“Quisiera que toda mi obra fuera una oración fúnebre”: Doris Salcedo

En una de las raras ocasiones en que concede una entrevista periodística, la escultora Doris Salcedo, cuyo nombre y obra son de alto valor en el mundo del arte internacional, acepta que el dolor la llevó a instalar una gran tela en la Plaza de Bolívar con los nombres de dos mil víctimas, en un acto colectivo que se realizó dos días después de que perdiera el Sí a los acuerdos de paz.

Cecilia Orozco Tascón
15 de octubre de 2016 - 09:00 p. m.
Un momento para la construcción de la tela para recordar a las víctimas./ Jhonatan Ramos
Un momento para la construcción de la tela para recordar a las víctimas./ Jhonatan Ramos
Foto: Jhonatan Ramos-El Espectador

La intervención de la Plaza de Bolívar, esta semana, para la ejecución de su obra “Sumando ausencias” produjo impacto masivo. Usted estuvo todo el día con decenas de personas que cosían los retazos de tela en que estaban los nombres de unas víctimas de la guerra. Con su fama de solitaria y adusta, ¿cómo vivió esa experiencia colectiva?

En el momento que estamos viviendo en Colombia, en que podríamos estar abocados, de nuevo, a la guerra, lo que yo pueda sentir pasa a un segundo plano. Lo importante es generar imágenes capaces de oponerse a la hegemonía simbólica que la guerra y la violencia nos han impuesto hace tantos años. Sumando ausencias es una obra en que las víctimas del conflicto fueron puestas en el centro de nuestra vida política por una comunidad efímera que se forjó en los días en que hicimos la obra. Eran tejedores generosos que con devoción y respeto lograron unir, en una sola imagen, el dolor de miles de familias. La obra es una acción de duelo y nada, absolutamente nada, hay más humano que el duelo. En la devoción o en el desprecio que les conferimos a nuestras prácticas de duelo está definida nuestra humanidad. Por eso, veo mis obras como una topología del duelo. (Vea aquí el especial "A construir la paz")

Es decir, ¿usted enfrenta la violencia con su arte?

Sí. La única respuesta posible que puedo dar para enfrentar una muerte violenta es la de crear imágenes capaces de transmitir la carencia y el vacío que quedan. Quisiera que toda mi obra fuera como una oración fúnebre con la que intento enunciar los principios de una poética del duelo. Procuro restituir con ella el sentido, el significado y la dignidad que la violencia les arrebató a sus víctimas. No sólo intento ratificar la necesidad de elaborar el duelo: la obra misma está en duelo.

Antes de continuar, permítame insistirle en su fama de huraña con los medios: ¿esa característica es real o ficticia en usted?

Lo cierto es que la sociedad del espectáculo no me interesa y que lo importante no es quién soy o cómo me perciben. No fui yo la que atrajo a las personas que trabajaron, en forma generosa y amorosa en “Sumando ausencias”. Fueron las víctimas quienes lograron esa solidaridad porque en la obra se recogen sus vidas silenciadas e inadvertidas. Y, sin embargo, son sus voces las que continúan acechando la historia con su presencia reprimida. La sociedad les respondió a ellas ese día.

Para la elaboración física de la obra en plena Plaza de Bolívar se necesitó el trabajo de muchas horas. ¿Cómo hizo la selección de las personas que iban a participar y cuántos metros de tela y cantidades de ceniza usó?

Todo fue posible por la participación y entusiasmo de amigos generosos como María Belén Sáez de Ibarra, María Jimena Duzán, Diego Bautista, el equipo del museo de la Universidad Nacional, algunos de mi estudio, otros que no conocía y personas afligidas que encontraron la forma de canalizar el dolor que nos impuso el No (al acuerdo de paz). También participaron artistas y arquitectos talentosos que pusieron su esfuerzo para que todo saliera bien. Empleamos 7 mil metros de tela y una volqueta de ceniza para escribir los nombres de cerca de dos mil víctimas que queríamos honrar. Conseguí, personalmente, los materiales y produje la obra que fluyó de manera conmovedora.

¿Cómo y por qué surgió en usted esa idea?

El arte representa, para mí, la posibilidad de construir una historia fragmentada desde la perspectiva de los derrotados. Siempre trabajo desde la derrota. Y el domingo (de la derrota del Sí) muchos colombianos estábamos de duelo. Por eso pensé esta obra. El martes siguiente ya tenía la idea clara y a partir de ese momento iniciamos el trabajo. La primera en llegar fue María Belén. Después se sumaron los demás. Y como no uso redes sociales, porque soy parcialmente ciega y físicamente no tengo la posibilidad de leer en el tamaño de los celulares, no me enteré cómo se produjo el proceso de convocatoria virtual, pues ese mundo me es ajeno.

¿Por qué en la Plaza de Bolívar?

Por la importancia de llevar a los ausentes a los espacios en donde los vivos hacen sus manifestaciones: la Plaza de Bolívar. Lo bello es que los participantes comprendieron el valor de tener a los ausentes en el sitio al que concurren los vivos porque a ellos -a los ausentes-, los tenemos que llevar nosotros: su única posibilidad de existir en este mundo es dentro de nosotros.

Al finalizar el día, y desde arriba, la plaza se veía blanca con unos puntos negros en filas horizontales y verticales: eran los nombres de las víctimas que apenas se distinguían. ¿Ese era el efecto visual que usted pretendía?

Sí. Por esa razón escogí la ceniza para escribir los nombres. No lo hicimos con tinta indeleble…

…¿Por qué? Porque son nombres sobre los que ya ha actuado el olvido. Se están borrando de la memoria colectiva. El arte traza un espacio diferente al de la vida rutinaria: esboza un espacio aparte, un lugar diferente al de las reglas y los usos de la cotidianidad. En “Sumando ausencias” busqué trabajar con aquello que no puede ser representado: el silencio, la muerte y el vacío. La ceniza es un material frágil que se dispersa con una respiración cercana. Y los eventos que aborda mi obra están en proceso de aparecer y desaparecer. Por lo tanto, no pueden ser plenamente representados. Jaques Derridá (pensador francés) afirma que el arte articula lo que ya no es, con lo que no es todavía. El arte es paradójico y se sitúa en una intersección entre el silencio y la elocuencia. Esto explica que los nombres de las víctimas se vayan borrando en la tela.

Las obras de arte producen un efecto estético. ¿Quedó satisfecha con el resultado de ésta?

Sí, mucho. Claro que debemos tener presente que, en esta ocasión, el proceso cuenta más que el resultado y fue extraordinario porque los tejedores decían el nombre de un ausente y empezaban a escribirlo en ceniza. Quisiera contarle un caso que sucedió ese día: cuando los participantes estaban escogiendo el trozo de tela en que iban a trabajar, unos tejedores recogieron uno al azar, en que estaba el nombre de Augusto Orjuela. Uno de dos hermanos que había ido a la plaza, lo leyó: era el de su padre. Llamó a su otro hermano y ambos pidieron que les dejaran tejer ese retazo. Un personero de la Unión Patriótica, que era de su pueblo, contó que los hermanos no conocieron al padre porque tenían 10 meses y cuatro años cuando lo asesinaron. No contaban con muchos recuerdos, pero, con este acto, tuvieron la posibilidad de tejer su memoria y de conectarse con él. Ese momento fue mucho más valioso que el resultado.

Pese a que su obra ha sido seleccionada para ser expuesta en los museos más importantes del mundo, usted no se ha salvado de los críticos. ¿Hay incomprensión, envidia o reacciones primitivas de quienes se sienten, a su vez, criticados por usted?

No soy activista política y no creo en la redención estética. El arte no puede salvar ni una sola vida y, sin embargo, nos restituye la dignidad y la humanidad que perdemos cada vez que ocurre una muerte violenta. El asunto por el que me pregunta no es relevante para mí. Sólo respondo a la violencia con la fuerza de una imagen poética que hace referencia a los homicidios, masacres y torturas.

Sus sillas colgadas del Palacio de Justicia (2002, que rememoran las sanguinarias toma guerrillera y retoma militar) y Shibboleth (2007, Tate Modern, de Londres) que consistía en una grieta sobrecogedora, son obras tan políticas como la de la Plaza de Bolívar. Como afirman los curadores de sus exposiciones, ¿la violencia es el centro único de sus esculturas?

La obra que he realizado en los últimos 30 años rota alrededor de ese único tema: la violencia política. Jean-Luc Nancy (filósofo francés) afirma que la política inicia y termina en el cuerpo. Mi interés está centrado en lo que sucede en los seres humanos asaltados por la violencia. Y me he enfocado en esta, no simplemente porque sea colombiana sino porque tengo la firme convicción de que la violencia política define el ethos de nuestra sociedad.

Me atrevo a decir que con su obra, usted no tuvo la intención de generar manifestaciones como la que ocurrió en la misma Plaza de Bolívar al otro día de su instalación. ¿Me equivoco?

Está en lo correcto: no intento generar movilizaciones. Lo que me interesa es contar la historia incompleta y fragmentada de los vencidos. Walter Benjamín (crítico alemán) pensó que los vencidos podíamos narrar nuestra historia que se construía desde el presente del historiador o a partir del artista que observa el pasado. Nuestro pasado no es algo dado: es algo que podemos construir en el momento en que narramos. Esa mirada, en el presente, permite que la memoria olvidada surja, de nuevo, en una imagen artística porque a través de esta se le da una oportunidad a todo lo que fue aplastado y abandonado. Esa es la función que el arte puede cumplir en Colombia. Y es lo único que trato de hacer.

Tanto en “Sumando ausencias” como en sus obras ya distantes en el tiempo, por ejemplo, Casa Viuda de los años 90, están presentes las víctimas mediante sus nombres, en el primer caso; mediante sus objetos, en el segundo. Pero las personas no aparecen físicamente. ¿Por qué?

Me preocupa cómo representar la violencia sin violencia. He tratado de encontrar los límites de su representación. Pienso que la muerte violenta está más allá del alcance del arte y que no debe ser representada porque es la profanación máxima del cuerpo y como tal, escapa a la simbolización. Por eso se dice que en arte la muerte violenta debe ser desplazada, vaciada. Desaparecer para que en su lugar aparezca otra presencia de la víctimas en el espacio y en el tiempo de lo sagrado, después de que fueron bestializadas en el momento de su asesinato. El arte trata de incorporarlas, de nuevo, a la esfera de lo humano.

Siendo tan reservada como es y tan refractaria a la figuración, la gente se ha hecho una imagen suya de frialdad y lejanía. Pero la vi muy conmovida y con ojos de ante-llanto, el día de la plaza cuando la senadora Claudia López le preguntó por la obra. ¿Estaba realmente impactada?

Claro que estaba impactada (ver parte superior de la pág). Llevo una vida sumida en el dolor. En este momento y en todo momento viajo por el país entrevistando víctimas. Esa es mi actividad diaria y el dolor del conflicto colombiano me es insoportable. Un artista mediático es una contradicción porque el arte es una forma de pensamiento y para pensar, la soledad es necesaria. Es una condición sine qua non. Lo contrario es un imposible. Lo único que me importa es pensar acerca del dolor y de las esperanzas perdidas de las víctimas de este conflicto perverso porque tienes que mirar la muerte a los ojos e incorporar el dolor de todos los que la han sufrido, si quieres representarla.

¿Viaja a los sitios de conflicto antes de hacer sus obras? No sabía….

Siempre lo hago. En el centro de mi alma tengo a todos lo que habitan en la periferia de la vida. A los que no tienen nada más, como dice Emmanuel Levinas (filósofo, naturalizado francés), sino la vulnerabilidad de su piel. Tengo que estar ahí porque no podemos permitir que las víctimas sean reducidas al silencio y a su soledad. Tomo sus experiencias y las inscribo en una obra de arte.

¿Por qué escogió esta opción de arte y también de vida?

Eso no se escoge. Nací aquí y no tuve opciones ni derecho a elegir.

¿Es usted una víctima directa?

No, pero creo que todos los que estamos cerca de la violencia, como los colombianos, lo somos. Las personas que habitamos en zonas de guerra, en epicentros de catástrofes, nos degradamos con cada acto violento, cada expresión vulgar, cada acto de irrespeto. Vivir así no puede ser normal. Por eso era tan importante aceptar los acuerdos (de paz) trabajados con tal devoción, tal inteligencia y tal cuidado que nos elevaban como nación y como seres humanos. Eso explica mi desolación.

Entonces no quiero ni pensar lo que usted sintió el domingo 2 de octubre por la noche.

Por eso tuve la urgencia de “sumar ausencias” y de recoger todo ese dolor y ponerlo en la Plaza de Bolívar.

¿Qué pasó con la obra física? El día siguiente no estaba y hubo un gran aguacero…

La recogí, la guardé en mi estudio y no sé en dónde la pondré en el futuro porque es algo que no me pertenece a mí sino que es de todos.

Su obra (instalada en la Plaza de Bolívar) se realizó en un momento muy sensible para el país. ¿Le preocupa el efecto político o las consecuencias para usted?

No existe ninguna otra consideración cuando hago mis obras que las víctimas. Hay una imagen muy bella que nos entrega Paul Celan (poeta alemán), quien dijo que hacer un poema o una obra de arte es como escribir una carta: se le dirige a alguien en una fecha determinada y se le dice lo que se quiera. La carta se pone en una botella y se echa al mar. Significa que lo importante es el acto de escribirla: la recibe quien la tenga, o la desee recibir, no siempre la persona a la que iba dirigida. Soy una escultora al servicio de las víctimas. Lo demás no me interesa.

Es muy loable de su parte, pero algún otro aspecto debe impulsarla para encontrar satisfacción con el trabajo hecho. La perdurabilidad histórica de sus obras, por ejemplo, ¿le preocupa?

Créame, no me interesa. El tiempo dirá si fui buena o mala escultora. Si hice las cosas bien, las experiencias de las víctimas del conflicto colombiano no serán olvidadas. Pero si pasado el tiempo se opina que mi obra no vale, espero que otro artista más talentoso logre inscribir el dolor de ellas en la memoria colectiva del país.

Una artista con elocuencia política

El martes pasado, día en que se estaba instalando la obra “Sumando ausencias” en la Plaza de Bolívar, de la reconocida escultora Doris Salcedo, la senadora Claudia López logró hacerle una pregunta pese a la actitud esquiva de la artista con cámaras y grabadoras. López publicó un fragmento de la conversación con Salcedo en su cuenta de Twitter. Fue así como los usuarios del mundo digital pudieron ver a una persona conmovida con el dolor de patria que sintieron miles de partidarios del Sí al acuerdo de paz, después de pasadas apenas 48 horas del triunfo del No que, aunque corto (menos de medio punto porcentual de diferencia), generó delicadas consecuencias políticas, jurídicas y la suspensión del período de posconflicto. A Salcedo se le notó su agobio en su única respuesta cuando se refirió a las víctimas: “Si el señor de la guerra lo que nos está proponiendo es que estos nombres (de los muertos del conflicto) se borren, que sus cenizas se dispersen y que nosotros nos olvidemos de todo… (se equivoca). Podemos lograr que de estas cenizas surja algo, surja la vida. Tenemos que remendar este proceso que nos destruyeron… no nos pueden, siempre, bajar a lo más básico, a lo más primario, a la finca, a la yegua, a los gamonales, al odio, al resentimiento…”.

Por Cecilia Orozco Tascón

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