plantada la única palmera que había en todo el terreno, cerca de la cabaña de un místico naturista que llamaban Llum de la selva (luz de la selva). El día que nos casamos, veíamos la palmera desde una ventana del juzgado que daba al Parc Catalunya. Ya no está, la cortaron. Luis siempre me dice que quiere que esparza sus cenizas sobre lo que queda de ella. Supongo que cuando llegue el momento, si es que no me voy antes, me tomaré un par de cervezas, iré allí con las cenizas y le rezaré alguna cosa. Supongo.

Calor sofocante en Sabadell, terrazas plenas de gente, niños merodeando en patineta, puestos de helados y granizados, de limón y fresa, es la oferta básica de los bares para neutralizar la xafogor, palabra que los catalanes emplean para referirse a la sensación de bochorno que envuelve la zona mediterránea durante los meses de verano. Pere se cerciora de que Luis está bien, a gusto con el tiempo y el espacio. Ocupamos tres asientos, en este tiempo vespertino y soleado, en este espacio al aire libre, intervenido por la terraza del bar en el que Pere presentó su última exposición de dibujos. Pere Almirón nació en Sabadell —municipio de Barcelona— el 26 de noviembre de 1949, dibujante y pintor —más dibujante que pintor, dice—, amante de la poesía de Whitman, Cernuda, Blake y de la que Luis Villarreal —su Luis— compone para él con la naturaleza muerta que recoge en sus paseos por el monte. —Ya no salgo tanto como antes, voy para 81, los cumplo el 31 de octubre, no estoy pa’ tanto trote —dice Luis. Y recuerda cómo en uno de sus paseos se le apareció la Purísima: una figura de casi un metro, cuerpo de yeso, cara de cartón piedra y pequeñísimas incrustaciones de oro adornando el manto azul. Alguien la ocultó entre los matorrales—. Los que se la robaron se arrepintieron, les entraría la culpa cristiana —advierte. Al día siguiente, y sin saber muy bien por qué, Luis volvió a buscarla. Esa tarde regresó a su casa cargando el peso de una virgen redimida del pecado por la tradición.

Se conocían de vista, tenían amigos en común, se gustaban, lo intuían, pero ninguno de los dos dijo ni hizo nada hasta el día del “lance amoroso” en el parque. Luis, cordobés de nacimiento y catalán (con aspiraciones independentistas) de adopción, llegó a Barcelona cuando tenía veintiún años. Recién finalizaba el servicio militar y la vida, como un enorme puzzle con todas sus piezas sueltas, se le empezaba a plantear como algo serio. Dejó su Córdoba natal con la esperanza de encontrar trabajo en Barcelona. Encontró trabajo, fijó su residencia en Sabadell y se casó. Estaba casado con la madre de sus dos hijos cuando se fijó en Pere. Lo veía pasear por el centro de la ciudad con su desenfadado estilo hippie, su pelo largo. —Tenía un pelazo —asegura Luis. Y se miran, con la mirada cómplice de dos que recuerdan juntos.

—Llegó él y yo quedé desplazado de la cocina, y de la compra —afirma Pere—. Puedo entrar a la cocina a hacer la carne a la plancha, el guacamole, que sé hacer muy bien. —Y el huevo frito —apunta Luis. —Y el huevo frito —reitera Pere—. A mí, la cocina me gusta, pero no tanto como a él, ni lo hago tan bien como él. Luis tiene mucha paciencia y habilidad con las manos. Yo soy la queli, ¿sabes?

¿La Kelly?

—La queli —confirma Pere—: la que limpia —afirman los dos a la vez, riendo con gozo.

—No te creas. Hasta aquí las cosas fueron muy despacio. Yo tenía 40 años y estaba acostumbrado a vivir solo. En mis planes no estaba vivir con nadie. Por eso fui claro con él y le dije: te has divorciado para ser libre, para ser tú. No quiero que lo hagas por mí.

Cuando se casó con la madre de sus hijos, ¿era consciente de su preferencia sexual?

Luis: Me casé por la manera en que se vivía en aquellos tiempos. Ser gay no estaba bien visto; imagínate, la época de la represión. Pero ya de pequeñito me tiraba mucho esto, ya me sentía diferente.

Pere: Yo también estuve a punto de casarme. Es que era inconcebible que uno no se casara y no tuviera hijos. Estabas en este mundo para casarte y tener hijos, y otra forma de vida, aparte de que era la perdición eterna, era impensable. A los 15 años tuve mi primera experiencia. Lo llevaba a medias, medio bien, medio mal... depende del día. Tampoco me sentía a gusto. Me sentía fuera de la ley, culpable, sentía que no estaba en sintonía con el mundo que me rodeaba. También pensaba... fíjate, de tan joven que era, pensaba: un día conoceré una chica que me gustará mucho y se me pasará. Creía que esto era como un vicio, como las drogas, algo que acabaría dejando. Y tuve una novia, pero no funcionó.

Me caí del armario. Tenía 22 años cuando una carta que me mandó un amigo quedó por encima de la mesa. Mi madre la leyó y se enteró. Lo estuvimos hablando. Al principio nunca es fácil, pero entramos bastante bien al tema. Parece que una vez que se enteran tus padres, lo demás te da un poco igual. Cuando lo escondes, la persona que más te duele es tu madre; si tu madre lo sabe, y te entiende, es un alivio. Un gay que tiene el apoyo absoluto de su familia deja de sufrir mucho.

¿Y su padre?

Pere: Fue mi madre la que se encargó de explicarle todo. A mi padre no le gustaba hablar del asunto, nunca lo hablamos, pero él estaba encantando con Luis.

Antes de descubrir la carta, ¿su madre no lo intuyó?

Pere: No, no sospechó nada, no sé por qué... bueno, tampoco soy un hombre amanerado. Es que ese es otro mito: hay muchos hombres que son amanerados y no son gays, y muchos que no tienen nada de pluma y sí lo son.

Luis: Yo iba para cura. Ingresé en un centro cuando tenía trece años. Estuve preparándome hasta que cumplí los 18 o 19. Creía que si me metía a cura se me pasaría aquello, lo que sentía, pero qué va.

¿Desertó?

Luis: No, me echaron.

Pere: En la época más dura de la represión, que esto estaba tan mal visto, era típico: el chaval homosexual que se metía a cura para, de alguna manera, dejar eso; que al final no lo dejaba, porque lo seguía practicando dentro. No entendía muy bien lo que le estaba pasando y quería escapar de la cuestión gay a través de la fe, dejar esta historia, pero eso no es posible.

Luis: Fue porque caí en pecado —sazona la palabra pecado con una migaja de picardía—. Me levantaba por las noches para encontrarme con un compañero. Alguien se chivó y me echaron. Yo no era el único. Por la noche, cuando todo el mundo estaba recogido, a eso de las doce, pasaban cosas. Una vez me trasladaron a una escuela de La Mancha para dar clases. Fui con otros compañeros; éramos cinco chicos y, de los cinco que fuimos, tres éramos gays. Después estuve en Jerez de la Frontera y allí también había unos cuantos.

Cuando dice que “pasaban cosas”, ¿se refiere a que usted y algunos de sus compañeros del seminario tenían relaciones sexuales dentro del centro?

Luis: Sí.

***

“Lo que Dios ha dicho, hombre y mujer los creó, eso no lo va a cambiar nadie, aunque todos los países del mundo, todos los que están degenerando, sigan en eso”. Las declaraciones son de Nicolás de Jesús López Rodríguez, cardenal de la Iglesia católica en República Dominicana y arzobispo de Santo Domingo. El cardenal expresaba su desacuerdo con la designación de James Brewster como embajador de Estados Unidos en República Dominicana, un ciudadano estadounidense abiertamente homosexual, casado con Bob J. Satawake y activista por los derechos del colectivo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales). El juicio mediático empezó con el anuncio de la nominación de Brewster al cargo; representantes de iglesias cristianas y grupos conservadores calificaron su nombramiento como “una falta de respeto” y “una burla de los Estados Unidos”. La opinión pública estaba dividida, sonaban campanas en contra y a favor. Algunas de las réplicas enfrentadas a las declaraciones del arzobispo de Santo Domingo hacían alusión a los escándalos provocados por los casos de pederastia que involucran a sacerdotes de la Iglesia católica, también en el país antillano.

Usted dice que cuando lo trasladaron a La Mancha, lo acompañaban cuatro seminaristas que también fueron designados a un plantel escolar, y que dos de ellos también eran homosexuales. Afirma que, tanto usted como algunos de sus compañeros, sostenían relaciones sexuales mientras estaban en el seminario.

¿Qué pasa con el celibato sacerdotal?

Luis: Pasa lo que pasa. Que allí hay muchos hombres juntos y muy jóvenes. Los hay que están por lo que hay que estar, pero hay algunos a los que les gustan los hombres, a otros les gustan las mujeres… hay de todo. A mí me echaron porque me pillaron, pero más de uno, gay como yo, se quedó allí. Después escribí una carta pidiendo perdón y que me dejaran volver.

¿Lo readmitieron?

Sí.

¿Por qué quiso volver?

Porque me gustaba aquello, yo quería ser cura.

Pero, al final no fue cura.

Luis: No. Me volvieron a echar, por lo mismo.

Pere: Ser célibe, no poder estar ni con hombres ni con mujeres, ya es grave. Eso crea una autorrepresión fuera de lo corriente. Hay muchos homosexuales católicos. Incluso algunos quieren casarse por la Iglesia, sienten esa necesidad, pero la Iglesia no lo permite. Con el tema de los curas pederastas… ¿sabes qué pasa? Muchos curas acaban dando clases en escuelas, y teniendo a los niños muy cerca, y claro, los niños son muy manejables. Pero ser cura y ser pederasta no tiene nada que ver. El que es pederasta es porque es pederasta, puede ser cura, bombero o jardinero.

* * *

En diciembre de 2013, el Parlamento de Uganda aprobó una ley que endurece las penalizaciones aplicadas a los homosexuales. En su primer borrador, la ley castigaba las relaciones entre personas de un mismo sexo con pena de muerte (se redujo a condenas de hasta 14 años de prisión y cadena perpetua para reincidentes). La televisión pública retransmitió el momento en que Yoweri Museveni —presidente de Uganda— ejecutaba la firma oficial de la nueva ley. Museveni presentó los resultados de un informe del Comité de Científicos del Ministerio de Salud y la Universidad de Makerere, que, por encargo del mandatario, realizaron una investigación sobre la homosexualidad. En el punto uno del comunicado de prensa que contiene los resultados de esta investigación dice que “no hay un gen definitivo responsable de la homosexualidad”; el punto dos establece que “la homosexualidad no es una enfermedad sino un mero comportamiento anormal que puede ser aprendido a través de experiencias en la vida”.

¿Se aprende la homosexualidad?

Pere: Es que el humano todo lo aprende. El humano aprende a ser homosexual como aprende a ser heterosexual, porque no es como un animal que actúa por instinto. Aunque podemos tener cierta predisposición, los humanos, como los monos, somos miméticos y todo lo aprendemos: a comer, a caminar, a hablar… El informe de esos científicos es muy mal intencionado. ¿Nunca ha existido una sociedad que no haya tenido su parte de homosexualidad, su parte de ascetismo, su parte de misoginia? La sociedad es como una ensalada de muchas cosas. Los gays somos normales, no somos un grupo dentro de la sociedad, somos parte de la sociedad. Y somos tan buenos y tan malos como lo puede ser cualquier ser humano. Tenemos virtudes y defectos, como todos. La asignatura que tenemos pendiente es la convivencia. Luis y yo, en nuestra vida diaria, convivimos con muchos más heterosexuales que con gays. Para los hijos de nuestros amigos somos Luis y Pere, los amigos de la casa, una pareja más. Sin embargo, ahora hay un montón de gays que salieron del armario, pero que no salieron del gueto, su relación es única y exclusivamente entre gays y eso contribuye a que se nos estigmatice como un grupo aparte, no integrado en la sociedad. Afortunadamente, en este país tenemos los mismos derechos que cualquier ciudadano, y lo que tenemos que hacer es practicarlos. A nosotros nos pasa: vamos a algún sitio y me preguntan que si Luis es mi padre y yo contesto: no, es mi marido. Y en la escalera del edificio en el que vivimos todo el mundo sabe que somos marido y marido. Tampoco se trata de decirlo porque sí; cuando ha salido el tema, y alguien me ha preguntado si tengo mujer o hijos, con toda la naturalidad del mundo digo: tengo marido. De eso se trata: hablar de esto como lo que es, con normalidad absoluta.

***
Hay un hombre con la cabeza rapada al cero, gorro militar, barba abundante, gafas estilo aviador, el torso desnudo —cubierto sólo por unas correas de cuero—. La expresión de su cara es plácida, podría decirse que está feliz; quizás porque, a su lado, un hombre de cabellera pelirroja, vestido con camisa y pantalones tipo bermudas, besa su mejilla con los ojos cerrados. La escena corresponde a un cartel de la campaña “Besa con orgullo”, reclamo publicitario de la quinta edición del Festival Pride Barcelona 2013. El festival (muestra del orgullo LGBT) reivindicaba el beso como una expresión de cariño universal.

¿Es la celebración del orgullo gay una herramienta efectiva para reivindicar los derechos de los homosexuales?

Pere: Luis y yo fuimos a ver la caravana porque a nosotros todo lo que sea fiesta ya nos gusta, y la caravana es una fiesta. No me gusta que se haya convertido en algo tan comercial, pero, por otra parte, sí que me gusta, porque el mundo todavía está muy cerrado con este tema y esta es una manera de darle presencia, de que se vea. El Pride se hace en Barcelona, Madrid, Berlín, Colonia, Sídney, en todas las grandes capitales del mundo, pero en Rusia, por ejemplo, lo prohibieron.

* * *
Durante su visita a Ámsterdam, el 8 de abril de 2013, Vladimir Putin declaró: “Quiero que todo el mundo entienda que en Rusia no hay infracciones a los derechos de las minorías sexuales. Son personas, igual que los demás, y poseen todos los derechos y libertades”. La ciudad recibió al presidente ruso con banderas del arcoíris (símbolo del orgullo LGBT) bajadas a media asta y miles de personas se congregaron para repudiar una ley que restringe la libertad de expresión de los homosexuales en Rusia. En Moscú, “besar con orgullo” puede ser un problema; si los que se besan son del mismo sexo pueden enfrentar una lluvia de agresiones e insultos, como la que recibieron los manifestantes homosexuales que resolvieron besarse delante del Parlamento Ruso el mismo día que fue aprobada la ley contra la propaganda de “relaciones sexuales no tradicionales”.
Son casi las siete de la tarde. Hay gente sentada alrededor de las mesas contiguas, gente que vemos y que nos ve, gente que pasa. Ustedes podrían besar

se aquí mismo; independientemente de lo que piensen los demás, pueden hacerlo. Las manifestaciones de cariño entre homosexuales no son un delito en España, pero, además del carácter violento que sabemos que puede llegar a tener, la homofobia adquiere formas diversas, más sutiles y discretas, pero perceptibles e igualmente dañinas. Estas manifestaciones de rechazo son como pequeñas bacterias, están en las escuelas, en los lugares de trabajo, forman parte de la vida cotidiana de sus víctimas.

¿Alguna vez han sufrido discriminación?

Luis señala el edificio que está frente al bar, un centro de creación artística que hasta finales de los años 80 funcionó como tintorería industrial. —Yo trabajé ahí 36 años. Cuando se enteraron de que me había separado de mi mujer, y se supo que estaba con Pere, madre mía… La que liaron. Al principio lo pasé bastante mal. A veces, Pere me llamaba por teléfono y algunos compañeros del trabajo se hacían los graciosos: “Te llama tu amigo”, me decían, pero me lo decían así, con un poco de cachondeo, ¿sabes? Que si cuando estábamos en la cama esto o lo otro, me preguntaban unas cosas… Yo pasaba olímpicamente. Iba aguantando y aguantando… aguanté hasta que se cansaron.

* * *
Carlos Vigil no aguantó. Tenía 17 años. El sábado 13 de julio de 2013 escribió: “Los chicos en el instituto tienen razón, soy un perdedor, un freak y un maricón, y de ninguna manera esto es aceptable para la gente. Siento no ser una persona de la que alguien pueda estar orgulloso”. Carlos era homosexual. Se suicidó después de publicar esta nota en su cuenta de Twitter. Su padre declaró a la prensa que ese fin de semana el joven de Nuevo México, Estados Unidos, participó en una charla que formaba parte de su lucha para que en su legislatura estatal se creara un proyecto de ley contra el acoso escolar. Su madre afirma que, cuando empezó a sufrir acoso, Carlos apenas tenía ocho años. En su mensaje de despedida lamentaba: “Siento no haber sido capaz de amar a nadie o que alguien me amara”.

Proteger a los niños es un argumento que se repite en algunos de los discursos que defienden leyes promulgadas últimamente contra la homosexualidad. Yelena Mizúlina, jefa del Comité Parlamentario de Familia, Mujeres e Infancia y diputada del Partido Socialdemócrata Rusia Justa, dice que la ley contra la propaganda de “relaciones sexuales no tradicionales” persigue evitar que los niños tengan acceso a cánones sexuales opuestos al patrón de la familia clásica. Ante las críticas expresadas por altos dirigentes internacionales, que condenaron el endurecimiento de la ley antihomosexual instaurada en Uganda, Rossette Nyirinkindi Katungye, representante permanente adjunta de la República de Uganda, argumentó: “Se trata de proteger a nuestros hijos de quienes se dedican a reclutarlos para actos de homosexualidad y lesbianismo”.

Ustedes tienen seis nietos. ¿Ser abiertamente homosexuales los convierte en una mala influencia para ellos?

Luis: Claro que no.

Pere: Absolutamente no. Esas son excusas estúpidas. Los niños lo que necesitan es amor, cariño y bienestar. La homosexualidad existe, ¿para qué esconderla? No se trata de hacer apología y caer en lo porno, de eso ya se ocupan las leyes hace tiempo. Mira, hace poco leí una frase de Lennon... —intenta componer la frase, busca el orden de las palabras. Duda—. Voy a ver si la encuentro. —Hojea su pequeña libreta de apuntes. Encuentra la cita: “Vivimos en un mundo donde la gente se esconde para hacer el amor, aunque la violencia se practica a plena luz del día”. Cierra la libreta.

***

Son casi las seis de la tarde. Al otro lado de la ventana —en casa de Luis y Pere— la hojarasca de octubre exhibe hasta cinco tonos distintos de color ocre. Mientras esperamos la llegada de Almudena, la fotógrafa, Pere nos sirve unas tazas de un líquido humeante y rojizo, de aroma dulzón. —Té de frutos del bosque —anuncia—. ¿Esto va grabando o qué? —interroga Luis, señalando la grabadora que dejé hace rato sobre la mesa del salón, muy cerca de la agenda en la que Pere plasma un bosquejo distinto cada día. A un costado del sofá, mirando siempre al frente, “La Puri”, nombre doméstico de la virgen “aparecida” en el monte. —Va grabando —contesto a Luis, y presiono el botón rojo.

Pere recuerda su salida del armario como una caída estrepitosa. Por suerte, las cosas salieron mejor de lo que él esperaba; en cambio, su situación era mucho más delicada. Estaba casado, tenía una familia.

Luis: No fue fácil, no. Quien peor lo llevó, naturalmente, fue mi exmujer. Mis hijos ya eran mayores y lo aceptaron bien. Agradecieron que fuera sincero, que finalmente me mostrara ante ellos tal y como soy. Mis padres murieron siendo yo muy jovencito, nunca supieron nada, y mis hermanos no se sorprendieron. Yo creo que ya lo sabían, aunque no me lo dijeran. Sentí que me sacaba un gran peso de encima.

Suena el timbre. Luis se acerca al recibidor, descuelga el interfono y abre la puerta. —Almudena viene subiendo —avisa. Después de saludarla, camina por el pasillo que conduce a las habitaciones, quiere acicalarse un poco antes de empezar con las fotos.

Ambos están de acuerdo: Luis es coqueto, y celoso.

Pere: Muy celoso. Y orgulloso. Le cuesta ceder cuando cree que tiene la razón, pero yo no dejo que le dure mucho el disgusto, enseguida lo contento. —Y de nuevo la risa, y la mirada cómplice—. En veintiocho años no hemos estado ni veinticuatro horas sin hablarnos. Imposible.

El 3 de julio de 2005, España ingresó en la lista de los países del mundo (15 en la actualidad) que reconocen legalmente, y en todo su territorio el matrimonio entre personas del mismo sexo. Un año más tarde, y después de veinte años de relación, ustedes decidieron casarse. ¿Era importante?

Luis: No fue una gran fiesta. Fue algo muy íntimo y sencillo, pero estuvo todo muy bonito, lo pasamos bien aquel día.

Pere: Fue importante en cuanto a conseguir un derecho que nos estaba negado. Pensamos que casarnos era también una forma de regularizar temas administrativos. Si él está internado en el hospital, por ejemplo, y no estamos casados, yo no tengo ningún derecho.

Veintiocho años de convivencia. Un piso próximo al Bosquet de la Concòrdia, una cama vestida con los colores de la bandera anarquista, un can de 9 años (Noah), una batalla contra el cáncer ganada, un café con leche a las seis de la tarde, casi siempre en el bar de “la china”, los amigos, los nietos...
Luis y Pere aguardan, con ostensible entusiasmo, el nacimiento de un niño que los convertirá en bisabuelos. Esperan que pase el invierno para “escapar” de la ciudad, para pasar unos días en el Norte de España, cuando por fin regrese la primavera. Así viven y beben de los días, compartiéndolo todo, incluso los síntomas de una patología crónica y compleja, “una de las enfermedades más jodidas y contagiosas”, según el escritor Eduardo Galeano, esa que llaman amor.

Por Sorayda Peguero Isaac

 

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