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El maestro que trajo a Coetzee

Isaías Peña Gutiérrez, director de los programas de creación literaria de la Universidad Central, es el gestor de la histórica visita del escritor sudafricano.

El Espectador
07 de abril de 2013 - 09:00 p. m.
El profesor Isaías Peña cumple 70 años en junio y para celebrarlos quiere repetir el viaje que hicieron sus padres con él, a los seis meses de nacido, por caminos y ríos desde Saladoblanco (Huila) hasta Leticia (Amazonas). / Gustavo Torrijos – El Espectador
El profesor Isaías Peña cumple 70 años en junio y para celebrarlos quiere repetir el viaje que hicieron sus padres con él, a los seis meses de nacido, por caminos y ríos desde Saladoblanco (Huila) hasta Leticia (Amazonas). / Gustavo Torrijos – El Espectador

¿Qué papel cumplió su hija, Tamara, en la invitación al asocial Nobel de Literatura 2003?

El principal fue romper en Adelaide la barrera con el legendario J.M. Coetzee. En 2010 le pidió por email un autógrafo en Juventud, para traérmelo de regalo.

Usted le llevó café. ¿Qué dijo?

A pesar de que él es muy amable, fue entonces cuando lo vimos sonreír.

¿Qué vuelo, hotel o garantías pidió para venir a Bogotá?

Coetzee es austero en su vida y en su expresión literaria, pero bondadoso al extremo.

Describa la oficina de Coetzee.

Paredes de ladrillos blancos, una biblioteca de madera llena de libros suyos y de otros autores, un escritorio muy sencillo y una ventana a sus espaldas que ilumina su cabellera ya casi blanca.

¿Qué dedicatoria le escribió en el libro?

“Para el estimado Dr. Peña Gutiérrez. With very best wishes”.

¿Qué tipo de Honoris Causa le dará la Universidad Central?

En humanidades y letras.

¿Qué hará Coetzee aquí, aparte del seminario en la U. Central?

Quiere conocer la pintura colombiana, la antigua Bogotá y un pueblo de la Sabana.

¿Cuántas postulaciones de conferencistas tenían antes de escoger las 26 que al final se presentarán en los tres días del seminario?

Hasta un bachiller participó. No creí que Coetzee, un autor de culto hace diez años, tuviera tanta fanaticada en Colombia. En Adelaide le dije que sus novelas parecen escritas para Colombia.

¿Por qué empezó a leerlo por ‘Desgracia’ y ‘Juventud’?

No se encontraban sus anteriores obras.

¿Qué tiene Coetzee que no tienen otros novelistas para que lo llame “mago inagotable” y merecedor de otro Nobel?

Siendo uno y único en su estilo, jamás se ha repetido. A lo sumo ha continuado, como sucede con la inolvidable Elizabeth Costello. Piensa y reflexiona en tanto que narra, y viceversa. Saca conejos de la nada y desconcierta con su particular mirada del mundo. No se cree Nobel. Insiste en escribir mejor.

¿Por qué leer a Coetzee y por qué libro empezar?

Coetzee es un científico, un matemático, un antropólogo, un filósofo, un artista, un creador neto. Arrolló el canon inventándose otro. Ojalá lo leyeran en el orden de aparición de sus libros.

Este es uno de los frutos de que a usted se le ocurriera en junio de 1981 crear el Taller de Escritores. ¿Cómo se lo inventó?

Me aburrí de las biblias, de los “marcos teóricos”, de las metodologías limitantes, de las infinitas bibliografías que ahogaban la imaginación. Quería respirar y dejar respirar. Quería ser capaz.

¿Qué significa que de allí hayan salido escritores como Jorge Franco, Gloria Inés Peláez, Nahum Montt, Óscar Bustos, Óscar Godoy, Juan Álvarez, Miguel A. Manrique, Manuel J. Rincón y tantos otros?

Que valió la pena luchar contra viento y marea, y, sobre todo, que el mundo todavía está por hacer.

Ahora el Taller se transformó en pregrado y posgrado de creación literaria. ¿De qué sirve formar escritores?

Para que la gente no busque más la piedra filosofal. Para que la inspiración sea razón e intuición. Para buscar nuevos sentidos. Para encontrar el texto inexistente. Por eso, con los egresados, siempre sigo trabajando, sin sueldo y sin horarios.

¿Cómo es su Saladoblanco?

Aunque alguna vez pensé que era Luvina (por El llano en llamas, de Rulfo), hoy se llama el Jardín del Huila, a donde siempre llevo libros para su biblioteca.

Usted publicó ‘Breve historia de José Eustasio Rivera’ (1988) y en 2009 logró que la Biblioteca Nacional de Colombia rescatara los manuscritos del escritor opita para uso público. ¿De qué le sirvió jugarle su corazón al autor de ‘La vorágine’?

José Eustasio Rivera le quedó grande a Colombia. Su vida supera en dilemas y paradojas a La vorágine. Insisto en que hagamos su película.

¿Cuál ha sido la ventaja de graduarse de abogado externadista?

Me volví escritor. Mis profesores sabían más de Marcuse o de Kafka que de códigos. Ese Externado ya no existe.

Un recuerdo de sus días en el ‘Magazín Dominical’ de El Espectador, firmando como ‘Gustavo Budiño’.

Uno no, muchos, muchísimos. Aquí no caben.

Ha hecho 11 libros desde ‘Cinco cuentistas’ (1972) hasta ‘El universo de la creación narrativa’ (2010). ¿Qué logrará, como reza su blog, por “escribir como un loco”?

La literatura no salva. La literatura es un abismo donde tú nunca terminas de caer y así sigues vivo.

¿Con qué historia ganó, en 2009, en el Concurso Metropolitano de Cuento en Barranquilla?

Ese cuento snap (invento mío), se llama Creo que la he perdido.

Se arrepiente de haber sido candidato al Senado por la Alianza de los Medios Artísticos en 1991?

Debió ser algo simbólico. Y uno no puede arrepentirse de lo que ya no recuerda.

¿Qué experiencia le dejó ser coordinador y redactor en Colombia del ‘Diccionario enciclopédico de las letras de América Latina’?

Nadie leía literatura colombiana y yo lo hacía. Por eso, el crítico chileno Nelson Osorio me invitó a ese bello proyecto venezolano.

Recomiéndeles a nuestros lectores algunas de sus “lecturas desobedientes”.

Por lo pronto, las 15 novelas de J.M. Coetzee, el Nobel invitado a la Universidad Central, gracias al apoyo de su rector, el maestro Guillermo Páramo Rocha.

Por El Espectador

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