Fernando Gaitán, el mago

Dago García, vicepresidente de Producción del Canal Caracol, escribe una semblanza de su colega y amigo fallecido esta semana.

Dago García / Especial para El Espectador
03 de febrero de 2019 - 02:00 a. m.
Fernando Gaitán Salom nació el 9 de noviembre de 1960 en Bogotá y murió el pasado 29 de enero en la Clínica del Country tras un infarto.  / Archivo Cromos
Fernando Gaitán Salom nació el 9 de noviembre de 1960 en Bogotá y murió el pasado 29 de enero en la Clínica del Country tras un infarto. / Archivo Cromos

Escribir para televisión es un oficio extraño, una mezcla absurda de trabajo creativo con metodologías industriales. A diferencia del literato, al guionista de televisión le pagan por página escrita y vive en una constante carrera. La “producción” depende del libreto y los plazos de entrega son cortos. El tiempo es su peor enemigo: no puede enfermarse, no puede bloquearse, no puede emborracharse y un largo inventario de prohibiciones que le pueden robar el foco. El guion de televisión ni siquiera es una “obra” que viva por sí sola. Es una materia prima que se destruye cuando se convierte en programa.

Por eso es curioso que en medio de semejante conspiración profesional, existan personas como Fernando Gaitán. Él fue un “autor” y lo fue de manera exitosa. Sus telenovelas remataron de manera brillante un proceso que se venía cocinando en la televisión colombiana desde la década de los años 80 con guionistas como Bernardo Romero, Martha Bossio y Julio Jiménez. Un proceso que llevó al género de una etapa “clásica” y anacrónica a una etapa moderna.

Gaitán logró lo imposible: mató a Cenicienta. Sus heroínas no cambiaron de condición social gracias al típico e inmoral intercambio de sexo por estatus. Sus heroínas construyeron una épica propia y lograron el éxito gracias a trabajo y capacidad. No fueron princesas por casarse con el príncipe, se volvieron princesas por cuenta propia y luego sí se casaron con el príncipe.

En sus telenovelas Gaitán derrotó la estructura feudal y cortesana que dominaba el contexto económico de las historias. Ya no tuvimos más ricos de fular y copas de coñac, dedicados a defender ridículamente herencias y fortunas de mentiras contra advenedizos. En Cafexport, Ecomoda y Colombiatus el éxito o el fracaso dependían del trabajo, de la buena o mala administración. En sus manos murió la novela aristocrática y nació la novela burguesa y fue el único guionista del mundo capaz de hacer emocionante una junta directiva que duraba 15 capítulos.

Gaitán también le puso el “moño” a una herejía que era costumbre en las telenovelas colombianas: la mezcla arbitraria de drama y humor. Y quiso tanto a sus personajes cómicos que los elevó a protagonistas de sus melodramas. Con esta pirueta cambió para siempre la historia de las telenovelas, que dejaron de ser productos menores para señoras desocupadas y básicas y se convirtieron en verdaderos fenómenos mediáticos que paralizaban países.

En tiempos de extravío, cuando algunos ejecutivos chatos y mediocres nos convencieron de que el único camino que teníamos para internacionalizar nuestra televisión era la renuncia a nuestra particularidad y esconder el acento, Gaitán les escupió en la cara el más paisa de los melodramas en el más colombiano de los contextos. Y Café con aroma de mujer fue la puerta de entrada de Colombia al mercado global.

Fue un mago de la dilación. Durante diez episodios Armando planeaba lo que iba a hacerle a Betty, en otros diez capítulos veíamos a Armando hacerle a Betty lo que había planeado y durante otros diez capítulos Armando comentaba lo que le había hecho a Betty que había planeado. Treinta episodios sobre lo mismo y sin embargo treinta pequeñas aventuras llenas de intensidad, pasión, amor y humor. Siempre envidié ese don y nunca pude encontrar dónde estaba el secreto. Tampoco se lo pregunté, por una especie de pudor no fui capaz de revelarle mi asombro.

Nunca fue un tipo metódico. Creo que le tocaba trabajar el doble por pura y física falta de método. Pero a veces también pienso que su genio era precisamente el resultado del caos que rodeaba sus jornadas de trabajo. No lo sé y ya no lo sabré. Se llevó la fórmula para que tuviéramos que seguir hablando de él por muchos años. Hace poco leí un comentario que decía que no había nadie como él para derrotar la hoja en blanco. Todo lo contrario, cada palabra en esa hoja en blanco le costaba sangre, tanta que a veces luchaba contra el oficio y lo odiaba.

Definitivamente fue un rebelde extraño. Fue una paradoja que no tuvo que sufrir la soledad y el abandono que gradúa a los pioneros. No tuvo que esperar que su obra fuera póstuma para disfrutar del reconocimiento. Sus creaciones fueron exitosas en todo el mundo y hasta entró en los récords Guinness (que siento fue el menor de sus logros, pura anécdota).

Fue un buen tipo, un buen amigo, un delicioso conversador, un mal negociante, gran hijo, el mejor padre. Un amigo de la rumba y la buena música. Del cigarrillo y el trago. La noche le lucía y él le lucía a la noche. Amó a su empresa y antepuso ese sentimiento a sus propios intereses, pues soy testigo de que rechazó ofertas increíbles de todo el mundo por la gratitud y el cariño que le tenía a RCN. Un tipo raro.

Lo voy a extrañar. Había cosas que solo hablaba con él y había cosas que él solo hablaba conmigo. Esté donde esté, estoy seguro de que no va a abandonar a sus hijas y a su pequeño. Cerdo: me va a hacer falta y lo voy a recordar siempre.

Por Dago García / Especial para El Espectador

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