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El duque del Canal Capital

El experimentado guionista quiere que los televidentes sigan siendo ciudadanos que enriquecen su conciencia por medio de programas de tipo social, cultural y político.

El Espectador
02 de febrero de 2015 - 02:12 a. m.
El vallecaucano Lisandro Duque estudió antropología y escribió crítica cinematográfica en el diario El Espectador, en 1970. Cristian Garavito
El vallecaucano Lisandro Duque estudió antropología y escribió crítica cinematográfica en el diario El Espectador, en 1970. Cristian Garavito

¿Qué tipo de contenidos les ofrecerá a los usuarios de la televisión pública de Bogotá?

Contenidos en donde el televidente es un ciudadano y no lo subvaloren como si fuera una masa gregaria, sino como un sujeto consciente, el cual puede enriquecer su cultura y su conciencia.

¿Qué tan exigente cree que es el público con la programación de los canales nacionales?

Con el tipo de programación que se ha desarrollado en los últimos años creo que hemos hecho una audiencia exigente, con mayor calidad y sensibilidad respecto a los problemas que se abordan en los programas de tipo social, cultural y político.

¿Qué le falta a la televisión pública para tener igual o más audiencia que los canales privados?

Es un proceso de enriquecimiento mutuo, entre el tipo de programas y el tipo de teleaudiencia que se vaya formando. En la medida en que se acostumbra a tener programas respetuosos y que apelen a la complejidad, se termina exigiendo también mayor calidad al resto de la televisión.

Se vinculó a la realización fílmica de forma empírica. ¿Qué fue lo más difícil de entrar al mundo audiovisual en su época?

Lo empírico es bastante relativo, porque siempre se piensa que la mayor experiencia que se debe tener, tratándose de hacer cine, es una experiencia de tipo técnica. Nunca aprendí eso, no lo he aprendido todavía, pero ahí sí cabe el cuento “uno no sabe hacer empanadas, pero sabe dónde las venden muy buenas”. Me ha ayudado que soy un gran lector de ensayo histórico, de problemas que atañen la vida social y el conflicto social del país.

¿Qué temas tocó en los primeros documentales que realizó?

Todos los temas que he tocado tienen un alto contenido social y cierto sentido del humor. Soy riguroso, pero parece que resulto divertido para los espectadores.

El mayor aprendizaje que le dejó el libro ‘Reflexiones de un cineasta’, de Eisenstein.

A ese libro le debo mi formación inicial en lo que tiene que ver con el manejo de la estética cinematográfica en el guión, encuadre y montaje. Cuando hice mi primer cortometraje, El escarabajo, no se conseguían en Colombia libros de cine, pero éste llegó a mis manos predestinadamente y tiene una obra prodigiosa en la que teorizó una guía de creación con base en el análisis que hizo Eisenstein de los grandes autores contemporáneos.

En los 60 y 70 escribía críticas de cine. ¿Cuál fue la película a la que le dio más duro?

En esa época tenía una inclinación un poco panfletaria y posiblemente con unas películas de la cartelera comercial fui muy crítico. Con el paso de los años, releyendo los textos, encontré que con algunas pude haber sido injusto, excesivo y que con el tiempo llegaron a gustarme mucho. Pero realmente esas críticas no les hicieron cosquillas a las películas, que en su mayoría eran americanas, sus directores nunca se dieron cuenta de que yo no las había aprobado.

¿Y qué opina sobre los críticos?

Ahora hay críticos que son cuadros orgánicos de la nueva cinematografía, hay algunos comentarios y complacencias con los nuevos productos que discrepo enormemente. Pienso que el equilibrio económico de las artes hace inevitable que cada momento tenga una generación de críticos, independiente de si me parecen juiciosos o no.

¿Qué significa una cámara para usted?

Un instrumento de construcción de sentido, de lenguaje y de reflexión sobre los conflictos del ser humano.

¿Cuántas veces ha visto la película ‘Shane, el desconocido,’ de George Stevens?

Muchas, porque trabajo con ella en cineclubes desde hace 30 años. Es una película que me resulta atractiva, ya que es sobre posconflicto y me impresiona la manera en cómo se retrata el destino de un ciudadano, cómo sus conductas de joven lo condicionan y determinan cuándo es mayor.

Su mayor vicio.

Fumar, lo hago mucho.
 

Por El Espectador

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