Navegando con la élite del rock

“Cruise to the Edge” no es un evento para simplemente llegar, parquear, pararse hora y media cantando y aplaudiendo, y salir para la casa de nuevo.

Redacción gente
07 de marzo de 2017 - 03:55 a. m.
“Cruise to the Edge” reunió a veinte de los artistas más reconocidos del rock progresivo en un crucero entre Tampa y Cozumel. / Juan Pablo González
“Cruise to the Edge” reunió a veinte de los artistas más reconocidos del rock progresivo en un crucero entre Tampa y Cozumel. / Juan Pablo González

“Esta generación de música se está desvaneciendo. No estará con nosotros siempre. Aquí celebramos su legado, y eso es enormemente importante”. Así me describió el bajista inglés Nick Beggs el significado de Cruise to the Edge. Y aunque admiro al señor Beggs por su trabajo con Steven Wilson, Steve Hackett y otros de mis ídolos musicales, creo que está equivocado. Cruise to the Edge demostró no solamente que muchos de los artistas más veteranos del rock progresivo siguen vigentes, sino que hay mucho de dónde agarrarse para el futuro.

La idea de un festival de música a bordo de un crucero no es nueva. Desde principios de los noventa se vienen haciendo y hay de todo: ochenteros, de country, de electrónica, de glam. Cruise to the Edge destaca porque se dedica a un género que no hace parte del mainstream y se caracteriza por el virtuosismo de los músicos y la complejidad de las composiciones.

Desde el 7 hasta el 10 de febrero, el festival reunió a veinte de los artistas más reconocidos del rock progresivo en un crucero entre Tampa y la isla mexicana de Cozumel. Todo se hizo en grande: se contrató un barco de Royal Caribbean con capacidad para 2.500 personas y se dispusieron cuatro escenarios que funcionaban simultáneamente.

La cita comenzó en la tarde del martes 7. El abordaje se había demorado media hora de más y tocó almorzar a la carrera en el café de la undécima cubierta del barco. A las 4:20 salió Mike Portnoy al escenario de la piscina principal. El legendario baterista y exmiembro de Dream Theater aprovechó el festival para montar una presentación especial en conmemoración de su cumpleaños 50.

La primera mitad de la celebración de Portnoy fijó muy alta la vara para el resto del crucero. Igual, con bandas como Yes y Kansas, además del guitarrista original de Genesis, Steve Hackett, el cartel estaba más que acreditado para subir el nivel.

Pero más allá del cartel, y del nivel de los músicos y las presentaciones, el ambiente fue electrizante y vibrante por la manera en que se vive un festival a bordo de un crucero. Esto no es Estéreo Picnic, ni Lollapalooza, ni Coachella. No es asunto de llegar, parquear, pararse hora y media cantando y aplaudiendo, y salir para la casa. No. Un festival de estas características supone estar en contacto con la música de diez de la mañana hasta la una de la madrugada. Antes de una de las dos presentaciones de Spock’s Beard hablé con Jon Kirkman, el anfitrión del festival. “Cruise to the Edge es mucho más interactivo entre fans y artistas. No ves que muchos de los músicos se escondan de la audiencia. Están con ellos en los restaurantes, en los bares. Y les encanta, porque pueden conversar y obtienen una gran respuesta”, comentó.

Los artistas todo el tiempo se aparecen por los conciertos de sus colegas, con la misma mirada atónita y de admiración que uno. Cantan y aplauden con emoción cuando se acaban las canciones, como uno. En las mañanas, muchos de ellos van al gimnasio del barco y se hacen en la elíptica de al lado de uno. Se sientan a tomar café y leer en las mesas del café.

Cuando me encontré con Pat Mastelotto, que toca batería con King Crimson, le pregunté por su relación con Steven Wilson, mi artista favorito. “Ah, a Steven le está yendo muy bien. Cuando trabajo con él, no hay plata de por medio. Nos hacemos favores y nos los devolvemos. Cuando quieras y te encuentres conmigo podemos hablar de tambores”, me dijo entre sonrisas. Craig Blundell, otro baterista, me dio tips para mejorar mi técnica de manos.

Lo que más llama la atención del público es el respeto que tiene por la música. Si una canción tiene un pasaje suave, callado y ambiental, la audiencia se queda en silencio. Pasó varias veces en la presentación de John Wesley, un guitarrista estadounidense. La música tenía momentos en los que sólo se oía la guitarra, pasada por mil pedales, como el eco de un disco viejo en una casa abandonada. La gente miraba fijamente al escenario. Algunos de ellos con los ojos cerrados. Nadie chifló, ni gritó.

Si en algo concuerdan todas las personas que están en Cruise to the Edge es en que es único en el planeta. Pero es por el ambiente. El ambiente no es el de un género moribundo, sino todo lo contrario. Ese plus gigantesco es lo que separa a Cruise to the Edge del festival de música de a pie. Y por eso, aunque lo admire mucho, señor Beggs, usted está equivocado. El progresivo está lejos de desvanecerse.

Por Redacción gente

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