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En la plaza del exilio

El peruano Andrés Roca Rey, Manuel Libardo y El Cid se las verán hoy con toros de Mondoñedo en la plaza de Puente Piedra en El Rosal, hasta donde tiene que desplazarse la afición bogotana.

Alfredo Molano Bravo
16 de enero de 2016 - 03:22 a. m.

La afición taurina de Bogotá se ha visto obligada a exiliarse en una pequeña plaza de Puente Piedra en El Rosal, mientras en la bella plaza de Santamaría –a medio destruir– trabajan un par de obreros: uno con un martillo y el otro con un palustre, para cumplir un contrato de reforzamiento de las estructuras firmado por Petro. En la plaza de Puente Piedra torearán hoy el peruano Andrés Roca Rey –una verdadera revelación que podría ocupar el sitio que dejó César Rincón–, El Cid –un andaluz que torea al natural como ya casi no se hace– y Manuel Libardo –un torero profundo, hecho y derecho–. Tres figuras que se las verán con toros de Mondoñedo, que hace dos años con sólo pisar la arena fueron aplaudidos por la afición presente.

La ganadería Mondoñedo es la más antigua del país. A comienzos del siglo don Ignacio Sanz de Santamaría, que vivía en Londres, pero que no se perdía corrida de toros en España, resolvió crear una ganadería de toros bravos en Colombia, donde tenía tierras y negocios, entre otros el del Circo de San Diego, una de las primeras plazas construidas en Bogotá para dar toros. Era amigo de dos grandes ganaderos, el Duque de Veraguas –sucesor de Cristóbal Colón– y el conde de Santa Coloma. Criaban encastes distintos, Vasqueña, el del primero, y Vistahermosa, el del segundo.

Don Ignacio le compró cinco toros al duque de Santa Coloma, más toreables que los bruscos del duque porque en esos días comenzaba a ser más importante que el toro se dejara ver con la muleta que en el caballo. El duque le reprochó la decisión y don Ignacio terminó comprándole también tres sementales.

A los toros –que duraban tres meses en llegar por barco de España a Colombia– les pusieron vacas traídas de los Llanos, descendientes de los hatos jesuitas y de los páramos de Tilatá, nacederos del río Bogotá, reses en general cimarronas. Fueron seleccionadas por Rafael Gómez, el Gallo, para servir de vientres. Del Gallo se decía que “huía de toros de poco respeto y se estrechaba con los de pavorosas defensas”. El Gallo vivió seis meses en la hacienda, a donde llegó a trabajar también otro torero famoso, Juan Silveti, llamado el Tigre de Guanajuato, un charro de pistolones que huyó de su tierra por haberse cargado a un paisano.

Probaron más de mil vacas criollas y solo aprobaron 260. Ese rebaño, compuesto de sementales importados y de vacas de páramo y de llano, fue la simiente de los conocidos como los “bravos de Mondoñedo”. Don Ignacio no se contentó con crear un hierro, sino que se empeñó en hacer una plaza digna para sus toros y en 1928 se metió a construir la de Santamaría, levantada donde había una cantera de piedra, con cemento y hierro importados y un aforo de 12.000 espectadores, cuando la capital tenía una población de 120.000 habitantes. Es decir, la afición bogotana era en aquellos días el 10 % de sus habitantes. La crisis del 29 arrastró a don Ignacio y los bancos le echaron mano a la plaza, que avaluaron en 180.000 pesos, cuando en la obra se habían invertido cerca de un millón de pesos de la época.

En 1933, don Ignacio, acosado por las deudas y acorralado por los acreedores, le propuso al alcalde Gustavo Santos, tío abuelo del presidente, vender al municipio el coso por la deuda, para evitar que unos negociantes paisas compraran la plaza para construir edificios residenciales. En los años 40 fue remodelada con planos que el arquitecto Santiago de la Mora había elaborado para la plaza de Granada, España. En los años 70, Fermín Sanz de Santamaría trajo sementales de Peralta de Encaste Contreras para mejorar los toros, de los cuales han sido indultados más de 30, en plazas de primera, de provincia y de Venezuela.

La Santamaría ha sido escenario de cientos de tardes que han apuntalado una tradición cultural que no puede seguir siendo desconocida. Gonzalo Sanz de Santamaría, que maneja hoy la ganadería de Mondoñedo y organiza las corridas de Puente Piedra, me dio su opinión sobre dos de los ejemplares que admiré en el potrero y que se lidian hoy. A Gitanito, un castaño de 492 kilos, lo considera el ganadero un toro bien hecho, descolgado de pitones, que espera que meta la cabeza y levante el rabo. Del otro, Lusitano, negro listón, espera que saque toda la bravura que empacan sus 486 kilos.

El próximo 23 de enero saldrán toros de Guachicono de encaste Torrestrella para el vasco Iván Fandiño y los colombianos Luis Bolívar y Sebastián Ritter. El 30 se cerrará la temporada con una novillada en la que se verán tres toros de Mondoñedo y tres de Guachicono para Joaquín Galdós, Guillermo Valencia y Andrés Manrique, figuras ya reconocidas en los ruedos españoles.

Por Alfredo Molano Bravo

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