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Un humanista del derecho

Llegó a Bogotá para convertirse en abogado. En 2008 cumplió su sueño de convertirse en magistrado y, tras haber terminado su período como consejero, se dedica a la academia para fomentar la sensibilidad en sus alumnos.

Un chat con...
19 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
Gerardo Arenas ha publicado varios tratados sobre seguridad social. / Jhonatan Ramos
Gerardo Arenas ha publicado varios tratados sobre seguridad social. / Jhonatan Ramos
Foto: Jhonatan Ramos-El Espectador

¿Cómo fue su infancia en Santander?

Nací en un pueblo que se llama Mogotes y crecí en San Gil. Estuve allí hasta que me gradué de bachiller. Mi padre se dedicó a distintos trabajos y mi madre fue educadora. Ella tuvo un colegio y creo que de ahí viene mi vocación pedagógica. De ella aprendí la satisfacción de contribuir al hacer crecer a las personas.

¿Por qué decidió ser abogado?

Conversando con uno de mis tíos sacerdotes entendí que, por mi preferencia por la reflexión filosófica, me podría llegar a gustar el derecho. En ese momento se me abrió un horizonte que no había sospechado y gracias al cual tomé una de las decisiones más importantes de mi vida.

¿Cómo fue la transición entre San Gil y Bogotá?

Siempre he tenido una relación afectiva con la ciudad, aunque recuerdo con nostalgia mi región. Aquí tenía más autonomía y libertad, había una gran oferta cultural, y eso hizo que la ciudad me pareciera fascinante. La universidad significó llegar a un ambiente en el que lo intelectual se valoraba mucho, algo que yo echaba un poco de menos en San Gil.

¿Cuál fue su criterio para escoger universidad?

Me presenté a la Nacional y a la Javeriana. Pasé a ambas, pero en mi familia había un gran aprecio por la Javeriana. Estudié allí, pero quedé con un gran entusiasmo por la Nacional que después me hizo estudiar y ser profesor allí.

¿De dónde viene su interés por la seguridad social?

Fui discípulo de José María Rengifo, quien escribió, como yo, un tratado sobre el tema. Con él me di cuenta de que había un campo en el derecho desde el cual se podía hacer frente a la desigualdad, los infortunios, la vejez, la enfermedad y la accidentalidad. Es un área del derecho muy humanista.

¿Cómo está el país en ese tema?

Hemos avanzado, pero mi gran preocupación son los temas pensionales. Alcanzar la pensión es cada vez más complicado, y lo va a seguir siendo porque las reformas recientes sólo se ocupan de la seguridad económica del sistema. Eso es importante, pero sin duda se puede resolver por vías distintas a recortar los derechos de los ciudadanos.

¿Cuál fue su camino al Consejo de Estado?

Llegué al cargo con la alegría de haber alcanzado la meta que me propuse desde que era estudiante. Siempre soñé con la magistratura, por eso me dediqué a la academia y me mantuve distante de la política activa. Me parece que son lógicas distintas y cuando se mezclan producen resultados muy negativos.

¿Cuál fue la decisión más dura que tomó como magistrado?

Se tiende a creer que las decisiones que tienen impacto en los medios y la política son más complicadas. Sin embargo, hay millares de casos de ciudadanos comunes que requieren la misma atención y siempre hay que tomar el camino más humano y ajustado a la Constitución.

¿Por qué lo apasiona la literatura?

Me he esforzado por no cultivar un solo saber. En la formación del abogado eso es importante, porque trabajamos con categorías muy formales y rígidas. La literatura nos desacartona y nos sensibiliza, porque, mientras nos muestra diferencias culturales e históricas entre los seres humanos, saca a relucir lo que tenemos en común.

¿A quién recomienda de su colección de ganadores del Nobel?

Gracias al Nobel he descubierto muchos autores que me han producido gran fascinación. Para estos tiempos de paz recomiendo mucho a Nadine Gordimer, una escritora extraordinaria que invita a reflexionar sobre cómo la seguridad individual termina aislando a la gente.

¿A qué se dedica después de su retiro del Consejo de Estado?

Mi salida del Consejo de Estado fue tranquila y serena. La primera sensación fue la tranquilidad de haber cumplido mi deber. Últimamente me he dedicado con calma a retomar mis actividades académicas y de consultoría.

¿Qué es lo más gratificante de formar abogados?

Lo más satisfactorio es la sensación de contribuir a que la gente forme sus propios criterios. Considero que sin humanismo y sensibilidad, la formación jurídica se trunca, por más que esté llena de contenido técnico. Ser abogado y docente me mantiene muy cerca de esos ideales.

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