Los efectos secundarios de Morat

Con un trabajo discográfico en el mercado y dos colaboraciones con artistas internacionales, la agrupación colombiana explora las posibilidades sonoras de su formato instrumental.

Juan Carlos Piedrahita B.
18 de febrero de 2017 - 10:00 p. m.
Los efectos secundarios de Morat

Los detalles han alimentado la historia de Morat, incluso antes de popularizar este nombre dentro de la escena musical colombiana. La presencia ocasional de instrumentos que se camuflan con su propuesta estable de guitarras, banjo, bajo y batería, marcan la intención de sus integrantes de exhibir una sonoridad con visos singulares. En una canción brilla una trompeta, mientras que en otras lo hacen de manera indistinta un acordeón francés o un chelo.

En la superficie de las creaciones de Morat, que antes de ser interpretados por ellos se las ofrecían a artistas de América Latina y España, se escuchan melodías muchas veces comandadas por el banjo, que al fin de cuentas le otorga a la agrupación un elemento característico. En compañía de este instrumento, propio del dixieland, de Estados Unidos, flotan las demás cuerdas rítmicas y armónicas respaldadas por la percusión.

En la profundidad, en cambio, se pueden pescar otras manifestaciones que no caracterizan el rock y el pop elaborado en Colombia. En Yo más te adoro, el acordeón francés rompe con el silencio; en Mil tormentas la sorpresa está otorgada por la presencia del piano; mientras que en Ahora que no puedo hablar, la trompeta entra en conversación con las voces.

Todo lo que rodea la historia colectiva de Juan Pablo Villamil, Simón Vargas, Juan Pablo Isaza y Martín Vargas tiene un halo particular y en sus relatos los detalles aparecen con la misma frecuencia con la que brincan sus fanáticas al verlos sobre la tarima.

El mismo banjo en el que se sustenta buena parte de sus canciones viene de un encuentro ocasional que se postergó más de lo pensado. Lo vieron un día en la casa de una amiga, ella estaba buscando deshacerse del objeto y ellos la ayudaron en su propósito. Muchos de sus temas tienen un núcleo común en las edades de sus integrantes pero están alimentados con gestos y rasgos que los hacen ver como si estuvieran contando una historia novedosa.

Morat pudo haberse instaurado desde que sus componentes tenían cinco años. El colegio fue su primera sede de operaciones y el lugar que posibilitó que la complicidad se alimentara en el día a día. La maquinaria está aceitada desde hace años y su ejercicio musical ha pasado por etapas tan humanas como la infantil, la adolescente y la juvenil.

Así se empiece a contar su aparición desde 2015, cuando le escribieron la canción Mi nuevo vicio a Paulina Rubio y la mexicana los incluyó en su interpretación, ya habían escuchado muchas veces ese “No. Será en una próxima oportunidad” que tanto influye en la gestación de carácter de los artistas.

Muchas horas de ensayos en La Morat, una hacienda generosa en espacio en la región cundiboyacense, que le proporcionó el nombre a la banda; cientos de canciones inconclusas que aparecen y desaparecen sin ninguna prudencia; y la urgencia de hacerse sentir dentro de una avalancha de sonidos provenientes de todas las latitudes, resumen la trayectoria de estos cuatro jóvenes para quienes la utilización de un bajo acústico o eléctrico puede ser el tema de discusión durante varios meses.

En lo que siempre han estado de acuerdo ha sido en la necesidad de contar historias en sus videos. En sus canciones, sencillos escogidos por la industria o simples caprichos personales, destinan recursos humanos y económicos suficientes para que la factura sea óptima. Ellos han entendido que la propuesta auditiva debe estar amarrada con un concepto visual porque, en la actualidad, la manera en la que se distribuye la música, el arte sonoro por excelencia, es un canal que seduce primero la óptica.

El proceso creativo en Morat aún está por establecer. Es más bien un laboratorio en el que los interrogantes superan considerablemente a las verdades. Doce entre certezas y ficciones conforman su primer disco, Sobre el amor y sus efectos secundarios; una colaboración llamada Sé que te duele dice presente en el más reciente álbum de Alejandro Fernández; y un concierto agotado desde hace meses en el Gimnasio Moderno, en Bogotá, marcan la actualidad de esta banda que con su formato altera el volumen de las redes sociales.

Por Juan Carlos Piedrahita B.

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