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La función social del arte

A través de 100 lámparas hechas a mano en acero inoxidable, Tatiz Cala, Lucette Mugnier, Luz Marina Raad y Martine Paturle recaudarán fondos para la fundación Laudes Infantis, que apoya a comunidades vulnerables por medio del trueque.

Un chat con...
08 de septiembre de 2015 - 03:39 a. m.

¿Qué fue lo más difícil en los seis meses que tardó la elaboración de la escultura “Candil, una luz en el camino”?

Tatiz Cala: Primero teníamos la idea de hacer algo por la fundación Laudes Infantis, pero no sabíamos qué. Estuvimos dos meses pensándolo hasta que nos decidimos por una lámpara. Lo segundo fue encontrar el material. Pensamos en el papel y en la tela, pero queríamos algo diferente y novedoso y elegimos el acero inoxidable. Creamos 100 lámparas que nosotras cuatro hicimos con nuestras manos.

Luccette Mugnier: Además queríamos algo duradero. Queríamos una escultura que le quedara a la gente, que no fuera efímera, más bien un precedente de que se hizo una donación para ayudar a darle luz a una comunidad.

¿Cuál es el objetivo de esta obra?

Luz Marina Raad: Ayudarle a la fundación Laudes Infantis, que trabaja con el trueque, no regala nada. Lo que hace es dignificar a la persona en un tejido comunitario, donde todos se colaboran, y que la gente no se vuelva mendiga sino que se gane las cosas con su talento. Se ha llevado este modelo a zonas como Usme, Bella Flor y El Oasis, en Bogotá.

¿Qué harán con el dinero que se recaude?

LMR: Será para la fundación y ellos la van a usar en formación de líderes. La mejor manera para que la gente se entusiasme a salir adelante es viendo el ejemplo de los otros, de sus vecinos, no de gente ajena. Es abriendo caminos.

Este proyecto fue avalado por la Unesco en el Año Internacional de la Luz. ¿Cómo se logró este reconocimiento?

Martine Paturle: Este año la Unesco dijo que sería el Año de la Luz porque de ella nace el conocimiento, es una ventana al mundo. Yo leí en la prensa ese anuncio y decidí buscar el sello para este proyecto. Fue un camino difícil porque me mandaban de un lugar a otro, pero finalmente lo obtuvimos, tanto en Colombia como en Francia.

¿En qué momento de su vida apareció una luz cuando sólo había desesperanza?

TC: Un amanecer es una luz de esperanza. Uno puede acostarse con problemas, pero un amanecer es un nuevo día.

LM: El año pasado venía de un momento difícil porque durante diez años hice joyería, pero mi esposo se enfermó, no pude volver a trabajar y quedé a oscuras. Una noche recibí una llamada de Procolombia y me dijeron: “El comprador del Museo de Arte Moderno de Chicago vio un par de aretes de Expoartesanías que usted tenía expuestos en la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo y él la quiere conocer”. Eso lo había hecho cuatro años antes. Llegué al día siguiente y el señor me hizo un pedido. Empezar a producir después de cuatro años de no hacerlo fue para mí una luz. Me volví a sentir útil, fue un despertar.

¿Alguna vez en su casa usaron un candil?

TC: Muchas veces. Yo tenía una casa en las islas donde no había luz. También lo usamos en los apagones del gobierno de Gaviria.

MP: Yo, al revés. Durante la guerra pasamos cuatro años sin luz y sin agua en Francia. Cuando regresó la luz no quedó ni una vela y nadie quería verlas.

¿Cuál es el lugar más iluminado de su casa?

TC: La sala.

LM: Mi taller, en las mañanas, tiene una luz impresionante y me fascina porque llega el sol directo a la mesa de trabajo.

La hora perfecta para trabajar.

TC: La mañana.

LM: En la noche, porque todo se calma y no hay que recibir llamadas ni visitas.

MP: En la noche. He estado hasta las 2:00 a.m. hablando con mis amigas de Colombia.

La obra que más ha marcado su carrera.

TC: He trabajado en varias obras en mármol, que es una piedra muy dura, por lo me demoro mucho y son como mis hijas. Es difícil decir cómo han marcado mi carrera porque uno se enamora de sus hijos.

MP: Yo no soy artista, pero hace tiempo, cuando trabajaba en Bosnia con población desplazada, veía a las mujeres taparse las cabezas y caminar cabizbajas. Pensé que tal vez era porque no tenían con qué lavarse el cabello. Una amiga, que era directora de una cadena de peluquería en Francia, me ayudó, me regalaron un camión y dos espejos, y ahí monté una peluquería. Buscamos en los campos de desplazados mujeres que quisieran lavar y peinar a las otras. De un día a otro las mujeres estaban felices y caminaban con la cabeza levantada. Nos regalaron un shampoo de color rojo y todas se pintaron el cabello con ese color. Siempre que veo el rojo me acuerdo de eso.

Por Un chat con...

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