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'Tierra en la lengua'

El cineasta estrenó ayer este filme inspirado en su abuelo y la crudeza de la naturaleza, y al que le apostó con la presencia de actores naturales. Dice no creer en lo bueno o lo malo, sino en lo que le gusta.

Redacción Un chat con...
18 de julio de 2014 - 04:41 a. m.
Para Rubén Mendoza, la manera en que se transmite el sentir del corazón es más importante que los premios y las críticas. / Óscar Pérez
Para Rubén Mendoza, la manera en que se transmite el sentir del corazón es más importante que los premios y las críticas. / Óscar Pérez
Foto: Oscar Perez

¿De dónde viene el título de la película ‘Tierra en la lengua’?

Pasé mucho tiempo de mi niñez en el Casanare y había que ayudar al abuelo en los trabajos del campo, en la herranza. Uno debía tumbar los becerros, mantenerlos inmovilizados mientras pasaba el herrador marcando con hierro el cuero del animalito. Me impresionaba que cuando los marcaban sacaban la lengua y la arrastraban en la tierra seca, y esa sensación me parece un fastidio del que es difícil deshacerse, es como cuando uno vive con un machote, un patriarca al estilo de mi abuelo y de todos los que inspiraron esta historia, gente que es generosa en desventuras y en aventuras para una familia.

En su equipo de trabajo hay gran cantidad de actores naturales en vez de personas preparadas en actuación. ¿Por qué esta preferencia?

Un actor puede ir a entrenarse dos meses con los vaqueros del Llano, pero hay otros que me gustan más, que llevan 60 años haciéndolo sin saber que van a representar nada. No he tenido problema en trabajar también con actores profesionales. La gente que no vive de representar tiene mucha más cancha en la presencia escénica más importante: la vida.

¿Cómo los escoge y los convence de participar en sus películas?

Química, primero, sin intentar convencerlos, La base del descontrol es el control. Me acerco sabiendo que el huevón soy yo, con respeto, porque voy a aprender unas reglas de vida muy distintas a la mía y de verdaderos rebeldes casi siempre.

Jairo Salcedo interpreta al personaje principal, Silvio Vega, y fue el último que encontró. ¿Qué tan difícil fue esa búsqueda?

Quería la gran paradoja y el personaje se parece mucho al Llano: rudo, duro, árido, destructivo, que al mismo tiempo es magnético, seductor, que es rico estar a su sombra. Fue una recomendación de mi abuela después de que me vio desesperado; faltaban dos meses para rodar. Me lo nombró e inmediatamente descansé, porque sabía que en su cara había una apuesta química. Él me sonreía desde niño y quería un hombre con esa guapura.

¿Cuál es la diferencia entre una película bien hecha y una buena película?

No creo en bueno ni en malo, creo en lo que me gusta, que no me gusta o que es algo interesante que le sacude a uno el alma y el corazón y los principios, pero no de una manera tonta, como lo pretende hacer Hollywood. Eso es manoseo y burla al espectador, porque finalmente sólo hay un objetivo: billete.

¿Qué tan difícil es hacer cine?

Muchísimo, tanto como gratificante. Muchos cineastas se quejan de hacer cine, entonces que hagan otra joda. Hacer cine es una delicia, es difícil, pero cada trabajo tiene su dificultad y sus riesgos.

Además de cine ha hecho comerciales y videos musicales.

Comerciales me salieron muy pocos, porque no resulté muy atractivo para el mundo creativo. Soy muy malo para las relaciones públicas de noche con personas que no son mis amigos. Los videoclips, en cambio, son entrenamientos, pequeñas obras de arte, peliculitas. Sólo los acepto cuando me sueltan la idea. Hace mucho no hago uno.

¿Cuál es su película favorita?

La que más me ha afectado la vida y la que más lloro viendo es El sol del membrillo, de Víctor Erice.

¿Cómo fue la experiencia de ser asesorado por Abbas Kiarostami?

Fue un milagro porque soñaba con él desde niño. Le decía que no tenia por qué quererme y tampoco explicarse por qué lo quería tanto. Lo quería desde hace mucho. Abrió una puerta de diálogo el material que hice.

Ha recibido múltiples premios por su trabajo. ¿Qué simbolizan esos reconocimientos?

Nada, pero sin soberbia. Es bueno porque muchas veces le arreglan la hoja de vida a un proyecto y facilitan el siguiente. Pero pienso más en todos los destinos que se truncan cuando no reciben un premio, cuando la gente se come el cuento, ahí es donde es importante la terquedad.

Ha recibido críticas tanto buenas como malas. ¿Alguna en particular que lo haya marcado?

No, ni de las buenas ni de las malas. Me han dicho muchas cosas horribles y también piropos que la gente que hace cine o arte por gloria seguramente añora. A uno le toca es ir al centro y sin dejarse alterar, libre de estética y con la oreja pegada al corazón y a la cabeza, por donde uno quiere compartir.

Dicen que los directores acaparan el éxito de una película. ¿Qué opina?

Es verdad y triste, pero también he acaparado el fracaso de las películas, y en ese sentido he sido responsable por un lado, y por otro, mejor dar la cara uno en vez de que maltraten a mis actores.

Si su vida fuera un género cinematográfico, ¿cuál sería?

Rasca. Me siento hipercolombiano, soy capaz de ver la risa en la amargura. Es poesía colombiana, no es un género, es un hijastro, es un monstruo, un ser producto del incesto entre todos esos géneros.

La escena más difícil de su vida.

Preparar a mi papá para la muerte.

Por Redacción Un chat con...

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