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Un asesinato imperfecto

El 26 de enero de 2011 dos sacerdotes homosexuales murieron a manos de sicarios. Un año después se reveló que las víctimas pagaron por el crimen, una historia que ahora recrea la obra de este periodista.

Mónica Rivera
25 de julio de 2015 - 05:02 a. m.

¿Cómo llegó a la historia de los dos sacerdotes?

La idea era buscar un caso judicial, y me pareció que éste tenía temas novedosos, lejos de los casos de narcotráfico y pasionales que en verdad no tienen mayor trascendencia. Dos sacerdotes formados en ética, filosofía y teología habían tomado la decisión de quitarse la vida, pero además habían decidido pagarle a alguien para que lo hiciera.

¿Cómo contactaron a los sicarios?

Días antes intentaron suicidarse en el cañón del Chicamocha y se dieron cuenta de que no eran capaces de hacerlo. El padre Reátiga vio un día por la calle a un hombre armado y le preguntó si podría servirle como escolta porque manejaba mucho dinero. Así fue como empezó todo, entre el 25 y el 26 de enero de 2011.

¿Habló con los familiares?

Sí, pero para ellos esto es algo muy difícil de creer. Dicen que en verdad es una farsa y que se trata de un robo. La familia sabía que eran amigos entrañables desde el seminario, pero nadie pudo asegurar, durante la investigación, que fueran pareja. Se sabía que eran homosexuales, pero no se supo con certeza que fueran novios o que durmieran juntos.

¿Quién era Rafael Reátiga?

Era el padre de la iglesia Jesucristo Nuestra Fe, en Soacha. Los feligreses lo querían mucho. Era un hombre entregado a su iglesia, carismático y comprometido con la juventud; de hecho fue uno de los que alzaron la voz contra los falsos positivos. En su otra vida era muy desordenado; le gustaba ir a los bares a tomar y cantar. Tuvo un grupo de amigos de la parroquia que fueron quienes contaron cuál era el trayecto que hacían, los sitios a los que iban.

¿Y el padre Richard Piffano?

Él no era tan extrovertido y dicharachero, pero sí muy sensible y comprometido. Los dos venían de provincia y habían hecho un trabajo social muy fuerte.

¿Quiénes eran los asesinos?

Eran vecinos en un barrio de Patio Bonito, Bogotá. Gallero era un hombre aficionado a los gallos y tuvo una gallera, pero al final se dedicó a la jardinería. El Gavilán, en cambio, era albañil, pero tenía negocios turbios, y en el momento en que aparecieron los padres no dudó en participar.

¿Pudo haber sido el crimen perfecto?

No, pero eso fue lo que los padres les hicieron creer a los asesinos. Estuvo muy lejos de serlo porque ellos no tenían ni idea de la capacidad tecnológica que tienen los investigadores para rastrear cámaras y celulares. Además, porque si iban a simular un robo, los sicarios dejaron el carro y eso fue lo primero que comenzaron a sospechar los investigadores. Era muy absurdo.

Por Mónica Rivera

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