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Fin de fiesta

Julián López 'El Juli', Pepe Manrique y Alejandro Talabante despidieron la temporada taurina en Bogotá.

Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador
21 de febrero de 2012 - 03:00 a. m.

El domingo fue la última corrida de la temporada. La plaza se llenó, pese al amago de un aguacero. Los toros de Ernesto Gutiérrez cumplieron a cabalidad en la Santamaría como lo han hecho en Cali, Manizales, Medellín y Mérida (Venezuela). Son toros bellos y encastados; a los aficionados y a los toreros les gustan y, por eso, a los empresarios. El encierro fue muy parejo en peso y edad. Con excepciones, humillaron, entraron al caballo y no buscaron las tablas. En banderillas volvieron a destacarse Santana, Piña y Páez, a quien su hijo, un niño de 8 años, le gritaba desde la barrera: “¡Bien, papá!”.

Pepe Manrique estuvo decidido con el capote y suave con la muleta, pero duda, se atropella y no termina de encontrar el sitio exacto. A su primer toro le cortó una oreja merecida y en su segundo una bronca no menos merecida por los doce brutales e impulsivos descabellos.

El Juli le cortó una oreja a cada uno de sus toros. Es un torero admirable, sobre todo por el ritmo de sus faenas y la liga de las suertes. Cuando no torea con el pico de la muleta, no hace nada fuera de lo extraordinario que siempre hace. Suele matar de un estoconazo limpio con saltico —éste, un recuerdo que convirtió en modo de entrar desde cuando era un niño y sus novillos demasiado altos para su edad—. Salió en hombros.

Talavante no se llevó nada, pero dejó una serie de naturales en su segundo echando la suerte con la pierna y unas bernardinas de postín. No le gustaron sus toros, aunque los tendidos aplaudieron a un cárdeno de cara bonita que fue de más a menos; su segundo, en cambio, fue lo contrario.

La plaza, con excepciones —dejo constancia—, aplaudió la presencia del procurador Ordóñez, convertido hoy en el contradictor del prohibicionismo populista de Petro. ¡Quién lo creyera, después de haber sido elegido gracias a su voto! Le fueron brindados dos toros y varias ovaciones.

La corrida no fue el broche de oro de la temporada que todo público espera, porque sabe la sed que le aguarda, pero todos salimos satisfechos. La plaza se entregó a la fiesta y aplaudió la inspiración de Talavante, la maestría de El Juli y el valor de Manrique.

La de la Santamaría fue una gran temporada. Las ganaderías llevaron toros bravos y encastados, en particular los Mondoñedo y los Gutiérrez. La recordaremos por los naturales de El Cid citando de frente, las verónicas airosas de Luque, una media de Bolívar, las chicuelinas apretadísimas de Fandiño y Mora, las tafalleras de Solanilla, las bernardinas de Talavante y las faenas totales de El Juli. Pocos olvidarán los caballos de Hermoso de Mendoza y sus quiebres por adentro. Las picas de Viloria y Clovis Velázquez fueron sobresalientes, y las banderillas de Santana, Piña, Devia y Granerito mostraron lo mejor de los toreros de plata. Todo esto lo recordaremos. Pero la temporada de 2012 quedará marcada, sobre todo, por la tentación autoritaria de Petro. Que la ausencia de festejos no entierre la defensa de nuestro derecho a entender y gozar de las corridas de toros. Fin de fiesta, pero no de la fiesta.

Por Alfredo Molano Bravo / Especial para El Espectador

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