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Dominga Sotomayor: “las películas que hago vienen de una pulsión personal”

Una conversación, más que una entrevista, sobre la exploración cinematográfica de esta directora chilena. Su propuesta autoral la llevó a ser la primera mujer en ganar el Leopardo de Oro en el Festival de Locarno en Suiza. Y que hoy sea una de las invitadas del Festival Miradas en Medellín.

Alberto González Martínez
25 de noviembre de 2022 - 05:00 p. m.
El año pasado Dominga Sotomayor presentó en Cannes una nueva propuesta llamada “Tormenta interminable” .
El año pasado Dominga Sotomayor presentó en Cannes una nueva propuesta llamada “Tormenta interminable” .
Foto: Cortesía

Nunca había escuchado hablar de Dominga. Tampoco las personas a las que les pregunté. Quizá porque es la primera vez que viene a Medellín. Aunque ya había estados en otros festivales de cine en Colombia: el Festival Internacional de Cartagena, hace cuatro años, y el de Villa de Leyva en 2012.

Víctor Gaviria sí conocía su obra. Fue él, en su rol de director de Miradas, quien la propuso y la contactó. Le llamó la atención la forma particular de narrar Chile en sus 2 largometrajes y 8 cortos. También sus clases en Havard y su propuesta de crear un cine, en Santiago de Chile, que proyectara las películas que antes no se veían.

El año pasado presentó en Cannes una nueva propuesta. Es una construcción colectiva, con directores como el tailandés Apichatpong Weerasethakul, donde recoge varios cortos que se trasforman en un largometraje: “Tormenta interminable” se llama. Sus otras dos películas son “Tarde para morir joven” y “De jueves a Domingo”, ganadoras en el Festival de Locarno y Rotterdam.

Ahora Dominga llegó a Miradas. Cuando me veo con ella lo primero que le pregunto es por Víctor y lo primero que me responde es “Rodrigo D. No Futuro”. Luego le hago las preguntas típicas sobre la ciudad, pero no me puede responder porque solo conocía el camino al hotel.

Había visto su obra antes de entrevistarla. Algo que me quedó resonando fue la cantidad de referencias musicales en sus películas. Supuse que algo tenía que ver con la personalidad de Dominga. Cuando le pregunté por la última canción que había escuchado no la recordaba. Eso me tomó por sorpresa. Insistí preguntando si en el avión escuchó algo. Me respondió que no, que estaba leyendo el último libro de la escritora mexicana Valeria Luiselli.

Tus películas están llenas de instrumentos, canciones y diálogos que refieren a la música, ¿hay tanta música en tu vida cómo en el cine?

Yo no escucho música casi ─se ríe─. Me encanta la música, pero soy una persona muy de silencio. Me encanta manejar mientras escucho, pero me cuesta convivir con la música al mismo tiempo. “Tarde para morir joven” es muy musical, siempre la pensé así. Me motivaba pensar en lo críptico que había sido la música en esa época de la transición de la dictadura. Por un lado estaba la música de denuncia contra la dictadura y eso chocaba con otras que estaban de moda como las de Michael Jackson.

¿Entonces más que por tu gusto es por la música que se escuchaba en esa época?

En las dos películas siempre me ha interesado cómo la música que escuchan los personajes revela sus emociones. Les cuesta mucho expresar lo que están viviendo, pero a través de las canciones que escuchan filtran esos estados emocionales. En “Tarde para morir joven”, Sofía escucha música en inglés porque se quiere ir de ahí, Lucas escucha música argentina y latina y así.

¿Has escuchado música colombiana? ¿Algún músico que te llame la atención?

Shakira fue una figura Latinoamérica. No sé muy bien en qué está ahora, pero me gustaba mucho cuando chica. La comparan ahora mucho con el fenómeno de Rosalía.

Y en cuanto a los directores o directoras en Colombia, me hablabas antes de Víctor Gaviria, ¿pero hay algún otro?

Hay uno de Cali.

¿Del Grupo de Cali? ¿Luis Ospina, podría ser?

Me fascina el trabajo de Luis Ospina. Diría que es el que más admiro.

Ese movimiento fue importante para nuestro cine. En Chile actualmente hay un boom: están presentes en los Oscar y los festivales europeos, desde aquí se ve un cine próspero, ¿cómo se ve desde allá?

Es bien impresionante porque es una odisea hacer cine en Chile. Pero se ha logrado gestar porque hay una política pública audiovisual en los últimos años. Se han inyectado fondos en la producción, pero no apoyo a la distribución. Ha pasado esto de los Goya y los Oscar, pero en Chile muy poquita gente ve cine chileno. Hay una disparidad entre lo que se hace y lo que se ve. Desde afuera se ve como una industria desarrollada, desde dentro se ve como luchas muy individuales.

¿Qué tanto dista el cine que haces, que es más de autor, al cine de la industria?

Mis películas han estado en Locarno y Rotterdam que son festivales de otro circuito. No está entre mis proyecciones de vida estar en los Oscar, por ejemplo. Si llega a pasar qué lindo. Pero siempre me involucro en proyectos muy personales. He tenido también el privilegio de no tener que vivir de mis películas, hasta ahora, porque es muy difícil vivir de ellas en Chile. Para mí es una exploración del lenguaje que me lo tomo con mucha libertad y me costaría hacer una que se enmarque en las expectativas de Amazon o Netflix.

Has dicho en otras entrevistas que tus películas están enmarcadas en tus recuerdos y se me vine la idea de un álbum de fotos, pero con películas.

Sería un poco egoísta hacer películas solo para recordar mi infancia. Creo que es más que eso. Hay una ilusión de generar una reflexión, incomodidad en el otro. Si fuera un álbum de fotos me quedaría con él. Me emociona el lenguaje del cine, más allá de la historia. Me ilusiona ampliar el lenguaje. Creo que el cine no se ha terminado de inventar y eso es lo que más me entusiasma de hacer películas. Pero sí, todas las películas que hago vienen de una pulsión personal, de una necesidad irracional que no se puede planear. Solamente sé la que será mi próxima película cuando tengo una imagen.

¿Siempre llega de una imagen?

Sí, lo primero que viene es una imagen. No como un álbum de fotos, pero sí, un poco sí, en el sentido de que es capturar algo que se me va a olvidar. Pienso en cosas que se me van a borrar de la memoria, de ahí comienzo a trabajar la ficción y ahí va creciendo esa ficción con muchas otras cosas. Pa’ mí el cine es una manera de relacionarme con el mundo. Hasta ahora, han sido procesos muy personales que he trabajado desde la memoria, pero mi próxima película es un poco diferente, es más una proyección, pero no puedo hablar mucho porque la estoy escribiendo.

Eso de ficcionar a partir de las propias vivencias es lo que se ha llamado autoficción.

Pero son más que autoficción. No son mi vida, están basadas en ella. Autoficción es un poco limitante.

¿Definirlas en un género también es limitante?

Me cuestan mucho las categorías. También creo que las películas están vivas. Me parece bonito avanzar en borrar un poco los límites de género. Simplemente son películas.

En la plataforma Mubi la descripción dice que tu obra ha sido “influenciada por la familia Couve”

No sabía que salía eso en Mubi —lo dice sorprendida—. Creo que me han influenciado mucho las mujeres de mi familia: Mi abuela con su pintura que ha atravesado su vida, mi mamá es actriz, también tengo un tío escritor.

Fuiste la primera mujer en ganarse el Leopardo de Oro en Locarno. Eso fue un mensaje contundente para las mujeres que hacen cine.

En ese momento salió mucho esa idea de “la primera mujer” y me parecía casi peyorativo que se celebrara tanto solo porque era una mujer. Era muy bonito que se visibilizara la dirección de esa película y simplemente decir “Dominga se ganó el Leopardo”. Pero por otro lado, a las mujeres nos ha costado más que a los hombres. Eso es una realidad.

Al cine latinoamericano también le ha costado, ¿cómo ves el panorama?

A mí lo que más me ilusiona es generar un nuevo panorama latinoamericano. Porque normalmente se ha definido desde Europa o Estados Unidos. Qué es el cine latinoamericano. Qué es el cine colombiano, si es la guerra, o si el chileno es la dictadura. Hay que volver a mirar nuestra cinematografía, por eso me gusta venir a estos festivales como en Medellín porque tenemos que encontrarnos y conversar de lo que estamos haciendo. Cómo podemos hacer que nuestro cine llegue a nuestra gente porque en Chile se ve poco cine chileno y cero latinoamericano.

Has estado en festivales grandes, pero también en festivales pequeños…

Me encantan los festivales chichos. Los grandes son importantes a nivel de industria. Uno tiene visibilidad mayor pa’ los estrenos, pero en los chicos en donde uno se encuentra con la gente, con el público, donde no hay capas de gente. Me pasa también que me dicen que porqué hice un corto después de un largometraje. Creo mucho en la idea de la dispersión. Entonces me gusta hacer largos, cortos, experimentales. Así como me gusta ir a festivales grandes y chicos. Lo que finalmente me importa es encontrarme con la gente.

¿Se podría decir que esto de hacer cortos y largos para un cineasta es como para un escritor hacer cuentos y novelas?

Quizá sí. Es que hay una idea muy aristotélica de cómo tienen que ser las carreras. Yo no pienso en la carrera. A veces hago un largometraje y de repente me invitan a hacer un proyecto colectivo y luego una idea para otra cosa. Al mismo tiempo, produzco con amigos y tengo un cine chiquitico en Chile que se llama Centro de Cine y Creación. También hago clases. Soy una persona por naturaleza muy dispersa.

Das clases de cine en Harvard, ¿encuentras en hacer cine algo de la pedagogía?

Creo que es muy parecido. Es como la actuación: estar en el otro, concentrase, vincularse. Cuando produzco una película de un amigo, me involucro creativamente y emocionalmente en todo el proceso. Hacer clase es parecido porque yo enseño de dirección de ficción, es ayudar a dirigir que una idea muy vaga termine siendo una película.

Por Alberto González Martínez

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