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“Ser ‘gubernamental’ o ‘municipal’ es moneda corriente”: Miguel Ángel Bastenier

En medio del debate sobre periodismo que ha suscitado la publicación del video del exviceministro Carlos Ferro y el policía Ányelo Palacios por La FM, El Espectador habló con el periodista español, referente en este oficio y quien atendió desde su país algunas preguntas sobre el desempeño de esta labor.

Camila Zuluaga
23 de febrero de 2016 - 04:02 a. m.

Por estos días en Colombia varios periodistas han reflexionado acerca de la profesión y llegan a la conclusión de que realmente no se está ejerciendo para el fin que tiene. ¿Tiene el periodismo una única finalidad?

Una básica, pero de extensión interminable: contar al ciudadano cómo cree que son las cosas. El periodista no tiene que dar de beber al sediento, ni de comer al hambriento, ni enseñar al que no sabe, ni derramar bienaventuranzas sobre la humanidad. Todo eso puede, más o menos, ocurrir, pero como subproducto de su trabajo, no como intención directa, que es la de servir al lector dándole la mejor representación de que el periódico sea capaz de cómo son las cosas. Por eso mismo, no es su misión defender ni atacar la paz, sino dar a conocer los elementos constitutivos de la situación en que se produce tanto su defensa como su ataque. Si acaso, en los editoriales o artículos de opinión se preferirá uno u otro curso de acción, pero no en las páginas de información.

Genuflexos ante el poder es una crítica constante que vivimos los periodistas hoy en el país. ¿Qué tan dañino para el oficio es que los periodistas tengan relaciones de amistad con los dirigentes?

Yo he visto siempre al periodismo colombiano esmerándose en tener las mejores relaciones posibles con el poder. Ser “gubernamental” o “municipal” es moneda corriente, pero no absoluta, puesto que hay excepciones. Esto, sin embargo, no es necesariamente mortal si está hecho a las claras, si el lector está suficientemente avisado de cómo es su periódico habitual; que ese tipo de periodismo tenga o no éxito ya es harina de otro costal. Pero ser íntimo de los personajes de la política es evidentemente muy contraindicado para el ejercicio del periodismo.

La publicación de un video en el que se ve un diálogo sexual entre un viceministro y un policía ha sido motivo de debate por estos días en Colombia. ¿Hasta dónde llega realmente la vida privada de un empleado público?

La intimidad de cualquier persona, pública o particular, es sagrada, salvo en un caso: cuando los asuntos íntimos de una persona que defiende el interés común del ciudadano, por su posición política o social, haya podido influir de manera gravosa o directamente delictiva en su conducta. Entonces prima el derecho de la sociedad a saber. Con todo, quizá no hay que perder un cierto buen gusto al informar de todo ello.

¿Por qué en Estados Unidos este debate no se da y en los países latinoamericanos sí?

Porque el periodismo norteamericano es más profesional, y si hay que desvelar intimidades, se desvelan cuando esté justificado. De todas formas, no es malo que en el periodismo latinoamericano se planteen esas cuestiones que hay que debatir.

Muchos medios, incluso políticos de turno, se guían hoy en día por lo que se expresa en las redes sociales. ¿Realmente está representada la opinión pública en lo que se dice en ellas?

Son datos a tener en cuenta, pero con suma cautela. En la mayor parte de los casos no sabemos si las fuentes son fiables y por ello hay que cruzar y corroborar informaciones por otros medios. En las redes hay mucha más comunicación que información digna de ese nombre. Las redes son necesarias, pero no el oráculo de Delfos. El periodismo debe mantener un sano escepticismo en todos los casos.

Hace unos días el presidente Juan Manuel Santos dio públicamente lo que muchos consideran cátedra de periodismo. ¿Hasta dónde es válido y acertado que un mandatario diga cómo se debe hacer la labor?

Es una opinión más, que juzgaremos por sus propios méritos, quizá más notable por venir de quien viene, pero nada más.

Hoy en día se nos critica a través de internet de manera despiadada. ¿Siempre ha pensado la gente así de nosotros y no lo sabíamos, por la no existencia de redes sociales, o esto es nuevo?

Creo que la crítica creció en los últimos tiempos, y aunque se desacredita a sí misma en muchos casos por ser anónima y hasta criminal, nos interesa conocerla porque revela en alguna medida el estado de la opinión y en circunstancias concretas puede dar en el clavo. Es como todo en internet: una comunicación caótica, desmesurada, pero en la que hay que tratar de separar el grano de la paja.

Muchos colegas pontifican hoy sobre la manera como se debe ejercer esta labor. ¿Existe realmente una sola forma adecuada de hacer periodismo?

Hay unas guías o normas técnicas, pensadas, antes que por nadie, por los anglosajones, que son los que inventaron el periodismo, válidas para todas las ocasiones; pero también es cierto que hay muchas formas o modalidades del periodismo que exigen un particular aparato de conocimientos del periodista. El periodismo de opinión es distinto al directamente informativo, aunque tenga que haber información en todos los casos. Pero corroborar, cruzar datos, servirse del online cuando procede, dar la voz a todos los personajes relevantes de una historia, interpretar sin preferir nunca nada a priori, y quizá, sobre todo, buscar siempre el lado oscuro de la fuerza son requisitos sine qua non para el ejercicio de un periodismo de calidad y responsable.

¿Gana o pierde el periodismo cuando un medio decide prescindir de los servicios de un periodista por haber cometido un error?

Depende del medio, del periodista y del error. Eso es casuística y no puede haber una respuesta en blanco y negro.

Lo preguntaba porque hoy muchos periodistas podrían llegar a sentir temor de publicar algo por miedo a equivocarse y que los echen. ¿Cómo proteger al periodista frente a una falla que puede cometer cualquiera?

La autocensura ha existido siempre y siempre existirá, y contra el error sólo hay una protección: trabajar siempre profesionalmente para minimizar, si no eliminar absolutamente, lo que es imposible, el riesgo de cometerlo.

Por Camila Zuluaga

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