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Nadín opina

‘La suerte del color’ es el nombre de la exposición que desde hoy y hasta el 26 de noviembre estará en la galería El Museo.

El Espectador
18 de octubre de 2013 - 10:00 p. m.
Esculturas precolombinas con la cabeza de Bart Simpson o Mickey Mouse son piezas que caracterizan la obra del bogotano Nadín Ospina. / Cortesía
Esculturas precolombinas con la cabeza de Bart Simpson o Mickey Mouse son piezas que caracterizan la obra del bogotano Nadín Ospina. / Cortesía

¿Cuál es la suerte del color?

Es como una serendipia, el momento de inspiración en el que descubres en el lienzo en blanco o el espacio vacío una forma imaginaria en la mente y en el que está surgiendo una presencia que va a cobrar vida en la realidad. Ese momento está mediado por el color y esa es la suerte.

¿Cómo ha evolucionado o cambiado su obra desde ‘El gran sueño americano’ de los 90 hasta ‘El resplandor’?

Hay una pequeña figura en bronce que forma parte de la exposición. Se llama el uróboros, que es el dragón que se come su propia cola. Concibo toda mi obra de manera circular. Retomo ideas del principio de mi obra, como el tema de los juguetes y su color. Hay una dinámica cíclica constante que va apareciendo.

El sincretismo cultural que emplea en sus obras, si se pudiera definir así, ¿es un reflejo de Colombia en sí misma?

Definitivamente. Es un retrato de lo que somos psicológica, espiritual y racialmente. Por eso la sociedad colombiana es muy interesante, porque estamos formados como una especie de colcha de retazos. Desde nuestra herencia colonial española e indígena, y más recientemente la influencia de los medios de comunicación norteamericanos que se reconoce en la identidad latinoamericana. Una identidad esponja, porque es amorfa, desdibujada.

A propósito de la identidad, concepto que caracteriza su obra, su interés en ella surgió de una fotografía familiar. ¿Qué despertó en usted?

El autorreconocimiento, que es algo que está presente en todos los colombianos. Esa identidad que nos une a nuestro pasado precolombino, y su negación. Queremos blanquear nuestra idea de como somos. No queremos aceptar que somos mestizos. Esa fotografía es de un tatarabuelo mío alemán que aparecía con su esposa, una mujer con rasgos indígenas, y en casa fue un poco discriminada, de ahí que me interesara más aún buscar mis raíces y expresarlas a través del arte.

Otro concepto clave en su obra es la falsedad: ¿de qué manera se expresa con más fuerza en nuestra sociedad latinoamericana?

Cuando simulamos ser lo que no somos, para lo que intentamos una cantidad de trucos: las mujeres quieren ser rubias, pintarse el cabello, alisarlo; los hombres también quieren simular una realidad distinta a la que tienen.

¿Por qué su pasión por la arqueología?

Por la fascinación estética, en principio, que me genera el arte precolombino. Tenemos el privilegio de estar en un lugar que tuvo una presencia del arte y la imaginación sorprendente.

¿Solía coleccionar revistas de cómics, pasar horas frente a la pantalla para ver una serie, o de dónde surge su interés por el mundo que plasma en su obra?

Sí. Me tocó vivir esa generación que descubrió la televisión en los 60. La insurgencia de los medios de comunicación televisivos. Hoy es un suceso normal, pero en ese tiempo fue una revolución que marcó mi obra.

¿Cuánto cuesta una obra de Nadín, por ejemplo la del Bart Simpson precolombino?

Alrededor de 10.000 dólares. Son piezas pequeñas. El rango de mi obra está entre los 3.000 y 150.000 dólares.

¿En qué etapa de madurez o desarrollo está el arte colombiano?

Siento que en este momento están pasando cosas críticas. Colombia es un país de artistas, quizás también por la conciencia histórica y la realidad del país, pero esto no está acompañado de una infraestructura estatal que ayude y garantice que ese talento logre tener presencia internacional. Los artistas jóvenes de hoy están desencantados.

¿Cómo puede el arte transformar una sociedad marcada por la violencia, como la nuestra?

El arte es inane e inocuo y relacionado simplemente con la contemplación estética. Sí puede convocar a la reflexión y está en transformación.

Por El Espectador

 

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