Por la dignidad y el orgullo afros

La expresentadora de noticias, quien considera que es necesario que los medios representen mejor a los afrocolombianos, prepara una serie web sobre los saberes ancestrales de esa comunidad.

El Espectador
21 de febrero de 2017 - 04:38 a. m.
Por la dignidad y el orgullo afros
Foto: Cristian Garavito/ El espectador

Fue presentadora de noticias durante cuatro años. ¿Qué buscaba transmitir con su imagen?

Quería ser presentadora desde pequeña, pero en los medios sólo veía deportistas y cantantes afrocolombianas. Lo que quería con mi estética es que las niñas que vean televisión hoy en día sepan que son hermosas y pueden ejercer la profesión que quieran.

¿Por qué llevar el pelo al natural era importante para ese objetivo?

El pelo es algo que se toma muy a la ligera, pero es un asunto profundo que está relacionado con la identidad, la política y la salud de las mujeres afros. La belleza estereotípica, aunque ha cambiado, se sigue refiriendo a una mujer rubia, blanca y delgada. Las mujeres afros tenemos una belleza propia y el pelo ha sido uno de los elementos de nuestra estética que se ha tratado de invisibilizar.

¿A qué se debe la exigencia de alisarse el pelo?

La sociedad nos ha dicho que para ser aceptables en términos laborales no podemos llevar el pelo al natural, porque eso no concuerda con la seriedad que debe tener un profesional. El pelo de la mujer afro es un símbolo de resistencia. Con él estamos diciendo: “Somos bellas tal cual como somos, somos profesionales excelentes y mi pelo no me da menos credibilidad que a nadie”.

¿Cuáles son las consecuencias de esos estereotipos de belleza?

Uno ve niñas alisándose el pelo desde muy chiquitas porque se sienten feas. Eso es grave porque las mujeres que se alisan el pelo con químicos están en riesgo de contraer cáncer o quedarse calvas. En Colombia, la probabilidad de que una mujer afro tenga miomas en la matriz es 50 % más alta que en una mujer mestiza, y eso tiene que ver con los químicos a los que estamos expuestas.

El racismo toca la vida de muchos colombianos. ¿Por qué cuesta tanto reconocer que eso pasa?

Una de las herramientas más potentes del racismo es la invisibilización. Hablar del problema abiertamente nos dejaría buscar soluciones. En Colombia, nadie te dice que es racista, pero pondrían el grito en el cielo si un día sus hijas llegan con un novio afro. Otra forma de racismo es la condescendencia. A las personas afros se les tiende a exigir menos porque inconscientemente se cree que son menos capaces.

¿A qué se debe esa forma de racismo?

Colombia es un país en el que no hubo un sistema racista como en Estados Unidos, Sudáfrica o Brasil. En esos casos había un enemigo claro contra el cual luchar, mientras acá, como se supone que no hay racismo, estamos ante algo que opera diferente y tiene raíces en la educación.

¿En qué falla la educación para que perdure esa forma de pensar?

En los libros de historia casi nunca aparecen negros. Lo mismo pasa con los cuentos de hadas y nuestras niñas crecen ante una belleza totalmente distinta a la que ellos tienen y crecen sintiéndose feas. No tenemos referentes positivos de nosotros mismos a lo largo de nuestra educación, ni en televisión, ni en el periodismo.

¿Por qué entró a estudiar educación física antes de comunicación?

Estudié en un colegio de mayoría mestiza en Bogotá y aprendí la misma historia que mis compañeras. Por eso creí que era mejor para el deporte y la música y que era físicamente más fuerte que los demás. Empecé a ocupar el estereotipo que la sociedad me decía que tenía que ocupar y al final terminé estudiando educación física.

¿Cuándo la empezaron a afectar esos estereotipos?

Desde niña soñé con ser periodista, pero recuerdo cuando, en primaria, la profesora nos dijo que los españoles habían descubierto América, que los indígenas habían regalado todo a cambio de espejos y que después, cuando se acabaron porque eran muy flojos trabajando, trajeron de África a los negros porque eran muy buenos para el deporte, la música y para sacar oro de las minas.

¿Por qué se decidió por la comunicación social?

En educación física sólo duré un semestre. Visibilizar lo invisible y mostrar lo que la gente no conoce me apasiona, y no me imagino haber estudiado ninguna otra cosa. No hay nada más que me haga feliz, porque ayudar a superar problemáticas sociales a través de la comunicación es algo que me nace.

¿En qué consiste “Diáspora”, su nuevo proyecto?

Quiero entrevistar a adultos mayores de la población afrocolombiana que son expertos en un saber y por los que nadie se había preocupado. Entre ellos están la poeta Mary Grueso o Rosmilda Quiñónez, que es la partera más importante del país. Lo que planteo es una apuesta en la que los medios sean realmente democráticos.

¿A qué se refiere con esa democratización de los medios?

Los medios se han convertido en una herramienta de poder político más que una herramienta de movilización social. Les prestamos más atención a las peleas de los políticos que a los problemas que pueden tener las personas. Esa falta de representación no sólo existe en términos éticos. Hay territorios de Colombia, como Putumayo y Guaviare, que nunca salen en los medios.

¿Cómo era su entorno familiar?

Mi papá y mi mamá llevan 36 años casados y les debo todo lo que soy. Me dieron un nivel de vida muy bueno, sin que me diera cuenta de que era negra. Eso es algo que agradezco, aunque siento que nuestra propia identidad es algo que hay que inculcar en los jóvenes afros, porque de otro modo es el entorno el que te lo dice, como en el poema de Victoria Santacruz, “Me gritaron negra”.

¿Qué consejo le daría a Liliana Valencia, que iba a empezar su carrera en el periodismo?

Le diría que uno es un coctel perfecto en el que se mezcla lo que Dios puso y lo que viene del entorno familiar. Cuando tratamos de ser otro, ese equilibrio se rompe. Le diría que, como cualquier otra persona, debe creer en ella misma y tener una causa por la cual trabajar. Eso es lo que al final nos hace únicos en lo que hacemos.

Por El Espectador

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