“Salí de mi país para darle comida a mi hija"

La crisis del país vecino obligó a William Pacheco, un venezolano de 24 años, a dejar sus estudios de administración de empresas para viajar a Colombia. Desde hace un mes vende dulces en Transmilenio y cada semana les envía $30.000 a su esposa e hija para que compren comida en el mercado negro.

Jairo A. Cárdenas A. / @Jairo_Cardenas7
16 de junio de 2017 - 01:47 p. m.
Según cifras de Migración Colombia, en el país hay al menos 1’500.000 venezolanos. William Pacheco vende dulces.
Según cifras de Migración Colombia, en el país hay al menos 1’500.000 venezolanos. William Pacheco vende dulces.

Desde la década de los setenta, miles de colombianos emigraron hacia Venezuela para buscar un mejor futuro. La próspera industria petrolera convirtió al país vecino en un paraíso laboral donde, incluso, trabajar por menos del salario mínimo representaba un ingreso superior al pago promedio en Colombia. Se calcula que 750.000 compatriotas cruzaron la frontera durante los años en que esa nación se convirtió en una de las economías más fuertes de la región.

Pero estar minada de oro negro no garantizó el futuro de Venezuela y, a diferencia de otros países petroleros como Emiratos Árabes, que sí supieron invertir, las malas decisiones de los gobernantes de turno la sumergieron en una de las peores crisis económicas de su historia. La inflación, el desabastecimiento y la inseguridad están en niveles críticos, y la polarización política ya ha dejado la trágica cifra de 35 muertos y más de 700 heridos en lo que va del año.

El panorama y las corrientes de migración cambiaron. Ahora es Colombia el país que recibe a miles de venezolanos que huyen en busca de oportunidades laborales para enviar dinero a sus familias. La principal razón de este éxodo es la inflación. En Venezuela, el salario mínimo es de US$20, y en Colombia, de US$280.

La decisión de salir de casa, dejar todo lo que se ama atrás y aventurarse en un nuevo país no es fácil. Los venezolanos que llegan a Colombia no lo hacen por gusto sino por necesidad, y terminan trabajando en cualquier labor informal.

William Pacheco, de 24 años, llegó a Bogotá hace un mes, junto con un primo. Dejó de lado sus estudios de administración de empresas, renunció a su trabajo, se despidió de su esposa e hija de dos años y se subió a un bus con destino a Colombia. Vive en una pequeña habitación en el centro de la ciudad y vende dulces en Transmilenio. El día que mejor le va reúne entre $20.000 y $30.000.

“Estar acá no es fácil, pero vivir en Venezuela es aún más difícil. Yo estoy en Colombia por mi hija, para que no le falte comida como cuando trabajaba allá y me pagaban apenas para un mercado de una semana. La inflación es absurda, los billetes no valen ni el papel en que están impresos. Con lo que gano en Bogotá puedo sostenerme y enviar dinero para leche, comida y ropa. Lo hago por ella”, dice Pacheco.

William envía semanalmente $30.000 a su esposa. Con este dinero garantiza la alimentación de varios días para ella y su pequeña hija. Conseguir comida en los supermercados o puntos destinados por el Estado es difícil, por lo que debe comprarla en el mercado negro a los “bachaqueros”, personas que compran los productos de baja oferta y los revenden a un precio mucho más alto.

El dinero cobra especial importancia en Venezuela por estos días. Tener un poco más que los otros puede ser la diferencia entre comer o acostarse con el estómago vacío. En una sociedad donde los productos de la canasta básica escasean, la comida se subasta en las calles. Con esta imagen en mente, William sale cada mañana con una caja de chocolates en las manos, se filtra en Transmilenio y les cuenta su historia a todos los usuarios, con la esperanza de que le compren o le regalen una moneda.

Resulta imposible no sentirse identificado con este joven venezolano. Los colombianos son conscientes de la difícil situación del vecino país y se conmueven con sus palabras. Cada moneda la guarda en un pequeño bolso, el mismo en el que esconde los chocolates para que la Policía no lo saque del sistema de transporte. Hasta el momento no ha tenido problemas con las autoridades; los únicos que se molestan por su presencia son los vendedores colombianos, que lo acusan de quitarles la clientela.

A este venezolano no le importan las miradas de desaprobación de sus colegas, sabe que cruzó la frontera para garantizarle un futuro a su bebé y con esta consigna se mantiene fuerte en una ciudad que lo ha acogido. Sabe que por el momento no puede regresar, pues la situación empeora cada día en su país. Sueña con volver a casa para cargar a su hija y besar a su esposa.

“Sé que voy a volver, pero por el momento tengo que quedarme aquí. Extraño mucho a mi esposa y a mi hija. Las cosas tienen que cambiar en Venezuela y estoy convencido de que Dios nos ayudará a salir de esta pesadilla. Sueño con el día de volver a mi casa y abrazar a toda mi familia. No quiero que mi niña se olvide de mi rostro”, dijo.

La de William es sólo una de las miles de historias de venezolanos que han salido del país por amor a su familia. Padres que en días como hoy quisieran estar al lado de sus hijos para festejar el milagro de la vida, pero en vez de ello trabajan desde la distancia para que no les falte nada en un país al que, según ellos, le falta todo menos la esperanza.

Por Jairo A. Cárdenas A. / @Jairo_Cardenas7

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