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Un extraño Marco Polo

Netflix se aventuró en diciembre pasado con esta producción luego de éxitos como ‘House of cards’ y ‘Orange is the new black’.

Juan David Torres Duarte
22 de enero de 2015 - 08:23 p. m.
Lorenzo Richelmy en el rol de Marco Polo. / Netflix
Lorenzo Richelmy en el rol de Marco Polo. / Netflix
Foto: Phil Bray

Sin embargo, Marco Polo (Lorenzo Richelmy) tiene una personalidad ambigua y carece de fuerza, en contraste con la cuidada ambientación y las historias de otros personajes más profundos.

Marco Polo es la extraña y rápida evolución de un hombre letrado que se convierte por fuerza en un hombre de guerra. Hasta que es entregado a Kublai Kan (Benedict Wong) por su padre —como una suerte de ofrenda—, Marco Polo (Lorenzo Richelmy) no ha tenido más experiencia de vida que en su natal Venecia, al cuidado de una tía. Sabe contar historias, conoce cierto arte poético. Pero eso, en la narrativa de esta serie producida por Netflix en compañía de Weinstein Company, parece no interesar. Aquí Marco Polo no es el excelso cronista de viajes que conoce la historia, ni tampoco el intérprete novel de un mundo que apenas conoce y que presentará, tiempo después, a sus semejantes en Europa. Marco Polo es, sobre todas las cosas, un sobreviviente.

Su vida aventurera, cuando entra en los dominios de Kublai Kan, toma un rumbo por completo diferente: de las descripciones iniciales que hace de sus viajes al gran rey —y que sólo se extienden por dos o tres capítulos—, Marco Polo pasa a ser un consejero de guerra, una persona de confianza. Un político, podría llamarse. Como político, debe salir bien librado en un mundo de envidias —que, en muchos sentidos, se asemeja al de otra serie: Juego de tronos—, libre de cualquier consecuencia funesta en el choque de dos culturas. Sin embargo, Marco Polo pretende ser una serie dedicada al poder y a los vicios que él alimenta: el sexo, el patriarcado, la insensibilidad, la ambición y la ceguera. La fórmula de Juego de tronos parecía bastante útil para Netflix justo después de exitosas series bajo su producción como House of Cards y Orange is the new black.

Más allá de sus escenas sensitivas —como las que involucran sexo, el sexo como poder— y de la falta de diálogos contundentes —y al mismo tiempo, profundos—, el talón de Aquiles de la serie radica en la actuación de Richelmy. En uno de los primeros episodios, Cien Ojos (Tom Wu), un maestro taoísta que lo entrena en artes marciales, dice que Marco Polo no tiene ningún talento. Y parece que tiene razón: el personaje sólo se pasea entre las cortes con poco éxito, salvo al final, cuando destruye la muralla de los Song gracias a una decisión desesperada. Marco Polo se presenta como un personaje ambiguo, cuyos intereses no se reconocen nunca: no es posible saber, gracias a la poca expresividad que tiene su interpretación, si Marco quiere volver a Venecia o no, si odia o no a su padre, si de verdad —y con toda su lealtad— quiere entregarse a Kublai Kan y convertirse en su sirviente. Marco Polo no se decide por ningún camino y esa imprecisión le da poca visibilidad en el conflicto. ¿Dónde está el talento de Marco Polo? ¿Por qué se desvive este personaje y qué piensa de su futuro? ¿Es real el afecto que siente por sus “hermanos mongoles”? Su personalidad nunca deja nada claro. Como dijo, en el episodio noveno, el ministro de guerra Yusuf (Amr Waked): “Es un enigma”.

Dicha falta de color deja a Marco Polo susceptible a múltiples interpretaciones. Pero es justo esa ambigüedad cuanto no permite dilucidar su naturaleza, sus deseos. Quien vea a Marco Polo tal vez no comprenderá nada de su condición, de sus opiniones o de su existencia porque carece de ella: sólo un flashback nos muestra el día en que conoció a su padre y decidió viajar. Del resto de su vida no se cuenta nada —se cuenta más, incluso, sobre el pasado de otros personajes—, y por ello la personalidad de Marco Polo jamás se forma de manera certera. Resulta, en últimas, un muchacho inexperto con algo de suerte.

La frigidez de Marco Polo está en contraste con los escenarios, cuidados y cubiertos por cierta aura religiosa, concebidos como una forma de describir sin palabras el estado de ánimo de los personajes: la orgía de Kublai Kan está determinada sobre todo por colores claros, suaves; el encierro de Marco Polo ocurre en una celda muy oscura, casi cegadora; el momento de la confesión de Yusuf ocurre en un cuarto a media luz, con un ajedrez sin fichas dominando la escena. Marco Polo tiene la belleza pura de la escena: es una serie para apreciar, como un buen paisaje. Está en contraste con las escenas de batalla del último capítulo, donde se ve a un ejército por fin conquistando (la serie, en realidad, tiene pocas y breves escenas de guerra). Está en contraste, también, con personajes profundos y sabios como Cien Ojos y Jia Sidao (Chin Han), fiel seguidor del manual de Sun Tzu y de su propia enseñanza con la observación de la mantis religiosa. Es justo Jia Sidao quien protagoniza una de las escenas más dicientes de la serie, durante el último capítulo. Ya han entrado los mongoles a través de su muralla, y él, muy seguro, mientras se sirve el té, dice que tendrá dentro de poco la cabeza del Kan entre sus manos. Entonces su mano tiembla y el té se riega.
 

Por Juan David Torres Duarte

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