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De Duitama a Manizales

El municipio boyacense cerró su temporada taurina y ahora la capital de Caldas será el escenario de las faenas.

Alfredo Molano Bravo
09 de enero de 2013 - 02:00 a. m.
El torero francés Sebastián Castella.  / Archivo
El torero francés Sebastián Castella. / Archivo

Triunfó Castella: salió dos veces en hombros por la puerta grande; triunfó el ganadero Juan Bernardo Caicedo con un encierro serio y bello. La faena de Fandiño fue considerada, con razón, la mejor y más completa de la feria, que este año estuvo dedicada a César Rincón. Mientras en la plaza lidiaba Fandiño, en la clínica se reponía de una cornada Alejandro Gaviria, un torero que había hecho una faena sólida —que mostró verdades— en la que el toro le hizo un extraño y le atravesó el muslo izquierdo con el pitón: herida limpia para fortuna del matador y de la afición porque volveremos a verlo, ojalá otra vez en Bogotá, cuando reabramos La Santamaría.

Iván Fandiño estuvo en Boyacá como estuvo en Cali, apasionado, toreando para sí, jugándose la vida, metiendo la pierna. Si hiciera una sola verónica, quien la siente podría alargar el goce, pero no acaba de pasar el toro a pie juntos y manos bajas cuando repite otra vez, y otra y otra. Con la muleta, inmóvil, citó de lejos —ruedo de por medio— y esperó aguantando la distancia, hasta que Gavilán —465, el más bello y el más bravo del encierro— se decidiera por probar suerte con el cuerpo del torero, que lo pasó por detrás sin pestañear. Lo hizo dos veces y tocó la banda del maestro Aranguren para acompañar circulares y forzados de pecho. Y por fin, la izquierda, zapatillas al aire: citó de frente —lo que ya casi no se hace— y con la muleta adelantada. Cuatro naturales, cada cual más ajustado. Remató con manoletinas y una estocada en los rubios: dos orejas y puerta grande.

No pude estar en la última de Duitama por venir a ver a David Mora en Manizales: 12 horas de carretera y algunos sustos de puerta de gayola en las curvas de un camino entre Honda y Manizales que fue de herradura y no ha cambiado el trazo. Fue otra faena memorable. Mora se ha dejado enamorar por nuestras ferias. Ha toreado en Lenguazaque, Aguazul, Tuta, Chinácota, plazas a las que va el pueblo. En Manizales cortó las dos orejas a su segundo toro, Farruco, una catedral de 512 kilos del encierro de La Carolina, del que dio juego también el sexto. De resto, poco, mansos de solemnidad. Pero Farruco hizo por él y por el hierro. Parecía sabio. Esperaba, estudiaba, y Mora hacía lo mismo. Se tentaban con la mirada. Hizo tres verónicas inspiradas y, por inspiradas, mirando al tendido.

Derechazos largos, templados, rítmicos, notas de pentagrama. Se regustó en naturales y compartió con el público ese regusto a muerte y gloria que dejan los pases ajustados, jugándose la femoral. Uno, volviendo a mirar al tendido. No sé si quitar los ojos del recorrido en un natural es cosa de desdén o de fe. No sé. Pero es bello. Dejó dormida la muleta sobre Farruco. No tenía que hacer nada más. Alargó la faena sin necesidad. Dos orejas para el torero y vuelta al ruedo para el toro. Ovaciones que un par de táparos gigantescos no lograron impedir, a pesar de no querer cumplir la orden presidencial de darle la vuelta a Farruco.

Por Alfredo Molano Bravo

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