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El motor del mundo cultural en Montería

El escritor afirma que su novela, “Fuga de caballos”, muestra la realidad mitológica y legendaria del Sinú y del Caribe, y asegura que la literatura colombiana está centralizada.

El Espectador
12 de enero de 2016 - 02:00 a. m.

¿Cuándo supo que iba a ser escritor?

Nunca lo supe. Supe que quería ser lector. Leí mi primer libro sin saber leer. Vi a mi madre leer un libro de forro azul, que tenía en la portada la figura de una mujer con el cráneo cercenado, de cuyo centro salía una temible serpiente. Se llamaba Malditas sean las mujeres. Recuerdo que en algún capítulo hablaba de la guerra de Crimea. Yo leía por los ojos de mi madre. Le decía que leyera en voz alta y yo atendía el contenido de la lectura.

¿Cuáles fueron los temas de sus primeros cuentos en su adolescencia?

No eran cuentos. Empecé, en los primeros cursos de secundaria, escribiendo sentencias que yo llamaba filosóficas. En secreto, pegué varias de ellas en la cartelera de la escuela. Los muchachos se interesaron más en descubrir al autor que en discutir el tema de las sentencias. Las ambiciones de ese incipiente aprendiz de filósofo no llegaron en ese momento muy lejos.

¿Qué libros leía en aquel entonces?

Nada de libros. Hojeaba periódicos viejos, que mi abuela traía del lugar donde trabajaba. Miraba las ilustraciones. Ah, también hojeaba unas selecciones del Reader Digest escritas en inglés. Pero si tú no leías en español, menos en inglés, podría argumentar alguien, y tiene razón. Yo miraba páginas y páginas, y me embelesaba con las ilustraciones, con esos prados verdes y bien podados, con esas casas majestuosas. Aún no me habían obligado a hacer la primera comunión, pero ya había tenido contacto con dos idiomas que, precisamente, no podía leer.

¿Cómo estaba conformada su biblioteca por aquellos años?

Ya en secundaria mi biblioteca era la de mi escuela, y varios libros que me prestaban algunos estudiantes que tenían cierta inclinación política. Así me relacioné (no digo leí, que conste) con la filosofía de Afanasiev y la economía política de Nikitín; con una novela de Boris Polevoi; con Así se templó el acero, de Nicolai Ostrovski; con El destino de un hombre, de Mijail Shólojov; con la poesía de Pablo Neruda y Carlos Castro Saavedra; también con esos libros enormes, rapés, de pasta dura que eran los Clásicos Jackson y que estaban avalados por prestantes firmas de intelectuales latinoamericanos. Ah, y al margen, varias novelas de don José María Vargas Vila, que eran prohibición y secreto. Eso era lo que había en la escuela normal de esa época y lo que tenían los estudiantes del entorno.

¿Cómo se lograban conseguir los libros?

Los libros se conseguían en la biblioteca, donde Norita, la bibliotecaria, la enemiga número uno de los libros; a ella había que aguantarle el hocico y rogarle para que accediera al préstamo. Y con algunos amigos y con uno que otro profesor. A propósito, recuerdo que en Montería había una sola librería, se llamaba Aurora. Yo iba, generalmente, a mirar títulos, pues carecía de capacidad adquisitiva. Años después alguien la quemó y el dueño, lastimado, se mudó a Sincelejo. En Colombia se vienen quemando libros hace rato.

¿Qué novela lee una y otra vez sin cansarse de hacerlo?

La caída, de Albert Camus. La he gozado y la he padecido. He releído con entusiasmo y nostalgia los cuentos de Juan Carlos Onetti, los relatos de Antonio Di Benedetto, los cuentos de compadritos y cuchilleros de Borges, los cuentos de Cortázar, el teatro de Sófocles, en fin.

¿Cuál fue el tema del primer libro?

Fue un libro de cuentos, Oscuras cronologías. La temática es diversa: va desde la experiencia de un joven escritor hasta un cuento fantástico que se titula Conducto regular. Les gustó a los maestros Orlando Fals Borda y Ramiro de la Espriella. Me mandaron cartas felicitándome. Eso, en el año 80, era un bello reconocimiento para un joven de una provincia calenturienta y olvidada del Caribe.

¿Cómo surgió la idea de “El Túnel”?

Por la necesidad de juntar jóvenes voluntades. Eran ilusiones que luego se tornaron proyectos sólidos.

¿Cuáles han sido los logros del grupo y la publicación?

Tenemos el único periódico cultural independiente que existe en el Caribe: El Túnel. Realizamos un festival de literatura que va por su vigésima tercera edición, un concurso nacional de cuento ya aprestigiado, una Escuela de Literatura y Humanística (Elihum) con cursos libres de poesía, narrativa, filosofía, tradición oral, etc. Todo, intentando estremecer el letargo de la comarca.

¿Qué pretende con su reciente novela “Fuga de caballos”?

Mostrar una parte de la realidad mitológica y legendaria del Sinú y del Caribe, y hacerlo con un lenguaje que exprese esa realidad sin menoscabar su jerarquía estética. Su estructura, pienso, posibilita ese deseo.

¿Cómo ve la actual literatura colombiana?

La veo centralizada, y en efervescencia y calor. Desde la periferia no es fácil dar a conocer las creaciones. No todos tenemos las mismas posibilidades de edición. Quien diga lo contrario, miente.

 

Por El Espectador

 

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