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Thomas Alva Edison y Nikola Tesla, una lucha lúcida

Enemistados por la prensa científica, Edison y Tesla protagonizaron a principios del siglo XX la llamada “Guerra de las Corrientes”, que enfrentó sus modelos de transmisión de energía eléctrica.

Juan David Torres Duarte
16 de marzo de 2013 - 03:50 p. m.
Thomas Alva Edison y Nikola Tesla. / Cortesía
Thomas Alva Edison y Nikola Tesla. / Cortesía

Fue un chiste, una broma. Jacarandoso, Thomas Alva Edison recibió a Nikola Tesla en su laboratorio en Nueva York un día cualquiera de 1884. Tesla —nacido en el Imperio Austro-Húngaro, de casi dos metros, siempre peinado a la mitad, bigotudo— había llegado a la ciudad desde París, donde también trabajó como técnico para Edison, que en ese entonces era reconocido como un adelantado en la distribución de energía eléctrica. Tesla, sin embargo, tenía otras ideas, otros planes.

Arribó a Nueva York, con algunos poemas en su bolsillo y sólo cuatro centavos de dólar, y aceptó el reto de mejorar los sistemas que Edison había desarrollado. Serían US$500.000 —cerca de US$1 millón en la actualidad— lo que Tesla recibiría por sus trabajos. Entonces se recluyó por meses y completó la empresa: los motores y generadores de la Edison Electric Light Company corrieron como nunca lo habían hecho.

Y llegó un día cualquiera de 1884 en que Tesla, quizá apurado por su situación monetaria, fue a reclamar su pago prometido. Edison, en su laboratorio, lo recibió y escuchó su solicitud. Jacarandoso, Edison dijo que era mentira, que había bromeado. Y luego mencionó las palabras que principiarían una enemistad permanente:
—Tesla, usted no entiende el humor americano.

Dos hombres, dos modelos

Para 1884, cuando Tesla renunció a la empresa de Edison por falta de pago, físicos de Europa ya habían trabajado en modelos de corriente más eficientes que el de Edison. En la década de 1850, el neurólogo Guillame Duchenne desarrolló un sistema primitivo de energía alterna; veinte años después lo hicieron los técnicos de la empresa húngara Ganz Works; los desarrollos ulteriores estuvieron en manos del ingeniero eléctrico y físico Galileo Ferraris y del inventor Lucien Gaulard.

La metamorfosis eléctrica garantizaba una mejor y más potente distribución de la energía; el problema, en el fondo, era de dinero y poder. Edison promovió el diseño de la corriente directa —y patentó además 1.903 inventos más, entre ellos el fonógrafo, el bombillo y la cámara de video—, que en Estados Unidos era muy efectivo en las zonas rurales porque proveía de luz a zonas poco amplias. El monopolio de Edison sobre este sistema aumentó sus arcas y, por lo demás, le dio un reconocimiento que sólo hasta hoy ha sido cuestionado. Tesla, y otros físicos, buscaban la manera de ampliar el espectro de uso de la energía eléctrica, y por eso mejoraron el sistema de corriente alterna, cuyos principios habían sido planteados por el físico Michael Faraday. A través de un transformador, que servía como una suerte de manguera, la corriente podía recorrer mayor distancia y proveer a equipos más grandes de energía.

Despuntaba, por ese tiempo, la industria en Estados Unidos. Una hipótesis, formulada por mero juego, diría que el modelo de Tesla era mucho más útil que el de Edison para aquella empresa naciente. Quizá esa misma hipótesis atenuó el entusiasmo de Edison y por eso hizo lo que aquí se contará. Tesla se unió al empresario George Westinghouse; sagaz en los negocios, Westinghouse vio una oportunidad de oro en la energía alterna, luego de que tres técnicos de Ganz Works —Károly Zipernowsky, Ottó Bláthy y Miksa Déri— armaran un transformador que resultó ser tres veces más eficiente que cualquier otro sistema de transmisión de corriente. Westinghouse pagó US$25.000 por una serie de patentes de Tesla, cuyo modelo de energía alterna había tenido éxito en la iluminación de Nueva York.

Entonces, Edison ingenió una estrategia para desprestigiar el modelo de energía alterna. El sacrificio fue clave en ese plan.

La guerra de las corrientes

Ganado indeseado, perros, gatos, caballos. Topsy, un elefante de un circo de Coney Island que mató a tres hombres. Todos fueron electrocutados con energía alterna a cargo de Edison y su equipo. Edison buscaba poner la energía eléctrica en la picota pública —con intenciones humanistas o mercantiles, no hay modo de saberlo— como un invento agresor.

En realidad, las formas desarrolladas por Tesla y Edison compartirían espacio a lo largo del siglo XX y en lo que de la era tecnológica. “Mientras la corriente alterna es de hecho muy Buena para la transmisión de energía a larga distancia —anota el ingeniero Alex Waller en su blog The Abstracted Engineer—, es pésima para alimentar aparatos electrónicos. De modo que podría sugerir una variación: si Tesla es el padre de la era eléctrica, entonces Edison es el padre de la era electrónica”.

Pese a que la corriente que fluía en el sistema alterno era un poco más fuerte, los voltajes y el daño que causaban ambos modelos eran similares. Bien se podía morir electrocutado —o Westinghoused, como se llamó al hecho de recibir fuertes descargas de corriente— con corriente alterna o con corriente directa, aunque un mal manejo de la energía alterna sí podría provocar severos daños. Dada la fama de genio al margen que rodeaba a Tesla, Edison deseaba disminuir su influencia. La corriente alterna es más peligrosa que la corriente directa, pregonaba Edison en diarios y reuniones. Leyó un editorial escrito por Harold Pitney Brown, técnico en electricidad, en el diario The New York Post. Brown dijo allí que un muchacho murió cuando tocó un telégrafo que se alimentaba de energía alterna.

Lo que siguió fue de esta guisa. Edison reclutó a H.P. Brown —a quien pagaba de modo clandestino— para desarrollar una idea del dentista Alfred Southwick: la silla eléctrica. Pese a que Edison rechazaba la pena capital, experimentó en su laboratorio en West Orange, Nueva Jersey, electrocutando animales con el beneplácito y la ayuda activa de Brown y, en ocasiones, con la presencia de la prensa. Southwick también movía sus cartas en la política del país para que aprobaran una forma “más humana” que la horca para cumplir con la pena de muerte.

Desde el 1° de enero de 1889, la pena capital por electrocución fue oficial. Y la primera persona que se sentaría en la silla eléctrica fue William Kemmler, que había asesinado a su esposa con un hacha. El 6 de agosto de 1890, el condenado Kemmler recibió una descarga de corriente alterna que apenas lo dejó herido y luego otra que lo llevó a la muerte. De ese modo, Edison y Brown comprobaron su tan mentada tesis: que la energía alterna mataba más que la directa.

Dos seres humanos

Nikola Tesla era más bien indiferente a los reclamos de Edison. Nunca, en las fuentes consultadas, Edison hizo un comentario sobre el trabajo de Tesla ni viceversa. Entre los dos, por años, hubo un silencio inquebrantable. Su supuesta enemistad, alimentada por una exacerbación del genio de Tesla y un desprecio por los avances de Edison, jamás fue directa. Una serie de rumores, iniciados en 1915, aseguraban que los dos habían ganado el Nobel de Física.

Mientras Edison buscaba conservar su negocio —aunque al mismo tiempo desarrollaba nuevos inventos y catapultaba la industria de investigación en Estados Unidos—, Tesla desvariaba hacia otros horizontes. Fue por ese tiempo en que pensó que la energía no necesita cables para ser transmitida e ideó —y fue un pensamiento que jamás perduró— la energía inalámbrica. Hizo, además, los primeros experimentos con rayos X y creó energía hidroeléctrica. Ya en ese entonces Tesla había inventado la radio, pero los honores se los llevaron otros. Y así seguiría siendo hasta su muerte en un hotel de Nueva York, empobrecido y con los pómulos a hueso.

Tesla no fue, sin embargo, el dios inventor que muchas reseñas y biógrafos han retratado. Tesla, como Edison, tuvo errores y desaciertos. Sus invenciones exitosas fueron parte de un proceso en el que también participaron físicos de otras épocas, y cuya creación corresponde a Tesla mientras que sus bases están arraigadas en otros estudiosos.

Sucede así con la energía alterna —sus estudios, como fue señalado atrás, comenzaron incluso antes de que Tesla naciera—, también con los rayos X —que se adjudican al inventor austro-húngaro, pero que iniciaron mucho antes— y con el radar —el modelo de Edison, que fue utilizado en la Primera Guerra Mundial, fue más eficiente—. La transmisión inalámbrica, una de las ideas más recurrentes para argumentar el genio de Tesla, fue desarrollada en sus principios pero nunca en la práctica —testimonio de ello es el fracaso de Wardenclyffe, la torre de cincuenta metros de altura que Tesla jamás finalizó.

De dicha opinión es partidario Alex Knapp, periodista científico y tecnológico de Forbes. “Tesla no era un superhéroe ignorado. Thomas Edison no era el demonio. Ambos eran brillantes, hombres de fuerte voluntad que ayudaron a construir nuestro mundo moderno (…) Ambos tenía fobias, caprichos, pasiones, mal entendidos y momentos maravillosos”. Y Knapp cierra su análisis sobre Tesla y Edison, los dos inventores cuyas creaciones tienen más repercusiones en nuestro tiempo, de este modo: “En otras palabras, ambos eran humanos”.

Por Juan David Torres Duarte

 

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