Publicidad

Lorenzo Miguel Morales Herrera, más allá de una gota fría

El recuerdo de una charla de “Moralito” con Consuelo Araújo Noguera.

Félix Carrillo Hinojosa*
29 de abril de 2024 - 02:52 p. m.
Lorenzo Morales o ‘Moralito’ nació en 1914 en Valledupar y falleció el 26 de agosto de 2011 a los 97 años.
Lorenzo Morales o ‘Moralito’ nació en 1914 en Valledupar y falleció el 26 de agosto de 2011 a los 97 años.
Foto: Cortesía

Consuelo Araújo Noguera llegó a la hora indicada de una cita, que había concertado una semana antes de vivir la fiesta religiosa de la virgen de las Mercedes, que todos los años en el mes de septiembre y con una fe rigurosa, cumplía, al igual que todos los creyentes que se trasladaban al corregimiento cercano al lugar donde ella nació. Aparte de su fe, ella estaba feliz porque por fin, tendría el tiempo suficiente, para conocer toda la verdad de viva voz, por parte de uno de los músicos, por el que siempre había sentido una profunda admiración.

Con su elegancia natural y una mirada que hablaba de la alegría que tenía, caminó erguida e imponente, luciendo en el lado izquierdo de su cabeza, una trinitaria roja que hacía un juego con el color de su rostro. No había terminado de entrar a la sala de la sencilla casa, cuando Lorenzo Miguel salió a su encuentro. La tomó de las manos y con una mirada llena de admiración, le señaló una vieja mecedora, al tiempo que miraba su envejecido acordeón de una hilera, depositado en una poltrona alta.

No había terminado de sentarse, cuando la figura de Ana, su compañera de muchos años y la madre de sus 17 hijos, salió de la cocina, trayendo un tinto hecho por ella. Consuelo Inés tomó el primer sorbo con tanto gusto, que no supo en qué momento acabó con todo su contenido.

-Que café tan sabroso, tenía rato de no tomarme uno igual. Solo personas como usted puede hacerlo - Dijo. Ana sonrió, retiró el pocillo y se dirigió a la cocina, momento que fue aprovechado por ella, para iniciar el dialogo por el que había ido.

Maestro Lorenzo, ¿Qué nos puede contar de su vida?

“Soy de Guacoche, un palenque fundado por negros cimarrones, nací una mañana de verano del 14 de junio de 1914. Mi madre es Juana Morales, una indígena de manta, nacida en El Molino, y mi padre, Epimenio Herrera, de Riohacha. Ambos de la Guajira.

¿Cómo fueron sus inicios en la música?

“Mientras mis tíos, hermanos de mi madre, me enseñaban a hacer vasijas de barro, aprender el oficio de armar y techar casas de bahareque, a realizar labores de carpintería, donde con el tiempo me convertí en un hacedor de escaparates, mesas y taburetes. Uno de ellos, Félix, no se cansaba de hacer décimas en distintos ritmos y con melodías diferentes. Eso me puso a pensar que podía hacer lo mismo. Un día me sorprendió, repitiendo lo que le había escuchado. Me puso la mano en la cabeza. Sentí que me había dado la bendición. Eso se volvió una costumbre, que me enseñó a conocer los ritmos, la mayoría de ellos, sin nombre y ponerle melodía a mis primeras letras. Siendo niño remedaba a los turpiales y desde ese momento aprendí a tocar el violín. A los doce años se me dio por enamorarme del acordeón y a los diecisiete, ya era un ducho, ejecutándolo. Eso de seguir este instrumento, me llevó a caminar desde muchacho. Una de mis primeras andanzas las realicé por la zona bananera, donde trabajé un buen tiempo. Eso fue en 1925, donde laboré en varias fincas como agricultor, en oficios varios y en la United Fruit Company, donde me encontré con varios músicos, entre ellos, Francisco Bolaños Marzal, el músico que más influenció mi estilo, Eusebio Ayala Lurán y Tomás Gregorio Hinojosa Mendoza, quienes amenizaban las fiestas de los trabajadores. En ‘esos merengues’, donde pude demostrar lo que tocaba, nos montaban en unas mesas largas, y las mujeres y hombres danzaban alrededor del músico y tocaban sus palmas. En ese momento se usaba acordeones de una hilera que llamábamos guacamayos”.

¿Cómo es ese mundo de la píqueria?

“Eso no están fácil como la gente cree. En esos tiempos, en donde la música conocida hoy como vallenata no tenía ningún valor, nos tocaba ser completo, es decir, tocar, componer y cantar. Como ya tenía la enseñanza que me dio mi tío Félix y lo que le aprendí a ‘Bolaños’, no me fue difícil enfrentarme a cualquier músico. Lo de ‘La Gota Fría’ fue pura invención de Emiliano, sin desconocer que esa canción tiene sus méritos. La historia de ese enfrentamiento sin conocernos fue de varios años atrás. A mí me traían razones y a él igual, al final todo se convirtió en canciones, solo hasta 1938, cuando coincidimos en nuestra llegada a Urumita, Guajira, a donde fui a hacer una diligencia de mi mamá, y estando allá me contrataron para una parranda. Emiliano había bajado del Plan con ganas de tomar y se emparrandó bien temprano. Varias personas le fueron con el cuento a donde Juana Muegues, que estaba tocando y que en mi canto preguntaba por él. Ni corto ni perezoso se presentó y sin saludar siquiera, empezó con el pique, que de inmediato respondí. La contienda duró poco, porque Emiliano estaba bastante borracho y los amigos lo acostaron para que se repusiera. Cuando se acabó la parranda, a la mañana siguiente, me devolví para mi pueblo con el encargo de mi mamá, y Emiliano al despertar y no encontrarme, creyó que había salido en bolas de fuego y me había ido escondido y rabioso, porque según él me había ganado. Después, como era su costumbre, hizo lo que hacía después de una contienda, en la que no le iba bien, se sentó a hacer el paseo y dejó claro que el rabioso era él y no yo. Nuca me sentí ofendido por eso, si le dije embustero fue por andar diciendo que me ganó y que me fui escondido, pero nunca le mente la mamá, esas palabras no son mías, en los cantos que le saqué entre ellos ‘Rumores’, ‘Mico marimonda y maco’, ‘La carta escrita’ y ‘Buscando a Emiliano’, no encuentran ofensa de mi parte. Le dije embustero en el paseo, “Buscando a Emiliano: ‘Emiliano se ha vuelto embustero/lo mismo que Luis Villar/se puso a decí en su pueblo/que en Urumita me había ganado/y yo, digo lo contrario/pa’ que me vuelva a llevar’.

¿Qué otros enfrentamientos musicales realizó?

“Me enfrenté a Juan Muñoz en San Diego, ahí fue cuando conocí al cajero Crisóstomo Oñate ‘Pichocho’ de lo mejor que había por esta región. Con Abel Antonio Villa, en la plaza de Valledupar. Cuando llegué, él era el centro de la parranda. Lo escuché sin decir nada. Alguien que me conocía, me invitó a tocar. En ese tiempo, el músico cargaba su instrumento para donde iba. Después de hacerle un registro a mi acordeón, toqué mi música que ya tenía. Para mi sorpresa, la gente empezó a rodearme y decir mi nombre, ‘que toque Morales’. Eso a él no le gustó, cerró su acordeón y no volvió a tocar. Seguí con mi música hasta que nos cogió la madrugada. Con el tiempo, se empezó a hablar de lo bien que tocaba, por parte de una barra de amigos que valoraban mi música. Otro caso que viví fue con el acordeonero Efraín Hernández, quien era uno de los mejores y tenía fama de ejecutar el acordeón de buena manera.

¿Cómo es esa historia del acordeón que lleva el nombre de mi madre?

“Eso ocurrió en los años cuarenta en Valledupar, protagonizada por dos grupos de trabajadores, uno, seguidor de Efraín Hernández, músico de Atánquez, y el de Morales, quienes crearon una competencia a través del laboreo, que consistía en limpiar la pista del aeropuerto de Valledupar y ver cuál de las dos cuadrillas terminaba primero el contrato de rocería y se iba directo a la tienda de Jacob Luque a comprar el único acordeón que estaba para la venta. Después de una larga disputa, salió triunfador la de Pablo Galindo y Enemirlo Montero, seguidores de Morales, quienes alborozados corrieron ese 19 de julio de 1946 a comprar lo prometido y regalarle el acordeón de color blanco. Cuando lo tuve en mis manos, le puse el nombre de ‘Blanca Noguera’, por ser Doña Blanca de Araújo, la esposa de Santander, una de las mujeres con el color del acordeón que me habían obsequiado. Esa noche la parranda se extendió, con el estreno de ese acordeón guacamayo de dos hileras”.

¿Pero cómo llegaban esas canciones a oídos de ustedes?

“La gente se aprendía parte de los versos y quienes iban y venían, los traían. Así fue como se dio la mentada píqueria. Mientras Emiliano mandó su ‘Gota fría’, desde mi tierra le envié el paseo, ‘la Carta escrita’, ‘Le mandé a decí a Emiliano Zuleta/que para los carnavales me espere/él quiere tocar conmigo la tecla/y así como yo le digo, él no puede’; el merengue ‘Buscando a Emiliano’, ‘Hablo claro delante de la gente/para que escuchen/con buena atención/que si Emiliano me lleva en la nota/yo le regalo mi acordeón/soy motor sin gasolina/que camina sin candela/pero con esta rutina/tengo pa’ subí a la sierra’; el paseo ‘Chucho, marimonda y maco’, ‘Emilianito se ha mudado pa’ la sierra/porque allá en la sierra y que economiza los gastos/pero me dicen que allá Mile/lo que come para alimentarse es chucho, marimonda y maco’; el paseo ‘Rumores’, ‘Yo conozco el pique que me tiene Emilianito/siempre le he dicho que no se meta conmigo/me anda criticando que yo soy negro yumeca/pero él no se fija que es blanco descolorido/yo no sé lo que le pasa a Emiliano/yo no sé lo que le pasa a Zuleta/y es blanco descolorido/no puede con la maleta’.

¿A quiénes ha influenciado con su música?

“Me gusta hablar de los que me enseñaron. Aprendí de ‘Chico Bolaños’, ante todo en el paseo. Conocí a Sebastián Guerra, quien tenía una rutina extensa en el merengue, ese cambio de una melodía a la otra, la seguí por él. En la puya, me guiaron Fortunato Fernández Garrido y su sobrino Juan Muñoz Mejía, eran músicos con mucho sentido. Cuando me encontraba con ‘Colacho’, él me abrazaba y me decía, ‘soy su mejor alumno. Su música me ayudó a crear mi estilo. Siempre lo he considerado un músico completo, cuya melodía y sus versos ponen una buena talla’. Mis canciones han servido para crear unas semillas en diversos momentos. Escuchen mis paseos ‘La primavera florecida’, tiene un verso que nunca grabaron y que se puede usar para echar versos, ‘Yo soy Lorenzo Morales/ al derecho y al revé/yo soy quien deja la huella/antes de poner el pie’, ‘El errante’, ‘La mala situación’, ‘La bruja’, canto que terminó en manos de Emiliano Zuleta Baquero, siendo creación mía, recuerdo el coro, ‘Si esa bruja me persigue me la quito/parrandeando por la calle Moralito/si esa bruja me persigue y no me deja/me la llevo pa’ mi casa pa’ tenerla/si esa bruja no se aparta del camino/me la llevo pa’ mi casa y la examino’; ‘Sevilla’, ‘La nena Rendón’ o ‘Morenita’ de la que tomó Escalona la melodía y parte de la letra para hacer ‘El testamento’ de la que recuerdo sus versos, ‘Cuando el remedio de una herida no se halla/mejor es que uno muera para no sufrir/oye morenita se entristece el alma/porque sin tu amor yo me puedo morir’, tenía un coro, ‘Y para que descanse mi alma/¡Ay! les vengo a contar lo mejor/y le dicen, nenita a la dama/y se llama es la nena Rendón’; ‘Seis días de la semana’ que terminó en manos de Luis Enrique Martínez Argote como si fuera de él, lo mismo pasó con ‘Paulina’ mi primera canción, que la tomó Armando Zabaleta y la convirtió en Margarita, grabada por Diomedes Díaz y ‘Colacho’, tengo presente el verso, ‘Yo vivo bien convencido/que el mundo lo da y lo quita/yo soy como el aguacero/cuando queda en garuita’; sones como ‘Amparito’, merengues como ‘Carmen Bracho’, ‘El secreto’, ‘Mi maye’, del que tomó Escalona la melodía y parte de la letra para hacer su obra ‘Honda Herida’. Todavía recuerdo parte de sus versos, ‘Yo no vivo por culpa de otro ni un instante/yo no vivo por culpa de otro ni un momento/¡Ay!, vamos allá donde mi maye/¡Ay!, para ver si la contento/si mi maye me olvida un momento, tal vez muera/porque yo no puedo soportar ese dolor/¡Ay! yo me voy para otras tierras/¡Ay! Pa’ ve si me va mejor’. Esa frase que dice, ‘como el ave que canta en la selva y no se ve’, todo eso es mío’ y la puya, ‘El torito’, que la gente bautizó ‘Ya me están haciendo bulla”.

¿Por qué desaparece de las cumbiambas, colitas y parrandas?

“En los años 50 viví el peor momento de mi vida, por lo que decidí buscar nuevos caminos. Me puse a sembrar algodón en mi pueblo y se metió un verano que me dejó sin nada. No tuve otra alternativa que irme con Ana Romero Díaz para la Sierra del Perijá, donde compré una tierra, y decidí sembrar café. Antes de hacerlo, compuse un canto que llamé ‘Mala situación’, ‘Ya los Bancos no quieren prestar plata/claro que lo que sigue es la mala situación’. En ese lugar viví casi veinte años. Claro, que bajaba a Codazzi donde se iniciaba una bonanza del algodón, y se hacían parrandas, allí me veía con Toño Salas, Calixto Ochoa y Leandro Díaz, quien al saber que estaba vivo me cantó un paseo que me había compuesto al no saber de mi paradero, ‘La muerte de Moralito’, un canto bien sentido por parte de él, en donde hay un verso que es el que más me gusta, ‘La última página queda de su memoria/cuando cantaba muy alegre en la región/en ‘el errante’ sus palabras se secaron/como pétalos de rosa/marchitados por el sol/si fuera un mexicano/ el que acaba de morir/corridos y rancheras todo el mundo cantaría/pero murió Morales ninguno lo oyó decir/murió poéticamente dentro de la serranía’.

¿Cómo llega el acordeón a sus manos?

“A mí me enseñó mi hermano de madre, Agustín Gutiérrez Morales. Con él aprendí las primeras notas y como tenía la vocación para el acordeón, me fui solito y no me paró nadie. Sé que fue el primer instrumento que tuve, sé que me lo dieron unos amigos, de los que no recuerdo sus nombres. Para comprar el segundo, porque el primero me quedó pequeño, me tocó trabajar duro, primero en un lugar con un señor que no me acuerdo su nombre, luego lo hice con ‘El cachaco’ Benavidez, al que Escalona le hizo un canto, quien tenía una droguería en la calle real cerca de Jacobo Luquez, quien vendía acordeones y era muy amigo del Doctor Pupo. Para tener uno mejor, me tocó trabajar tres meses donde Sixto, quien administraba una rosa. Un día que fui a mi pueblo, me encontré con Julián Gutiérrez quien me vendió por nueve pesos un acordeón italiano que le decían ‘espejito’. Después de un largo tiempo, le compré un acordeón a Saturnino, que iba y venía de la zona bananera, quien me ofreció uno marca Regal que no era italiano ni alemán, y que él no vendía, pero si logré cambiarlo por una novilla que tenía.

¿Cómo fue su vida frente al amor?

“Tuve varios amores y muchos hijos. Mi primer amorío fue con Paulina Calvo, ella tenía 15 años y yo 17, a quien le compuse mi primera canción, un merengue que terminó en manos de un autor que nunca lo fue, que dice, “Como el cielo tiene nubes/las estrellas no iluminan/ya llegó el cuatro de octubre/pero hace falta Paulina/no alumbran las estrellitas/tiene el cielo rumazón/date cuenta morenita/de este pobre corazón’. Mi verdadero amor fue al inicio, el acordeón, pero cuando vi que con este podía conquistar el de las mujeres, me dediqué a tocarlo. Tuve muchas mujeres que hasta me peleaban. En Guacoche fueron cuatro de asiento, lo que ahora llaman oficiales, pero llegó Ana y todo cambió. Ella tenía 16 años cuando la vi y yo, 36. Con ella tuve 17 hijos y 37 en total”.

Esa mañana, Lorenzo Miguel Morales Herrera se extendió en recuerdos cultivados a través de los 87 años que tenía en el momento de la entrevista; donde sus verdades salieron del lugar en que permanecieron aprisionadas, por una complicidad que tiene todos los componentes contra la creación de un hombre como él, que lo dio todo y a cambio solo apareció su nombre, rotulado y mencionado por una píqueria, que nunca debió estar por encima de su grandeza musical, en donde muchas de sus creaciones beneficiaron a reconocidos valores del vallenato; al tiempo que él caía en un total olvido.

De igual manera, Consuelo Araújo Noguera comprendió algunas de las razones que la llevaron a tener una mirada más que solidaria, frente a lo que un valor como él representa para la música colombiana. Me quedo con la metáfora contundente que expresa Rodolfo Quintero Romero, cada vez que hablamos del guacochero que le puso música a las vasijas de barro que aprendió a construir desde niño, quien ha sostenido que con ese gigante de la música pasó lo siguiente: ‘Él siempre fue la botella que contenía un fino coñac, a la que le quitaron la marca y todos comenzaron a beber de ella, pero ninguno se atrevió a decir cómo se llamaba el coñac’.

*Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural para que el vallenato tuviera una Categoría en el Premio Grammy Latino.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar