Cumplió el sueño de su vida: brillante debut de Armani con la selección de Argentina

El portero de River Plate fue uno de los máximos responsables de la hazaña de la albiceleste ante Nigeria, que significó un tiquete a los octavos de final de Rusia 2018.

Redacción deportes
26 de junio de 2018 - 10:57 p. m.
@FrancoArmani34
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Debutar con la selección en el partido definitivo de Argentina en Rusia 2018, que venía de conquistar apenas un punto en sus dos primeras salidas. En ese ambiente tenso y hostil, Franco Armani se estrenó con la albiceleste en el triunfo 2-1 frente a Nigeria, que significó un tiquete a los octavos de final de Rusia 2018.

Y sacó dos pelotas claves de gol. Una de ellas, en la última jugada del partido. Hace dos años abandonó Atlético Nacional en búsqueda de un sueño que sonaba más a utopía que a posibilidad. Cuando Jorge Sampaoli entregó la lista de convocados de Argentina para la última fecha FIFA antes de la cita orbital, no apareció Armani. Su sueño pareció consumado. Pero ahí estuvo él luchando en todo momento y rompiéndola en River Plate.

La celebración del triunfo agónico fue nada más que con Lionel Messi, quien lo buscó para darle un abrazo de gratitud por darles en el arco las garantías que no siempre tuvieron en la cancha. Franco Armani, una historia de superación que empezó hace una década en Medellín. 

Cuando llegó al aeropuerto José María Córdova de Rionegro, en la madrugada, nadie lo estaba esperando. Tenía 24 años y Atlético Nacionalera el club que se la jugaba por él, un joven portentoso de melena por las orejas y con una gran capacidad atlética. En el club paisa sería el tercer arquero, por detrás de su compatriota Gastón Pezzuti, consagrado en el arco, y de Luis Enrique Martínez, un portero cambiante con atajadas deslumbrantes un domingo y errores de novato al siguiente. Apenas jugó dos partidos en el torneo colombiano en ese 2010: la derrota 3-0 con Deportes Tolima y la victoria 3-1 sobre Equidad. Cuatro goles en 180 minutos para el que la hinchada veía como un guardameta normal.

Y sí, a veces en la vida toca ser normal antes de brillar, de que la espectacularidad sea un sinónimo del apellido. Franco Armani sufrió en las vacaciones de esa temporada, cuando regresó a Argentina a pasar las fiestas con los suyos, pero también con intenciones de no regresar jamás a Medellín. “Tenés un contrato y hay que cumplirlo”, le dijo su padre cuando vio la mirada al piso del hijo, cuando los ojos delataron las intenciones. Ambos se subieron al avión y así todo fue más fácil para Franco.

Lloró, y mucho. Por la manera tosca en la que la vida, a punta de lesiones y pocas oportunidades, se encargó de mostrarle su lugar en el mundo. Recordó a su abuelo, un utilero de un club de pueblo en Casilda, al sur de la provincia de Santa Fe; también las rodilleras, las medias hasta sus pequeñas rodillas, los guantes gastados y los cordones de los guayos bien amarrados. “Yo voy a ser arquero de verdad, abuelo. Voy a ser como Ubaldo Fillol”. Su primer arco no fue un arco, fue el portón del garaje de la casa, donde su hermano menor lo ponía como en un paredón de fusilamiento para lanzarle pelotazos.

Pero volvamos a 2010 y su primer año en el conjunto verde. Franco y los entrenamientos aparte, Armani y la soledad en un deporte de conjunto, menos llevadera para quien debe aprender a convivir consigo mismo durante gran parte de un encuentro. A eso se sumó la presión del hincha, la siempre cruel impaciencia del aficionado que poco entiende de procesos y que exige inmediatez. El argentino no tapaba y la desesperación aumentaba. Luego vendría algo peor, la lesión de ligamentos cruzados, no sin antes tener unas cuantas oportunidades en las que los nervios obnubilaron la razón y, por ende, no pudo demostrar por qué había que tener confianza en él. Durante la recuperación no hubo voluntad, mucho menos ganas. Cuando tenía que ir a la sede del club llegaba tarde o se quedaba dormido. No quería saber nada de fútbol, así de simple, así de cruel, así de directo. Su pasión ahora era su karma.

Sin embargo, creer, la palabra más fuerte en su vocabulario y la que más repite cuando lo entrevistan, sirvió. Primero en un ser superior, para después volver a hacerlo en sí mismo. Se recuperó y de a poco fue tomado en serio; los minutos en cancha sirvieron como un bálsamo de nueva vida. Ya no fueron ocho ni dos partidos (2011 y 2012), fueron 14, después 21, más adelante 29, hasta llegar a 38 por Liga, sin contar los que disputó en Copa Colombia y en torneos internacionales.

Y con las atajadas, con su postura agazapada y su posición en punta de pies, fue cada vez más difícil hacerle gol. Llegaron los títulos, uno tras otro, la consagración en la Copa Libertadores de 2016 y el clímax de una carrera que muchos dieron por terminada. Ser un prodigio de paciencia funcionó, pues el que pocos querían, el que nadie recordaba, ahora es el arquero más importante de Atlético Nacional, el jugador más ganador en la historia del club, con 13 títulos, el ídolo que se hizo ícono en medio del desprecio, lo que lo hace más valioso.

Sin importar lo que suceda de aquí en adelante, Armani mostró que los momentos en la vida no llegan por azar y que siempre hay que buscarlos, como la pelota cuando va al palo más lejano. Y que no importa lo que pase al principio si al final una tribuna repleta de hinchas termina coreando tu nombre, con tanta fuerza que el eco se oirá por siempre. Primero en el Atanasio, luego en el Monumental. Y ahora en el Krretovski de San Petersburgo (Rusia). Tremendo. 

Por Redacción deportes

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