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Yolanda Rayo, la reina de los musicales

Se abre el telón y una luz amarilla fluorescente resalta una abundante melena rubia y ensortijada, atada por un pequeño lazo de flores que a simple vista se esfuerza para sostener tanto cabello.

Jessica Leguizamón
18 de julio de 2015 - 03:51 a. m.

Se abre el telón y una luz amarilla fluorescente resalta una abundante melena rubia y ensortijada, atada por un pequeño lazo de flores que a simple vista se esfuerza para sostener tanto cabello.

Unas gafas de color verde con negro enmarcan un rostro conocido y una piel lozana. Los destellos del escenario se marcan en sus pómulos.

Una trusa verde demarca una silueta que se presenta danzante y armoniosa con las luces y la música del lugar. Una voz estruendosa, potente y grave estremece el auditorio desde el escenario hasta la última fila de sillas y centra la atención, ya que es una voz conocida por un vibrato particular y por ser la voz que le dio vida al tema musical de la novela Betty la fea: “Se dice de mí, se dice que soy fea, que camino a lo malevo, que soy chueca y que me muevo con un aire compadrón. Que parezco un dinosaurio, mi nariz es puntiaguda, la figura no me ayuda, y mi boca es un buzón”.

La misma luz amarilla, pero con un toque blanco, revela el rostro de Yolanda Rayo. Pero esta vez es otra, es María, su personaje en la obra de teatro musical Divorciadas.

María es tenue y melancólica, mientras que Rayo es fuerte y poderosa. La transformación se presenta como si la actriz se quedara sin fuerza y la consumiera una profunda tristeza, un gran desamor.

Yolanda Rayo lleva 25 años de carrera artística y empezó cantando en la cima de una piedra en la finca de sus abuelos maternos. El público la conoció en el programa Exitosos, conducido por Fernando González Pacheco. Pero ella ya venía guerreándola desde mucho tiempo atrás en las orquestas y asegura que, a pesar de los años, sigue aprendiendo.

“No me conformé con cantar bien. Estoy en constante formación y los invito a todos a hacerlo. Hay que tener honestidad con el trabajo, credibilidad y respeto. A mí la gente no me ama por lo que canto sino por como canto”.

Afirma que su vida cambió desde aquella primera aparición. Y se dio cuenta cuando salió con su familia a comer gallina en el barrio Venecia y alguien le pidió un autógrafo. No lo podía creer.

El sueño nunca fue ser cantante, era cantar. “Llevo 25 años de carrera artística y nunca he sonado en radio”. Dice con firmeza que lo único que a uno no le pueden quitar es el talento y la ilusión, y de su talento ha vivido todo este tiempo.

Quiere montar un karaoke que se va llamar Rayolandia, para todos los cantantes frustrados, y grabar tres discos. Estos son los proyectos del final de sus días, asegura.

Pero no fue la música lo que llenó del todo a Yolanda Rayo. En el teatro musical encontró el equilibrio perfecto. Después de empezar como actriz en el programa Padres e hijos, y aunque originalmente tenía sólo 15 capítulos, terminó quedándose 15 meses y decidió estudiar actuación, ya que no quería verse en la pantalla como si simplemente fuese ella usando otro nombre, sino como una actriz capaz de transmutarse para darles vida a sus personajes. “En el hacer con formación están la honestidad y el agradecimiento por el talento”, dice.

Quiere que la recuerden como una mujer que se ganó el respeto por ser una buena artista, íntegra. Y gracias a esto la apodan la “reina de los musicales”, pues su trayectoria protagonizándolos ya es larga. Obras como De cantina en cantina, Chicago, Infieles y Divorciadas, entre otras, revelan que hace mucho tiempo Yolanda Rayo no está en el escenario: las verdaderas protagonistas son otras mujeres en su piel. Mujeres diversas y distintas la poseen cada noche. Cuando se abre el telón, las luces y el humo son artífices de la transformación.

Una asesina fugitiva, una eterna enamorada del amor a la que no le importa que su marido no trabaje y otra mujer con un dilema terrible al estar casada por siete años y tener que divorciarse porque su esposo quiere viajar a Madrid y ella debe dejar su carrera como cantante y actriz. No son Yolanda Rayo, son su antítesis.

Pero quién es Yolanda Rayo, una artista que con 25 años de carrera aprendió a tener los pies sobre la tierra y descubrió que el secreto está en el hacer con credibilidad, no subirse en el escenario a competir con otros compañeros sino a meter goles haciendo el pase.

Dice que está en el mejor momento de su vida, actuando en cuatro musicales a la vez, pues es una maravilla que el talento y la disciplina se vean reflejados en trabajos de calidad.

Es inevitable preguntarle cómo hace para verse tan radiante, tan feliz y con tanta energía en cada entrevista, cada personaje, cada aparición, y responde con mucha fuerza que es una actitud no disfrazada. “Mi casa me brinda la paz que yo no le brindo al resto del universo”, asegura.

Piensa y construye en positivo. Cuando está triste no sale de su casa hasta que se recarga de buena energía, pues no le gusta que la vean así. “Todo fluye con una sonrisa”, afirma.

Enciende un cigarrillo y habla del amor. Se nota que es de esas personas que, cuando aman, aman con ganas, con locura, de esas que viven como si la vida durara un solo día. Estuvo 23 años casada y se divorció para que su esposo pudiera ser padre. Después tuvo una tusa que la hizo derramar muchas lágrimas. Dice que cuando el amor se va las cosas son más claras. El momento más triste de su vida fue cuando se enteró de la diabetes de su padre; se le inundan los ojos al hablar de esto. Heredó de ellos la fuerza y las ganas de vivir y la energía contagiosa. Guarda en su mente el recuerdo más feliz: cuando nació su primera sobrina.

Yolanda Rayo es auténtica, desparpajada. Se define como una niña grande, y bien grande en el alma. Su máxima cualidad, y también su mayor defecto, es la imprudencia. Odia las máscaras. Dice que de ella nadie puede esperar una puñalada trapera, porque las da de frente. En alguna ocasión alguien dijo que era excéntrica, y puede ser. Usa muchos colores y flores en el pelo, tiene un collar en forma de corazón que da visos de colores con el reflejo del sol y combina a la perfección con un moño rosado que se aloja en sus rizos. Aunque le encantan los colores vistosos y vibrantes, odia el animal print.

Es devota de la Virgen de Santa Marta. Le tiene un altar en su apartamento y carga en su billetera una estampita. Todos los lunes en la noche, justo antes de que empiece el martes, se arrodilla ante ella.

Tiene unas pestañas larguísimas, con el rímel bien marcado. Cuando ríe, los ojos se le hacen enormes, y se despide con un abrazo y un beso afectuosos. Huele delicioso y al tocar mis manos las suyas son suaves y cálidas, cálidas como ella, como su abrazo, como verla en escena, como conversar con ella.

Por Jessica Leguizamón

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