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Más arte más acción

Con financiación de la Fundación Príncipe Claus de Holanda y la plataforma Arts Collaboratory, la fundación colombiana Más Arte Más Acción, dirigida por los artistas Fernando Arias y Jonathan Colin, se dedica a generar cambio en el Chocó a través del arte.

Sara Malagón
30 de marzo de 2015 - 03:48 a. m.

“Fernando Arias y yo fuimos juntos por primera vez a Chocó hace unos 18 años. En retrospectiva, ese viaje cambió nuestras vidas. En 2002 compramos una pequeña cabaña de madera cerca del poblado de Guachalito, donde la espesa selva tropical se encuentra con el océano Pacífico. Fernando rodó allí una película sobre una mujer joven que soñaba con ser bailarina. Desplazada (por la violencia) de su hogar en Nuquí, la historia de la adolescente de 17 años, y su asesinato un par de años más tarde, se impuso como una parábola, como la fábula descorazonadora de una pobreza llena de esperanzas y de angustias. Fernando continuó documentando la vida de la gente en el Chocó, enfocándose en los espacios vacíos en donde nada notable parecía ocurrir; silencios que hablan a gritos sobre la condición humana”, escribe Jonathan Colin, codirector de la fundación Más Arte Más Acción, en el prefacio de Nowhere (“Ningún lugar”) y Better Than (“Mejor que”), los dos primeros libros de una trilogía que se completará con This Place (“Este lugar”). “Ningún lugar mejor que este lugar”, un proyecto inspirado en el concepto de Utopía (1516), “una isla poblada por una sociedad más justa”, de Tomás Moro. En esos libros —cuyo segundo tomo fue lanzado hace unas semanas en Unal— el artista colombiano y su colega galés recogen sus experiencias y las de otros en la selva.

Chocó es una región de carencias, sin representación política verdadera, sin dinero, sin sistema de salud. Pero a la región no sólo le falta plata, sino vida cultural —y cuando no la hay es que se hace evidente que esa dimensión de la vida no es adorno o simple divertimento. Es vital. Un soplo de vida—.

Desde su llegada al Chocó, Más Arte Más Acción combate con los problemas de alcoholismo, drogadicción y narcotráfico, que a veces se propagan con más ímpetu en la inacción, en la desocupación. La fundación, dicen los chocoanos Osneyder Valoy y Josué González, llegó para proponerles algo más con qué llenar el tiempo a los jóvenes, porque sus vidas surgieron en un tiempo gris en el que las tradiciones han perdido fuerza y el narcotráfico se presenta como la opción más rentable de supervivencia. No es que Chocó careciera de cultura; la ha habido siempre y es riquísima, pero va desapareciendo con la progresiva occidentalización de la región. Sin embargo, Chocó no es Occidente. No todavía. Es selva. Y en medio de su riqueza natural había mucho por hacer con el respeto que los blancos invasores y los narcos —o “paisas”, como los llaman allí— no han tenido.

“Con el apoyo de la Fundación Príncipe Claus de Holanda, organizamos un centro cultural llamado Casa Chocolate en Nuquí, que funcionó durante dos años. Luego construimos una plataforma al lado de nuestra cabaña, en medio de la selva y el mar, con el fin de invitar a otros artistas y pensadores a reflexionar sobre temas sociales y de medio ambiente. La idea era explorar formas de unir los polos urbanos y rurales y aprender uno del otro”, dice Colin.

El arquitecto Joep van Lieshout construyó el refugio. A Arias y Colin les atraía su obra desafiante. Pero su visión se disolvió tan pronto puso pie en la selva. “A la vez que su contacto con Occidente se desvanecía, Van Lieshout producía un refugio que dependía cada vez menos de él, y cada vez más de su nuevo entorno”. De Europa llegó con la idea de construir un cubo en fibra de vidrio. Cuando se dio cuenta de que eso era imposible en medio de la selva, dejó que la naturaleza le hablara y se topó con un árbol que había sido derribado hacía 70 años para hacer una canoa. Sobre el tronco diseñó la estructura, cuyas dimensiones quedaron atadas a las del gigantesco árbol caído. “La cabaña está hecha casi en su totalidad con materiales, técnicas y mano de obra local, pero su concepto y su forma son de otro mundo. En esto se reflejan los temas del programa Más Arte Más Acción, al conectar las ideas y la estética urbana de las viviendas y la arquitectura occidental con las tradiciones y las prácticas locales; aunque no de una forma imperialista, que es lo que habría resultado de haber continuado con la idea del cubo blanco”, cuenta el mismo Van Lieshout en Nowhere.

La Base Chocó es desde 2012 una residencia para artistas, escritores y pensadores de América Latina, África y Asia que han dejado documentada su experiencia de contacto con la naturaleza e interacción con las comunidades en la trilogía, aún incompleta, de la fundación. Alfredo Molano, Miguel Ángel Rojas, el geólogo Julio Fierro, los curadores José Roca y María Belén Sáez de Ibarra, además de figuras internacionales como Louise Hopkins, el senegalés Amadou Kane-Sy y el filósofo esloveno Slavoj Zizek son algunos de los colaboradores.

Las residencias son una línea de trabajo. La otra es el Intercambio Sur-Sur, en la que los invitados se involucran de lleno con la comunidad. Las prácticas y tradiciones pedían ser orquestradas en Chocó; se necesitaba una excusa, un medio que, sin imponer una cultura ajena, sacara la riqueza propia de la oscuridad del recuerdo para insertarla en la cotidianidad del lugar. El dinero no podía ser la única meta del día a día.

Se han hecho talleres de danza, arte y gastronomía. Los años 2013 y 2014 estuvieron dedicados a la reflexión sobre el arte y el consumo. “Sin agua no hay vida para nadie, ni para los árboles, ni para las hormigas, ni para la gente. El mundo entero no puede vivir sin agua, así haya plata, así haya dinero, así haya minas, así haya oro, nada. Eso no da vida”, dice Abel Rodríguez, indígena amazónico, botánico, pintor, ganador del Príncipe Claus.

¿En qué sentido su trabajo es innovador? Arias dijo: “El arte no son sólo objetos que se insertan en un mercado. Debe tener una función social. Esa convicción, y el deseo de compartir lo que estaba viviendo en el Chocó, fue lo que me movió a desarrollar esto. Crear en un estudio para ser invitado a Artbo o a Arco no me interesa. El estar pensando cómo moverme de manera diferente, creo yo, es innovar: buscar nuevas formas de actuar, de ver la vida”.

“En el mundo del arte —agregó Colin— todos quieren estar en el centro: en la galería, en la feria, en la ciudad en boga. Pero para nosotros lo que es importante es sacar al artista de ese mundo y ponerlo en un sitio donde no tenga nada de él, para que olvide y reflexione sobre ese mundo, y para que haga algo que es real: mover la cabeza de alguien más”.

Los avances tecnológicos no son la única muestra de que la humanidad avanza. Ese movimiento unidireccional se ha convertido, más bien, en nuestra enfermedad. Los proyectos de la fundación obligan a parar, pensar, mirar hacia atrás para contemplar un futuro posible en el que no sea inminente la destrucción de este planeta en riesgo. 

Por Sara Malagón

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