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Perú y el 'nuevo teatro latinoamericano'

La compañía Yuyachkani lleva más de 42 años articulando la realidad a la ficción y buscando establecer una nueva relación con el público. Diálogo con Ana Correa, una de sus intérpretes.

David Otero Nieto
11 de mayo de 2014 - 03:45 p. m.
/Cortesía
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Ana Correa está convencida, así como las mujeres del teatro que hoy se agrupan entorno a la red internacional ‘The Magdalena Project’, de la importancia que tienen sus voces para la nueva dramaturgia, la misma que se construyó en la segunda mitad del siglo pasado en aras de desarrollar una nueva relación con los públicos sin perder la cultura, la historia propia y el territorio como parte de un permanente ciclo de memoria.

El colectivo Yuyachkani, una palabra quechua que significa “estoy pensando, estoy recordando”, fue fundado en 1971 y recibió a Ana Correa en 1978, en momentos en los que la violencia cotidiana se apoderaba de Perú y comenzaba a nutrir el sustrato de realidad que sostiene los imaginarios de Yuyachkani, que vive, así como Ana, entre la ficción y la realidad.

Ella recuerda con precisión cada periodo de su carrera en el teatro y cada contexto de la realidad peruana en el cual se desarrollaron sus creaciones. Una serie de vivencias entrelazadas que llevan a la intérprete peruana a preguntarse: “quién alimentó a quién en estos años, si mis personajes a mi o yo a mis personajes”.

Como el colectivo artístico peruano quiere desarrollar un diálogo en el que el ‘público consumidor’ se transforme en un ‘espectador interlocutor’, también se ha preocupado por mostrar “el teatro desde adentro”, una construcción colectiva en la cual la técnica y la relación con los objetos ayuda a extraer nuevas interpretaciones y emotividades que se apoderan de los cuerpos en la interpretación.
Ana Correa cita las palabras de uno de sus grandes maestros, Bertolt Brech, para ejemplificar este punto: “Muéstrenle a sus espectadores que ustedes no hacen magia, sino que trabajan”, rememora.


¿Cuándo ingresó a Yuyachkani?

En el año 78, cuando el grupo tenía siete de formado. Entré con una experiencia también de siete años antes. Coincido con la formación del grupo y mi formación profesional, yo los veía de lejos, me salgo de la escuela teatro porque si bien hay una dictadura de Juan Velasco Alvarado, esta tiene una característica muy particular, porque habla de una revolución de las fuerzas armadas hacia el país e implementa unas reformas impresionantes, la de la educación, que nos llevó a ser el segundo país más importante a nivel cultural en Suramérica y realizó también una reforma agraria en un país lleno de terratenientes.

Yo venía en la escuela realizando teatro clásico, español, pero quería hacer algo que dialogara con los nuevos espectadores que queríamos crear y miro a Yuyachkani desde afuera haciendo teatro en los barrios hasta que nos encontramos y me invitan a formar parte de un proceso muy bello: crear la obra ‘Allpa Rayku’, ‘Una fiesta en el campo’, donde el grupo decide preguntarse cómo es el teatro peruano, a quién queremos dirigirnos, y nos damos cuenta de que se tenía que teñir de cultura y nuestra cultura mayor es la Andina.


¿Cuántas personas forman parte de Yuyachkani?

Somos siete, seis actores, Miguel Rubio el director y una productora asociada. Hay actores muy importantes para el país: está Rebeca Ralli, Débora Correa, Augusto Casafranca, Julián Vargas. También otros actores del grupo hemos hecho dirección pero Miguel Rubio es nuestro conductor fundamental, ha estado llevando la memoria del grupo escribiendo libros, al igual que los actores hemos estado escribiendo, pero desde la perspectiva del artista creador.


Así como en otras obras peruanas que han llegado a la Filbo, por ejemplo ‘Criadero’, la narrativa se nutre de las vivencias particulares de episodios en la historia del país ¿qué se puede aprender de Perú a partir de las obras que trae Yuyachkani?

Confesiones es una acción escénica donde se crea una trenza dramatúrgica que comenzó siendo una demostración de trabajo, el director y yo queríamos mostrar el viaje de la presencia al personaje. Seleccionamos seis mujeres que he construido a lo largo de los años en mi trabajo en Yuyachkani, sobre todo en los años donde el país entra en una vorágine de violencia generalizada que comienza en los ochenta y el colectivo se fundó en el 71.

Nosotros hemos estado inmersos en un país que vivía una guerra civil, los personajes nacieron en estos años y el objetivo era hacer una mirada técnica para actores y actrices mostrando qué elementos habían intervenido, pero en el proceso de creación nos damos cuenta que hay muchas cosas por revelar, no es la parte técnica nada más. Aparece qué me estaba pasando a mi como mujer, como madre, como compañera en estos 20 años de violencia, cuando decido a tener mis hijos en mitad de la guerra, qué tipo de apuesta es esa a la vida, cuando el país se hundía en la muerte y mi generación, muchos amigos nuestros, se ven obligados a salir del país.

A muchos los vimos morir en manos de Sendero Luminoso o las fuerzas armadas, entonces aparece la figura de la mujer y el testimonio de Yuyachkani, hablábamos del país y al mismo tiempo de nosotros, la acción se trenzó con los testimonios. Es como sacarte la piel y que vayan apareciendo todos esos personajes, la actriz, la mujer para finalmente decir que la fantasía y la realidad se cruzan, para preguntarme quién alimentó a quién en estos años, si mis personajes a mi o yo a mis personajes.


Parece que las temáticas que en algún momento se presentaron en la historia de Yuyachkani y, al mismo tiempo en la realidad peruana, son aún latentes y reviven constantemente…

Yo creo que sí, por eso miramos a Colombia, somos países pluriculturales, multilingüisticos y con una presencia indígena importante, una gran diversidad de razas y más de 60 años de guerra. Los carteles del narcotráfico y los grupos armados existen también en el Perú, somos muy parecidos, si ves el mapa de Perú te encuentras con tres cuartas partes verdes, amazónicas, pero con una cultura andina muy fuerte y una presencia indígena altísima.

Es una compleja manera de vivir que hemos visto así desde que nacimos y por otro lado vemos también cómo Colombia construye, construye grupos de teatro de altísima calidad, que se renuevan permanentemente, con maestros y maestras que pueden influenciar el movimiento latinoamericano. Cuando insistimos tercamente en venir es para mirarnos. Yo sé que va a llegar el movimiento del teatro, van a llegar los jóvenes teatreros, porque en la cosmovisión andina el pasado está adelante, cuando los indígenas dicen ‘el pasado’ señalan adelante y el futuro atrás, porque no lo conocemos.


¿Cuál es la función política que tiene el arte como gestor de movimientos sociales y generador de cambios a partir de la conformación de colectivos?

El teatro levanta preguntas, definitivamente no tenemos que dar respuestas pero yo veo que los talleres de teatro, y el compartir las herramientas de trabajo, ha ido más allá de montar las obras con un objetivo únicamente artístico. Siento que el arte está ayudando en la sanación de un pueblo pos-violencia armada, fortalece identidad, autoestima, género y combate la violencia y la pobreza. Creo que si América Latina necesita algo es que el arte se masifique, no solamente somos los artistas, es salir de las salas, utilizar espacios no convencionales o realizar en las salas interpretaciones no tradicionales y tradicionales.

Hemos trabajado con mujeres víctimas de violencias sexual, familiares de desaparecidos que quieren ver a sus seres queridos, porque el rito de enterramiento en nuestra cultura es muy fuerte, tú necesitas cerrar ese ciclo. El arte en general ha abierto horizontes y en ese proceso vamos sanando también nosotros. Yo me he pasado 30 años de mi vida en escena sintiendo el dolor de las víctimas, representando a estas personas, y ahí es donde se mezcló con tu vida y empiezas a preguntarte por ti misma.
Cuando terminan los años de guerra civil y aparece la Comisión de la Verdad nos hablan de 70.000 desaparecidos donde casi el 90 % eran indígenas quechua-hablantes, hay una necesidad de no hablar estadísticamente sino de visibilizar y saber quién es ese individuo que para el estado no nació ni murió y me interesa su vida. No solamente buscas el cuerpo, buscas también sus cosas, su ropa, su familia, su vida, sus hijos, estamos en un proceso en el arte donde es importante visibilizar porque ya hay mucha estadística.
¿Cuántos muertos hay en el río Magdalena?, pero, quiénes son ellos, es importante que lo sepamos, que los veamos, porque si no nos vamos a deshumanizar, si hay 30 millones de niños que mueren en las calles del planeta pues somos la única especie viva que no cuida a sus cachorros, puedes ver a todo ser vivo protegiendo su propia especie.


¿Qué retos conlleva el estar en una feria no dedicada exclusivamente a las artes escénicas?

Para la Filbo traigo un acto que preparé para mercados andinos, se llama ‘Rosa Cuchillos’, inspirada en una novela de Óscar Colchado Lucio que lleva el mismo nombre, es un espíritu, un ‘Almaviva’ como dicen en mi pueblo, que cuenta.

Aparece en el año 2002 porque regresa para contar cómo ella busca a su hijo desaparecido más allá de la muerte, porque ahí estoy hablando de una cosmovisión andina, donde existen tres mundos: el ‘Kaypacha’, que es donde estamos nosotros, representado por el puma; el ‘Jananpacha’, el mundo de arriba, de los dioses, representado por el cóndor; y el ‘Ukupacha’, el mundo de abajo representado por la ‘Maru’, la serpiente, pero donde también están presentes los ancestros.

Esta mujer muere buscando al hijo y más allá de la muerte recorre los mundos en su búsqueda. Yo tengo el reto de trasmitir no solamente una breve historia sino una cosmovisión y transportarte por un instante a su mundo, porque es otro, entrelazado por la globalización.

 

koastska@hotmail.com
@lacostamalvada
 

Por David Otero Nieto

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