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Cumplir el sueño en el tiempo justo

Psicólogo, aficionado a las bicicletas, narra cómo se convirtió en consultor internacional sobre transporte sostenible. Es seguidor de la filosofía ‘slow’ en bogotá, con un enfoque en la vida diaria, el cambio climático y el desarrollo urbano.

Redacción Bogotá
04 de abril de 2014 - 06:06 a. m.
/ Liz Durán
/ Liz Durán
Foto: LIZ DURAN/EL ESPECTADOR - LIZ DURAN

“Si sigue quedándose todo el tiempo dentro del taller, le pago sueldo de mecánico y no de vendedor”, me decía Jerónimo, el jefe del almacén de bicicletas. Pero a mí no me gustaba ser vendedor, me gustaba arreglar bicicletas y por eso me quedaba todo el día aprendiendo cómo centrar ruedas, cuadrar cambios y armar bicicletas desde los balines hasta las ruedas. Me gasté toda la plata que me gané durante las tardes, noches y fines de semana que trabajé ahí, porque tenía que mejorar mi bicicleta para competir en las carreras de ciclomontañismo. En 1998 fui campeón nacional de descenso, pero de eso no queda ni el trofeo (se lo robaron el mismo día de la premiación en Cali).

Después de trabajar en ese almacén, en una empresa de capacitación de conductores donde se robaban la plata, en una organización “sin ánimo de lucro” de cuyo nombre no quiero acordarme, en una oficina de Naciones Unidas en Tailandia donde nadie trabajaba, y por miles de proyectos en 63 ciudades y cuatro continentes, me encuentro enfrente de una pantalla de computador intentando responder cómo he cumplido mi sueño…

Como le pasa a mucha gente, la evolución de mi trabajo desde una tienda de bicicletas hasta ser consultor de bancos de desarrollo y Naciones Unidas ha tenido componentes tanto de suerte como de esfuerzo. Mi trabajo en realidad comenzó cuando la GIZ (Cooperación Alemana) me pidió ser el coordinador de un proyecto de transporte sostenible para Asia a los 25 años. Como si ese gran continente que tiene más de la mitad de la población mundial fuese poco, después de seis meses comencé a coordinar el mismo trabajo para América Latina y pude conocer y asesorar ciudades de lugares tan disímiles como Kuala Lumpur (Malasia) y Rosario (Argentina).

Después de un tiempo, el trabajo de Asia y América Latina me agotó totalmente y, con tantos viajes encima y tantas reuniones, conferencias, cursos dictados, pude ponerme en contacto con más entidades multilaterales (Banco Mundial, BID, CAF y varias con siglas más desconocidas), con las que comencé a transformar lo que había presentado en reuniones en cosas más tangibles de proyectos específicos. Mejorar las ciclorrutas de Córdoba y prohibir un estacionamiento multinivel en Timpu (Bután) fueron algunas de las cosas que pude hacer en los últimos años.

Mi trabajo es ese: hacer que la gente piense con sus dos pies, porque piensan demasiado con su cabeza. Retando lo intuitivo, mi trabajo busca encontrar esas soluciones poco típicas para problemas muy comunes. Para ser más concretos doy algunos ejemplos de soluciones para problemas de transporte:

– Caminar para ir a comprar el pan por la mañana (si es que usted compra pan, señor lector);
– Andar en bicicleta para llegar a su oficina;
– En un cruce peligroso, frenar los carros y explicarle a su conductor que ese no es su espacio, sino que son huéspedes peligrosos en un lugar que sería tranquilo si ellos no estuvieran ahí;
– En un espacio público que se utiliza para parquear carros, llevar un tablero de ajedrez y unas sillas e invitar a gente a jugar, porque eso también es espacio público y hay que usarlo.

En los últimos tres años he comenzado a trascender un poco de los aspectos puntuales del transporte sostenible a la reflexión más amplia de las ciudades y la calidad de vida. El pregrado en Psicología y el posgrado en Urbanismo me han ayudado a consolidar una organización, llamada Despacio, donde, contra todos los pronósticos, hemos podido crecer en la propuesta de pensar las cosas de manera distinta.

Desde 2011 hemos logrado encontrar cómo los usuarios de motocicletas en seis ciudades de América Latina expresan opiniones muy parecidas con respecto a la seguridad de sus vehículos; hemos podido describir con lujo de detalles las políticas de estacionamiento de doce ciudades de la región; pudimos proponerle a Bogotá, con otras organizaciones, cómo podrían recaudar más dinero e invertirlo más inteligentemente para que en 2050 sea una ciudad de Clase Mundial.

Y, además de montarnos en un bus de Transmilenio a interpretar música clásica y ocupar un estacionamiento de carros con un tablero de ajedrez, llegamos hasta a escribir una guía para llevar mascotas a su trabajo. He podido cumplir mi sueño con la ayuda de personas que han querido creer en mi sueño y me han ayudado a consolidarlo: Despacio.

Por Redacción Bogotá

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