James Rhodes, el pianista que sobrevivió a una infancia de abusos gracias a la música

James Rhodes llega a Colombia para ofrecer un concierto en el Teatro Colón de Bogotá y presentar ‘Instrumental’, un libro sobre el poder sanador de la música y las brutales violaciones que sufrió cuando era niño.

SORAYDA PEGUERO ISAAC
19 de febrero de 2017 - 04:09 p. m.
/ Fotografía por Richard Ansett.
/ Fotografía por Richard Ansett.

Aprendió el arte de elevarse por encima de las cosas cuando era niño. James Rhodes podía volar. Y no hacía falta que las puertas se abrieran para que pudiera pasar al otro lado: él las atravesaba. Flotaba con la ingravidez de una presencia incorpórea. Se desprendía de su cuerpo para estar sin estar. Para ausentarse del mundo mientras un hombre lo violaba.

Todo empezó en Londres. En un cuarto sin ventanas del Arnold House, un colegio privado que solo admitía niños. Peter Lee era un hombre robusto, calvo y peludo que daba clases de boxeo en el colegio. Rhodes tenía seis años cuando el profesor Lee empezó a violarlo. Lo hizo varias veces. Muchas. Hasta que Rhodes cumplió los diez.

Tuvieron que pasar casi treinta años para que el pianista británico se atreviera a hablar de su traumática experiencia. A partir de ese momento –asegura Rhodes en su autobiografía Instrumental (Blackie Books, 2015)–, “la mayor y más verdadera parte de mí pasó a ser asquerosa, objetivamente distinta”.   

—Degenerado, agresivo, manipulador, superficial, imbécil… La descripción que hace de sí mismo en su autobiografía no es nada amable.

—A veces no me siento muy amable conmigo mismo. ¿No somos todos así en un mal día? Supongo que, lamentablemente, es más fácil sentirme negativo conmigo mismo que positivo.

Instrumental es un testimonio descarnado y una declaración de amor a la música. “Memorias de música, medicina y locura”, se lee en la portada. Es un duro ejercicio de desnudez. ¿En algún momento se detuvo a pensar que quizás estaba mostrando demasiado?

—Pensé largamente sobre eso. Elegí mis palabras con mucho cuidado para el libro. Por supuesto, hubiera sido más fácil retener ciertas cosas. Pero siempre me prometí que si alguna vez tenía un micrófono, incluso uno pequeño, me aseguraría de hablar de cosas que considero importantes. Y la cantidad de mensajes que he recibido de personas que sienten que las he ayudado ha hecho que la decisión valga la pena.

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Es una soleada tarde de verano en Madrid. Viernes 1 de julio de 2016. En el Teatro Auditorio de San Lorenzo de El Escorial, el público aplaude a James Rhodes, que está de pie sobre el escenario, que saluda y ofrece disculpas: “Lo siento, no hablo español”. Su mirada se dirige al auditorio con pestañeos fugaces. Los ojos de Rhodes parecen atraídos por una fuerza del suelo. Lleva el pelo despeinado y una barba incipiente. Viste una camiseta negra estampada con la cara de un tigre blanco, gafas de pasta gruesa, jeans oscuros y tenis. Rhodes continúa hablando en inglés. Dice que lamenta mucho lo del Brexit. Después de otro aluvión de aplausos, advierte que no hay un programa para su recital de piano. Que se enciendan las luces y que la gente se distraiga para leer mientras está tocando, no le gusta. No es su estilo. Hará las cosas a su manera. Introducirá las piezas él mismo. Hablará del poder de la música. Dirá que la música clásica embellece hasta los sentimientos más tortuosos. Dirá que, para él, la música trata de contar una historia y escuchar una historia.

En la historia de James Rhodes hay cinco episodios fundamentales: el nacimiento de su hijo, el día que conoció a su mujer, la primera violación que sufrió –un descenso a un pozo de oscuridad que todavía lo convoca–, el encuentro casual con su manager –el hombre que le dio la oportunidad de grabar su primer disco– y el prodigio que lo salvó de la muerte.

—Si quisiera resumir en pocas palabras lo que significa para usted la Chacona de Bach y Busoni, podría decir que es su pieza musical favorita, pero puede que no sea suficiente. Es mucho más que eso, ¿cierto?

Sí, es más que eso… Sería como hablar del amor de tu vida. Lo cambió todo para mí porque por primera vez en mi vida encontré algo mágico, que me alejó de una situación muy difícil y me dio espacio para respirar y sentirme seguro. Imagine que está en una zona de guerra, completamente sola, con las tropas enemigas que la rodean por todos lados, y se da cuenta de que no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Y de repente un batallón entero de soldados, altamente entrenados y bien equipados, llegan para salvarla. Eso es lo que hizo la Chacona por mí.

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A los 18 años, una edad en la que muchos jóvenes se plantean qué hacer con  su adultez recién estrenada, James Rhodes, que nació en marzo de 1975, en Londres, se propuso tantear nuevas formas de martirio, o como dice en sus memorias: de utilizarse como si fuera su propio muñeco de vudú. Quiso enterrar los peores recuerdos de su infancia viviendo un año de locura desenfrenado y autodestructivo en Edimburgo, donde consumió heroína, cocaína, speed, marihuana y ácido. Sus recuerdos de ese año son flashes en los que la policía lo persigue, tiene alucinaciones, conduce en vía contraria o roba en tiendas. Después regresó a Londres, sin fuerzas ni voluntad, y por primera vez ingresó en un hospital psiquiátrico.

Cuando amainó su tormenta interior, Rhodes trató de hacer cosas que consideraba propias de un hombre normal. Terminó sus estudios en la universidad, consiguió un trabajo en la City londinense, se casó y tuvo un hijo. Con el nacimiento de su hijo empezó a experimentar un amor sin precedentes en su vida y una descarga de terror que no lo dejaba respirar. Convencido de que a su hijo también le pasarían cosas terribles, empezó a autolesionarse, a encerrarse en el baño para infligirse heridas en los brazos con cuchillas de afeitar.

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Rhodes dice que “era un niño ansioso que se pasaba el día cagando, que no dormía, al que le daban docenas de tics cada hora, sin habilidades sociales, que siempre tenía miedo, que se ofrecía sexualmente a desconocidos, que bebía y fumaba”. Eso, y que se ha sometido a tres operaciones de espalda –consecuencia de las violaciones– y que sufre trastorno obsesivo compulsivo, entre otros males.    

—Autolesiones, drogas, intentos de suicidio, tabaco, alcohol, sexo.  A pesar de su obstinación, ninguno de estos métodos funcionó para aliviar su sufrimiento, no a largo plazo.   

—Es mucho más fácil probar todas las otras cosas primero. Buenos amigos, terapeutas amables, algunos medicamentos, meditación y, por supuesto, la música. Hay un montón de herramientas que ayudan. La cuestión es encontrar la combinación correcta que te funcione como individuo.

— ¿Ha podido mitigar la rabia y la vergüenza de seguir estando aquí, de haber sobrevivido a lo que usted llama una guerra? 

—Aún no. Creo que no podré mitigarlas, pero espero poder aceptarlo, algún día.

—Usted ha afirmado que en la cultura de su país existen elementos que “permiten, fomentan, apoyan y celebran el abuso sexual a los niños”.

—Este es el caso en la mayoría de los países. Los medios de comunicación, la ley y la cultura hacen que sea muy difícil mantener a los niños seguros. Los pedófilos se salen con la suya más veces de lo que deberían. Incluso cuando son capturados, a menudo quedan sin castigo o se dictan sentencias muy cortas. Es angustioso. Creo que todos podríamos estar haciendo más para cambiar eso.

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James Rhodes no aprendió música en una academia. Se suele decir que es autodidacta, pero en su formación como pianista han intervenido algunos maestros. Su carrera artística experimentó un ascenso notable a partir de 2008. Razor Blades, Little Pills and Big Pianos (2009) –su primer álbum–, encabezó la lista de descargas de música clásica de iTunes. Le siguieron: Now Would All Freudians Please Stand Aside (2010), Bullets and Lullabies (2010), Jimmy: James Rhodes Live in Brighton (2012), Five (2014) y Inside Tracks: The Mix Tape (2015).

—La apariencia que muestra en las cubiertas de sus discos y en sus conciertos no se ajusta a la imagen habitual de los intérpretes de música clásica.

— ¡Gracias a Dios por eso!

— ¿A qué se refiere cuando dice que la música clásica necesita un enema?

—No es la música clásica. Es la industria de la música clásica, las discográficas, los promotores, los músicos, las estaciones de radio, todas las personas que todavía parecen decididas a mantener esta inmortal e increíble música sólo para ellos y una pequeña parte de la población que se siente digna de disfrutarla. Eso me pone furioso. Esta música es para todos y debe ser un derecho humano básico en lugar de un lujo.

En 2010, Rhodes protagonizó un programa de televisión que Channel 4 transmitió en horario de máxima audiencia. También presentó un documental sobre Chopin para la BBC. En 2014 fundó el sello discográfico Instrumental Records. Su autobiografía, que estuvo prohibida en Inglaterra, ha vendido más de 50.000 ejemplares en España. La exesposa de Rhodes trató de detener su publicación por considerarla perjudicial para el hijo de ambos. En 2015, un juez del Tribunal Supremo sentenció: “Alguien que ha sufrido lo que él ha sufrido, y que ha luchado tanto contra las consecuencias de su sufrimiento, tiene derecho a contárselo al mundo. Por eso permitimos la publicación de este libro”.

—Una de las consecuencias de la publicación de Instrumental son las acusaciones de que ha utilizado su testimonio para impulsar su carrera artística y regodearse en la autocompasión.

—Afortunadamente sólo ha habido un puñado de personas que han dicho eso. Yo podría mostrarle 5.000 mensajes de personas expresando gratitud por publicar el libro, y diciéndome cuánto les ha ayudado. Eso vale para esos idiotas que dicen que estoy disfrutando de la autocompasión y usándola para vender álbumes y libros.

—Después de la primera y única lección de piano que he tomado en mi vida deduje que no tengo el don. En su último libro, Toca el piano (Blackie Books, 2016), usted asegura que todo el mundo puede aprender a tocar un preludio de Bach en seis semanas. ¿Me da su palabra?

—Sí. Le dará todas las herramientas que necesita para hacerlo. Tendrá que concentrarse, encontrar 45 minutos al día y practicar. No hay aplicaciones ni atajos. Pero si puede trabajar en ello, entonces será capaz de tocar ese preludio de Bach. Si tenemos tiempo, le daré una lección.

sorayda.peguero@gmail.com

Por SORAYDA PEGUERO ISAAC

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