Una voz a las enfermedades mentales

Catalina Gallo escribió “Mi bipolaridad y sus maremotos”. Dice que ser periodista la motivó para hablar sobre su enfermedad y poner sobre la mesa el rechazo que sufren los pacientes psiquiátricos.

El Espectador
06 de febrero de 2017 - 11:54 p. m.
Una voz a las enfermedades mentales

Las enfermedades mentales suelen considerarse algo muy íntimo, ¿por qué decidió escribir sobre su caso?

Parte de la idea del libro era buscar una forma de decir no al estigma social. Nadie es un monstruo por tener una enfermedad mental y no es algo que se deba esconder. Hacer el libro fue una forma de decir “nosotros que sufrimos una enfermedad podemos ser personas productivas, útiles y creativas que tenemos derecho a vivir y a sentir como las otras personas, sin el rechazo social”.

¿Qué significó para usted haber sido diagnosticada de bipolaridad?

Hay personas que tienen muchas crisis antes de llegar a ser diagnosticados con la enfermedad, a otras les cuesta admitir que están enfermos. En mi caso el diagnóstico fue una respuesta, porque encontré una explicación a cosas que pasaban en mi mundo interior y que por fin pude nombrar. Eso me ayudó a seguir adelante y a tener una vida totalmente funcional.

Cómo fue su proceso después de recibir el diagnóstico?

Me dieron medicamentos que me regresaron a la realidad y después de eso, no sé cómo, logré entender que la enfermedad no me iba a definir. La bipolaridad es algo que pasa en mí, pero no es mi esencia ni mi forma de ser. Por eso empecé a buscar herramientas para lidiar con la enfermedad.

¿Por qué es tan complicado hablar sobre las enfermedades mentales?

En nuestra sociedad hay una valoración extrema de la razón. Eso hace que se subestimen muchas partes importantes que hacen a un ser humano integral. También existe un aspecto cultural y religioso que relaciona al enfermo mental con el diablo y, finalmente, la gente no sabe cómo manejar a una persona que sufre una enfermedad mental y esa impotencia causa miedo.

¿Cómo nació su libro “Mi bipolaridad y sus maremotos”?

Empecé a escribir un diario como parte de mi terapia. Decidí vivir mi enfermedad en silencio para no afectar a las personas a mi alrededor y empecé a escribir para descubrirme y saber cómo funcionaba la enfermedad en mí. Empecé a encontrar formas de lidiar con mi caso y en algún momento lo leí y me di cuenta de que podía ayudarle a alguien más.

Es periodista, ¿eso influyó en haber decidido publicar?

Mientras decidía si publicaba el libro, recordé que había estudiado periodismo para darles voz a quienes no la tenían. Entendí que los enfermos mentales no tenemos una voz porque estamos silenciados por el juicio social y yo tenía la posibilidad de hacerlo y lo hice.

¿En qué momento se interesó por el periodismo?

Desde que tenía nueve años quise ser periodista, siempre me pareció maravilloso escribir lo que pasaba en el mundo y a la gente. Estudié comunicación en la U. Javeriana y llevo más de 20 años ejerciendo el periodismo.

¿Sobre qué tema le costó escribir?

Hubo una crisis, antes de que me diagnosticaran, en la que actué un poco salida de la realidad. Para escribir ese episodio tuve que recordarlo y fue muy duro, porque me di cuenta de que me sentía culpable, aunque tengo muy claro que fue el resultado de una crisis y no de mi manera de ser.

¿Es solitaria?

Lo era en la medida en que hablaba de la enfermedad únicamente conmigo misma y mi psiquiatra. También lo fui porque existe miedo al rechazo. Gracias al libro, he podido ver que esa soledad también está en las familias que viven en el silencio y escondidas.

¿Quiere seguir escribiendo?

Pienso seguir dedicada al periodismo. A raíz del libro me ha interesado mucho la dinámica del país dentro de la violencia, sobre todo los casos de resiliencia. Quiero saber cómo hemos logrado salir adelante y recuperarnos.

¿Qué podemos aprender de las personas que sufren enfermedades mentales?

Lo que debemos es rodearlos de amor, eso implica aceptarlos como son y entender que pueden vivir una crisis como a quien se le baja el azúcar. Es importante quitarnos el miedo a la enfermedad mental.

Por El Espectador

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