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“Perdí mi anonimato”: Ignacio Montoya Carlotto

El nieto de Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, dice que uno de los mayores cambios al conocer a su familia biológica ha sido volverse un personaje público.

Pilar Cuartas Rodríguez
24 de agosto de 2015 - 02:03 a. m.

Hace un año se enteró de que era el nieto perdido de Estela de Carlotto. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

Son varios los cambios. El primero es haberme enterado de una verdad que no sabía acerca de mi familia biológica y lo que viene después, conocer dos familias enormes, los Montoya y los Carlotto. Lo segundo es la pérdida del anonimato, a lo que estaba acostumbrado. Ahora soy una persona conocida y responder a eso implica un cambio.

¿En qué momento se dio cuenta de que era un personaje público?

Cuando salió la noticia de mi encuentro mi cara apareció en todos los medios, y eso hizo que saliera del anonimato. Lo siento en lo cotidiano; la gente al verme caminar me saluda. Eso tiene un lado lindo, pero también un lado complejo, en cuanto a que la gente tiene expectativas de uno y espera que uno reaccione de cierta forma, pero a veces por incapacidad uno los va defraudando.

¿Cree que su caso se ha convertido en una esperanza para quienes aún buscan a sus familiares desaparecidos?

Claro. Mi historia, más que yo, se ha transformado en una cuestión simbólica. Los símbolos son complejos de llevar sobre los hombros porque la gente les pide a los símbolos inanimados un montón de cosas, y están ahí para recordarnos algo, y yo soy una persona viva que sigue haciendo cosas y en ese accionar defrauda las expectativas.

¿Qué sintió cuando recibió la llamada de su tía Claudia Carlotto, quien le dijo la verdad sobre sus padres?

Una suerte de alivio. Cuando empecé esta búsqueda el temor más grande era no encontrar nada. Y ese no encontrar era difícil porque estaba buscando resultados para poder cerrar una historia. Tuve una sensación vertiginosa acerca de qué era lo que iba a hacer a partir de ese momento.

El gusto por la música lo une con su padre. ¿También con su familia?

Ellos me conocen a partir de lo que hago y la música es un punto de encuentro. De hecho, voy saliendo para Oslo (Noruega) para dar un concierto de piano solo, en donde también va a estar la abuela, y es un momento donde nos encontramos y suceden cosas bonitas. Para mí, saber que en la familia había músicos es una forma que tengo de entender y de justificar por qué elegí la profesión que elegí. Y eso también es un alivio y fue una de las tantas respuestas que llegaron.

¿Por qué decidió ser músico?

Viví mi infancia en un campo alejado de la ciudad. No había radio, ni luz eléctrica y se escuchaba poca música. La primera vez que escuché música fue como a los 11 años, en un baile. El impacto fue tan grande que eso que estaba sucediendo iba a formar parte de mí para siempre.

¿En qué momento la música se volvió constructora de paz?

Hace unos meses conocí al pianista argentino Daniel Barenboim. Él tiene una orquesta sinfónica compuesta por israelíes y palestinos. Me explicó que la música es un momento de encuentro y que el arte es una herramienta de construcción de paz que no ha sido explotada. Dijo que se había probado todo para la paz (armas, sometimientos, exterminio, política, dinero, etc.), pero que faltaba entender la convivencia a través de lo artístico. La música es una magia que nos une y es un método pacificador.

¿Cuál es el valor de la verdad en la reconciliación y la reparación?

La verdad es fundamental para las víctimas y el país. Después habrá de venir un proceso de justicia, donde habrá gente que se responsabilice por lo que ha hecho, y luego seguir recordando lo que ha sucedido para no volver a cometer los mismos errores.

Usted fue por mucho tiempo el hombre más buscado de la Argentina. ¿Qué sigue luego de haber sido encontrado?

No sé. Tenía muchas cosas planeadas y muchas han cambiado, así que ahora me dejo llevar. Pero pienso seguir con mi profesión, seguir tocando y asumir roles como el que vengo a desempeñar en el foro Jóvenes Actores de Paz, organizado por la Universidad de La Salle en Bogotá.

¿Qué nombre prefiere usar: Ignacio o Guido, el que le había puesto su madre?

Hace poco recibí mi documento de identidad y en ese documento figura el nombre de Ignacio, que ha sido mi nombre de siempre, y tengo el apellido de mi padre: Montoya, y el de mi madre: Carlotto. Así que soy Ignacio Montoya Carlotto.

¿Qué fue lo que más le impactó del libro “El nieto”, lanzando hace dos meses al mercado?

La relación que entablé con María Seoane y Roberto Caballero, los dos escritores. María es una militante y me ha contado un montón de cuestiones de la generación de mis padres que me ayudaron. Fue impactante también leer la historia de la búsqueda y la familia en un libro; una cosa es saberlo y otra leerlo bajo la pluma de otro. Esa obra contiene mucha información y es una pintura bastante exacta de esa historia.

¿Alguna vez se imaginó que era el nieto de Estela de Carlotto por sus rasgos genéticos?

Jamás. Si bien Estela era conocida para mí, nunca se me ocurrió. Además, tampoco tuve tiempo, porque desde que inicié la investigación hasta que me dieron la confirmación de la noticia pasaron apenas dos meses.

Pilar Cuartas Rodríguez

Por Pilar Cuartas Rodríguez

Periodista y abogada. Coordina la primera sección de “género y diversidad” de El Espectador, que produce Las Igualadas y La Disidencia. También ha sido redactora de Investigación. @pilar4aspcuartas@elespectador.com

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