Saín Castro, un maestro del teatro

Se formó como actor en Bogotá y Alemania. Como docente de teatro, cree que la vanidad y el ego impiden ser bueno en la actuación.

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10 de febrero de 2017 - 09:55 p. m.
Saín Castro, un maestro del teatro
Foto: GUSTAVO TORRIJOS

¿Cómo fueron sus primeros años en Fusagasugá?

A pesar de que tenía la inclinación por la música, jamás se me cruzó por la cabeza que el arte podía ser una profesión. Al contrario, pensaba que una carrera como la ingeniería sí era algo con lo que me podría ganar la vida.

¿Qué lo hizo abandonar sus estudios en ingeniería?

A los 15 años había empezado a estudiar guitarra clásica autodidácticamente. Entré a la Universidad Distrital para estudiar ingeniería catastral y dio la casualidad de que mi compañero de pupitre era guitarrista. Abandoné la carrera porque lo único que me interesaba era ir a la casa de mi amigo para verlo y aprender a tocar.

¿En qué momento apareció la actuación en su vida?

Un día abrí el periódico y vi un anuncio que decía que se reabría la Escuela Nacional de Arte Dramático bajo la dirección de Santiago García, del Teatro La Candelaria. No lo pensé dos veces. Cuando llegué, ya se habían cerrado las inscripciones y les hice una escenota, con llanto y todo. Al cabo de todo eso me abrieron el cupo.

¿Cómo era el teatro de los 70?

Era un teatro muy político e interesante, que requería estudio. Gracias a eso había mucha gente inteligente de quienes aprendí mucho. Más adelante, entré al Teatro Popular de Bogotá (TPB), que montaba obras de Shakespeare, del Siglo de Oro español y algunas cosas contemporáneas. Fue una época de formación fascinante.

¿Qué lo llevó a la televisión?

Cuando estaba estudiando teatro tuve un maestro, Felipe González, que en ese entonces era la estrella de los directores de televisión. Él me llevó a hacer una telenovela que se llamó Rojo y negro, una adaptación de la novela del escritor francés Stendhal.

¿Por qué siguió haciendo novelas en ese momento?

En “Rojo y negro” debutaron, junto a mí, Víctor Mallarino, Paula Peña. Tenía 19 años y mientras ellos se quedaron haciendo televisión decidí seguir haciendo teatro. Pasaron nueve años en los que seguí actuando y me volví director. Luego vino la oportunidad de estudiar en Alemania con uno de los discípulos vivos de Bertolt Brecht.

¿Cómo fue su regreso a Colombia?

Cuando llegué, el TPB estaba en crisis y lanzamos una temporada de I took Panama. Hicimos una gira nacional de dos o tres meses. Estaba en esas cuando supe que estaban buscando un actor para una novela en la que había que representar a Rafael Núñez desde los 18 años hasta los 64. Me escogieron a mí para esa novela, en parte por suerte. Después de eso seguí haciendo televisión.

Además de dirigir teatro, estuvo a cargo de 10 telenovelas ¿Cómo fue el paso entre un formato y el otro?

En el TPB hacíamos obras para televisión y allí fui adquiriendo herramientas para dirigir de modo que no me enfrenté a nada radicalmente nuevo. En Caracol, por ejemplo, hice “Música maestro” y también tengo un muy buen recuerdo de “Las muertes Ajenas “una novela con temática social con libretos de Carlos Gené y basada en el libro de Mejía Vallejo.

¿Qué lo hizo dejar de dirigir?

Me cansé. Fue una decisión difícil porque, desde el punto de vista lucrativo, a los directores les va muy bien. La carrera del actor, en cambio, es como un viacrucis. Además, los actores que estamos en la última parte de nuestra vida y que tal vez conocemos más el oficio nos encontramos con la paradoja de tener que hacer papeles pequeños que no requieren experiencia.

¿Por qué empezó a enseñar teatro?

Era un hobby, pero poco a poco me di cuenta de que tenía interés por la enseñanza. Recuerdo que durante la alfabetización, hacia el final del bachillerato, un profesor me propuso quedarme trabajando en el colegioCreo que esa habilidad siempre estuvo ahí, pero me demoré en reconocer que me gustaba.

¿Qué le ha enseñado ser maestro?

La posición del maestro lo aleja a uno del narcisismo. A mí me gusta partir de aceptar que uno no sabe y desde ese punto enseñar se vuelve un aprendizaje. El ego le impide al actor hacer bien su trabajo. Hay que entender que uno no es el centro de nada y cuando entiende eso enseñar se vuelve algo más enriquecedor.

¿Por qué los actores no deben obsesionarse con su imagen?

La sociedad que te obliga a centrarte en el “marketing”. Queremos vender nuestra imagen y nosotros mismos nos volvemos mercancías. Eso daña mucho al actor, porque lo carga con muchos estorbos que dificultan su trabajo. Es muy difícil convencer a alguien de que salga de ahí porque lo primero que se aprende es a cuidar las apariencias. Es el modo en que funcionan las cosas.

¿Es difícil ser un actor de edad avanzada?

Hay muy buenos actores que, como tienen arrugas, no trabajan. Cuando uno ve el rostro quien ha vivido sólo puede maravillarse. Lastimosamente, eso se ve poco en televisión. Estamos en una época en que queremos maquillar todo. Uno mismo se siente apenado de tener marcas en el rostro que por lo demás son maravillosos.

¿Cuáles son sus planes para 2017?

Voy a hacer un espectáculo con Fabiana Medina que se estrenará en el Jorge Eliécer Gaitán y en el Julio Mario Santo Domingo. Es una obra que se llama Círculos / Ficciones, del autor francés Joël Pomerat. También seguiré trabajando como profesor.

 

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