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"La paz no es sólo la no violencia armada, es mucho más"

Eduardo Villar Borrero, presidente de la Fundación Social, analiza la polarización entre “los colombianos no armados”, la incapacidad para generar consensos mínimos sobre el proceso de paz, la carencia de visión de país y las campañas estilo “Soy Capaz”.

Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador
19 de octubre de 2014 - 05:17 a. m.
“La palabra paz se ha vuelto, en el imaginario colectivo, un sinónimo de ‘acuerdo político en La Habana’”, dice Villar. / Fotos: Andrés Torres - El Espectador
“La palabra paz se ha vuelto, en el imaginario colectivo, un sinónimo de ‘acuerdo político en La Habana’”, dice Villar. / Fotos: Andrés Torres - El Espectador

La campaña “Soy Capaz”, ¿fue útil para avanzar en la construcción de un clima de convivencia en el país o la intensa publicidad que se hizo sólo consistió en un llamado de atención transitorio?

No creo que una cultura de paz seria, profunda y con verdaderas raíces, como la que requiere Colombia, pueda ser producto de una campaña publicitaria. “Soy Capaz” ha sido un medio interesante para poner a los colombianos a pensar en primera persona: “¿qué debo hacer yo?, ¿qué parte me corresponde a mí?”. Eso, en cualquier caso, es positivo, así se dé sólo en la superficie, es decir, en el nivel en que actúa la publicidad.

Da la impresión de que este tipo de iniciativas no lo convencen mucho. ¿Lo interpreto bien?

Me interpreta bien. La publicidad puede ser un apoyo útil para algunas estrategias, pero por sí misma es superficial.

Precisamente, algunos críticos aseguraron que, a pesar de ser bienintencionada, la campaña “Soy Capaz” resultó exhibicionista y sin fondo. Por lo que ha dicho, usted comparte esa apreciación.

Como estaba abierta a todos los enfoques y a todos los estilos, sí pudo tener algo de eso a veces. Pero también hubo visiones profundas y desinteresadas.

¿Tal vez faltó dirección y manejo o falló por el eje, o sea, por la ausencia de objetivos precisos?

Creo que al querer ser tan incluyente dejó abierto —bajo un eslogan— un paraguas que cobijaba cualquier interpretación.

Las más de 150 organizaciones que participaron en la campaña representan intereses muy distintos y, por tanto, tienen ideas diferentes y a veces opuestas de lo que consideran paz. ¿Cuál es la de la fundación que usted preside?

Creemos en la paz en tres niveles: el primero, el más importante y difícil, se da en la aceptación del otro como aquel con quien debo convivir en armonía y con igualdad de derechos. El segundo nivel supone la construcción del tejido social, mecanismos de convivencia y oportunidades justas de desarrollo para todos. Y el tercero vendría a ser el político y jurídico: a él pertenecen los acuerdos entre grupos, los convenios para reformas del Estado, etc., y también las negociaciones sobre la aplicación especial de la ley penal. Digo esto porque en la confusión de términos en que nos hemos sumido, se tiende a creer que es igual el perdón personal, que es una obligación moral de cada individuo, con el eventual tratamiento judicial especial que es una decisión de Estado a partir de las conveniencias del bien común y de la legitimidad que le conceda la sociedad.

Los opositores del Gobierno sembraron sospechas sobre la campaña por presumir que se trataba de una estrategia oficial para ambientar la negociación de La Habana. ¿Este punto fue considerado por la Fundación Social antes de tomar la decisión de participar en ella?

Sí, lo consideramos. Nos preocupa que, de manera un poco ligera, la palabra “paz” se haya vuelto, en el imaginario colectivo, un sinónimo de “acuerdo político en La Habana”. Independientemente de cuál hubiera sido su origen, era claro que esa sería una muy probable lectura de la campaña y que habría quienes quisieran mostrarla con ese único contenido. La Fundación Social no es, por supuesto, adversa a la idea de un acuerdo político, el cual, en circunstancias adecuadas, debe ser necesario. Pero no cree que la paz provenga simplemente de la firma de un papel, ni que contribuya a ella la cruda y radical polarización en torno a ese proceso de negociación. La paz supone apertura a opiniones y matices, a controversias e ideas diferentes de las propias.

Entonces, ¿por qué la fundación decidió participar en esa campaña?

Porque durante 103 años hemos trabajado intensamente por la convivencia de los colombianos —así está consignado en nuestra misión—, y no podíamos guardar silencio.

Sigo percibiendo un tono crítico. Uno: para usted, ¿cuáles serían “las circunstancias adecuadas” de un acuerdo político, según su respuesta anterior? Dos: afirma que “la paz supone apertura a opiniones y controversias diferentes de las propias”; ¿cree que hoy no es posible criticar —sin ser mal recibido— el proceso que se adelanta en Cuba?

Debiera ser posible, pero no está ocurriendo. Y no ocurre por la polarización de las posiciones absolutamente extremas a que se ha llegado: sí o no, sin puntos intermedios. Se podrían dar las circunstancias adecuadas si se generaran espacios reales de diálogo en los cuales el sí y el no admitieran matices. En una palabra, si la sociedad llegara a unos consensos mínimos sobre los cuales se construyera el acuerdo de paz.

Ha existido un debate muy amargo, pero ha sido excluyente: entre los partidarios del Gobierno y el uribismo. ¿Esto es lo criticable?

Sí. Esas dos posiciones políticas se han convertido en banderas tras las cuales se ha alineado buena parte de la sociedad. Un acercamiento crítico, pero constructivo, entre ambos lados, no para imponerse radicalmente el uno sobre el otro sino para construir en medio de la diferencia, sería un paso enorme hacia una paz real.

¿Es posible pensar en que Colombia adquiera una vida pacífica con las profundas diferencias económicas y sociales que hoy subsisten en el país?

No creo que la violencia de distintos grupos pueda justificarse en las diferencias que usted señala. La vida, la libertad y la integridad de los semejantes no son mercancías con las que se negocian los cambios económicos y políticos, y por eso debe condenarse la violencia en cualquier circunstancia. Aclarado esto, añado que no es posible una verdadera vida pacífica cuando hay tantos compatriotas olvidados y privados de oportunidades para vivir dignamente. La paz verdadera no es sólo la no violencia armada, es mucho más.

Entonces, el esfuerzo que se está haciendo en La Habana sería vano, puesto que no parece que se estuvieran discutiendo allá medidas para “cerrar la brecha” de la pobreza.

Me preguntaría más bien si La Habana debe ser el espacio principal para esa discusión, o si está en mora de darse entre quienes no estamos en armas, que somos la mayoría de los colombianos: ¿qué les corresponde a los partidos políticos, la academia, las organizaciones sociales y el sector privado? ¿No tenemos acaso todos la responsabilidad de un desarrollo verdaderamente incluyente? Trasladar todo eso a la mesa de diálogo con un grupo armado, sin desconocer que los actores armados también tienen algo que decir, es facilismo poco responsable y, por supuesto, sin raíces suficientes para que funcione en la realidad.

Ustedes tienen fama de haber enfocado sus actividades hacia los sectores más débiles. Sin embargo, y a pesar de conservar su carácter de fundación sin ánimo de lucro, su organización tiene entidades bancarias, financieras y de comercio que les generan millonarias utilidades. ¿Cómo explica esta doble “personalidad”?

Cuando el padre José María Campoamor, S.J., creó la fundación en 1911, tuvo la intuición de generar actividades productivas que permitieran a los pobres conectarse con las fuentes de generación de riqueza —“negocios inclusivos”, llamaríamos hoy—, y dio vida a empresas, económicamente viables y sostenibles, cuyo horizonte fuera facilitar esa conexión. Por esta vía, la Fundación Social fue, de lejos, la primera “bancarizadora” del continente y una de las primeras del mundo. Por ejemplo, hizo el primer desarrollo urbanístico popular de Colombia y dio vida a otras actividades productivas para los sectores populares. Por otro lado, al ser la fundación la propietaria de las empresas —no éstas de la fundación—, la totalidad de las utilidades que se reciben como dividendos se utiliza para financiar el propósito social.

¿En cuál tipo de proyectos?

Hoy adelantamos seis proyectos integrales de desarrollo territorial con comunidades marginadas a lo largo del país y con una población de unas 3’800.000 personas en Pasto y el corredor oriental de Nariño, en tres comunas de Ibagué, en Soacha, Bosa y Kennedy, en el Valle de Aburrá Norte, y en El Pozón, Cartagena. Allí estamos comprometidos en procesos de acompañamiento de esa clase. Cuando nos retiremos, en unos años, debemos haber logrado, como ya ha sucedido en otras zonas, que las comunidades puedan gestionar por sí mismas el mejoramiento real de su calidad de vida.

En cada discusión pública que implique repartición social de beneficios (por ejemplo, pago por horas extras de trabajo, impuestos “a la riqueza”, proyectos de vivienda social, etc.), las entidades del sector bancario y financiero, y también los otros sectores de la economía, no disimulan su afán de defender sus intereses particulares. ¿Falta generosidad, visión y sentido de nación en los niveles altos del sector privado colombiano?

La conveniencia de los temas concretos que usted menciona daría para largos debates técnicos, pues están hoy muy matizados por consideraciones políticas y coyunturales que no son muy claras. Pero de manera general, sí me parece que en la dirigencia colombiana, y no sólo la empresarial sino también la académica, la de los medios, los sindicatos, los representantes de grupos de interés y, por supuesto, los líderes políticos, hay una seria carencia de visión y sentido de nación. No sé si de generosidad, pues ella reside en la intimidad de los individuos, pero sí de visión: los intereses puntuales y particulares de corto plazo relegan la obligación de pensar con perspectiva grande de país. No en vano algún columnista decía hace tiempo que los colombianos tenemos una gran inteligencia individual y una enorme estupidez colectiva.

Los programas de asistencia y las campañas para solucionar problemas puntuales de una familia, un niño o un grupo específico —en un desastre, por ejemplo— son frecuentes en el campo privado. Y, ciertamente, logran sus objetivos. ¿Estas actividades ayudan a erradicar las condiciones de desigualdad de los colombianos?

No. Con frecuencia despiertan una sensibilidad de superficie, muy estimulada por los medios, que da lugar a manifestaciones ciertas de generosidad que se esfuman rápidamente. Fíjese que hubo personas que impulsaron, —con sacrificio y entrega— el envío de agua en bolsas a La Guajira para paliar la sequía. Pero no he visto ningún movimiento serio para forzar la construcción de los —tantas veces pospuestos— acueductos en esas poblaciones.

Ahora vendrá una segunda fase de la campaña “Soy Capaz”, en la que ya no bastará con que las firmas asociadas envíen mensajes sino que tendrán que presentar propuestas concretas. ¿Participarán ustedes en esta etapa?

A nosotros no nos han presentado aún esa segunda etapa. En su momento la evaluaremos, pero insisto en que la paz no es asunto de campañas, aunque cumplan, a veces, un papel puntual. Ojalá esta oleada de toma de conciencia condujera a un verdadero proceso de reconciliación. No deja de ser paradójico y cuestionable que, en nombre de la paz, los colombianos no armados estemos casi tan polarizados y divididos como en los dolorosos años 50. ¿Será sólido y sostenible cualquier proceso que se construya así? Sí que nos gustaría contribuir a dialogar sobre este tema.

Por último, quisiera que me lo dijera explícitamente, aunque intuyo su respuesta: ¿usted y la Fundación Social están a favor o en contra del proceso de negociación con las Farc tal como lo ha conducido el presidente Santos?

Sobre la negociación en La Habana, mi institución ha querido mantener una posición neutral para poder estar abierta a la diversidad del pensamiento de los colombianos. Pero sí considera que, dada esa diversidad, es indispensable que la negociación con cualquier grupo armado se base en verdaderos consensos de toda la sociedad.

Campaña “Soy Capaz”: ¿útil o no?

El 8 de septiembre se inició la campaña “Soy Capaz”, con el apoyo de los medios de comunicación nacionales y locales, así como de 158 entidades privadas, cada una de las cuales aportó cerca de $10 millones. La campaña pretendía generar conciencia sobre la paz y la convivencia. De acuerdo con los mensajes que se difundieron por todos los canales, lograr una vida pacífica no es problema de los gobiernos ni de procesos con grupos armados, sino un asunto de cada ciudadano. “Soy Capaz” fue vista con sospecha por los movimientos antigobiernistas, en particular por el uribismo, bajo la suposición de que se trataba de un gigantesco complot político de apoyo al proceso de negociación de la administración Santos con las Farc, en La Habana. Concebida por la firma Chapati Films y el apoyo estratégico de la Fundación Andi, tuvo éxito, al menos momentáneo: en 30 días de actividad, se reportaron 20 millones de visitas a la página web, se activaron programas de beneficio para poblaciones marginales, se reunieron en una sola ceremonia 28 credos confesionales y se unieron 60 artistas para cantar un tema alusivo a la paz. Los críticos aseguran que estas iniciativas, aunque bienintencionadas, son superficiales y con alcance de corto plazo.

“No hay suficiente compromiso del sector empresarial”

Los colombianos no quieren al sector bancario y financiero ni creen en él porque perciben que se enriquece a costa del dinero de sus clientes. Usted preside una organización que tiene banco (Caja Social) y entidades financieras y de seguros (Colmena). ¿Esa apreciación es justa o injusta?

Es parcialmente injusta, pues desconoce el papel relevante de la banca en el desarrollo. Pero también debe admitirse que no es totalmente desacertada, y no sólo referida a la actividad bancaria sino a todo el quehacer empresarial privado, pues este, aunque con efectos muy positivos como motor de la economía, el empleo y la generación de riqueza, no mira con suficiente compromiso el bien común y las necesidades de los menos favorecidos.

Si su organización distribuye los dividendos en la financiación de proyectos sociales ¿qué ganancias obtienen los directivos?

Los directivos somos empleados que tenemos salarios como cualquier otro y, también como ellos, hoy estamos y mañana no. Los miembros de los consejos son personas independientes de sectores relevantes del mundo económico y social que reciben honorarios casi simbólicos.

Por Cecilia Orozco Tascón / Especial para El Espectador

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