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Tarde grande en Duitama

Desde el cerro tutelar de Duitama, el Pan de Azúcar, se podía ver a las 11 de la mañana desfilar hacia la plaza de toros César Rincón un grupito de niños y niñas.

Alfredo Molano Bravo
28 de enero de 2014 - 04:34 p. m.
Fotografía de archivo que muestra a Luis Bolivar en la plaza de toros La Macarena. / AFP
Fotografía de archivo que muestra a Luis Bolivar en la plaza de toros La Macarena. / AFP

Eran los anti taurinos, personajes que ya hacen parte del espectáculo pero que se diferencian de los aficionados por la violencia y la agresividad. Son financiados por organizaciones alemanas y holandesas y convocados por redes sociales. Quizá sean también carne electoral.

Un par de semanas atrás la empresa anunció que por motivos personales Enrique Ponce no podía asistir, y sin embargo la plaza se llenó. No sólo de público sino de figuras políticas: el procurador, el vice fiscal, el presidente del Consejo de Estado, el gobernador y peñas de la Santamaría como La Giralda. Lo de Petro se había podido decidir de tendido a tendido. La plaza se convirtió en un ágora.

El primer toro, el mejor del encierro, se llamaba Procurador. La gente se rió con picardía porque no sabía a ciencia cierta si era un homenaje o una sugerencia; al fin al toro hay que picarlo, banderillearlo y darle muerte. Fue un toro bravo que Willy Rodríguez enganchó con todos sus caballos y toreó con el anca, con la cola y con el estribo. Del público salió un “vamos Petro”, cuando Willy tomó la hoja de peral que, por lo demás, hundió a fondo. Es un rejoneador que los aficionados quieren y aplauden, tanto en plazas de primera como de pueblo. Memorables los tres pares de banderillas largas al quiebro en un caballo inteligente y ágil. Se aplaudió al toro de Andalucía y al maestro de Chitaraque. Dos orejas.

Dicen los que saben de toros que Castella torea como de salón, como si el toro fuera imaginario y las telas líquidas. Y tuvo que hacerlo porque el toro no le respondió, a pesar de haber hecho saltar las ilusiones cuando Descuidado –440 kilos, de la ganadería de César Rincón– tocó los burladeros. Dos capotazos de Castella y Descuidado se retiró a escarbar. Como todas las picas de la tarde, el castigo fue ligero y protocolario. El viento molestaba al matador que logró, sin embargo, un par de series con la izquierda, enroscándose el torito a su cintura con cada muletazo. Al final, reventó en tendidos un grito de “toros sí”, pero nadie respondió “Petro no”, como es ya costumbre. Oreja al torero, pitos al toro. A Prudento, su segundo toro, con 460 kilos, lo llevó al caballo como Manzanares padre lo hacía, por delantales suaves y largos, para una pica cariñosa y respetuosa. Prendido con la izquierda del estribo Castella pasó seis veces el toro de adelante para atrás y de atrás para adelante, sin moverse y dándole todas las de ganar a Prudento. Al centro el de Rincón se quedó y el viento hizo trompicar la muleta. Al final un péndulo entre los cuernos y después de una estocada que demandó descabello, un “gracias, torero” desde sol. Oreja. Si hubiera matado como mató a su tercero, a Relevista, de 450 kilos, habría sacado las dos orejas de ese pozo seco. El toro cayó fulminado por la espada, pero la abulia del animal no permitió que Castella mostrara lo que siempre –o casi siempre– sabe hacer (Tengo el temor de que Castella llegue un día a coronar el formato Ponce: belleza sin peligro).

Después de la bronca que el domingo anterior le habían levantado en Medellín, Bolívar mostró en el paseíllo desgano y abulia. A Olvidado, su primero, de 450 kilos, lo recibió aburrido, pero en quites hizo una chicuelina ajustadísima que levantó la plaza y devolvió al torero su fe. Santana sostuvo el ánimo en alto con un par de banderillas a pecho abierto. El matador ofreció la muerte del toro al Procurador “por –dijo– defender nuestra pasión”. Aplausos contados. Abrió la muleta con dos cambiados de pecho al estilo Castella, quien no se daría por aludido. El toro humilló y el torero templó. El maestro Mancipe se dio gusto sosteniendo un largo y expectante solo de trompeta mientras el toro arrancaba para romper en acordes de la banda entera al dar el torero un largo y lento redondo. Remató con un trincherazo al estilo de Silverio Pérez, pero al pinchar perdió una oreja. La plaza alborotada gritó: “Queremos toros en Bogotá”. El segundo de Bolívar, Almíbar, salió como fiera suelta, pero no lo demostró con el caballo. Jeringa –otro gran banderillero como Devia, El Piña y Santana– puso un par en alto y Franco –96 kilos– brincó de nuevo la barrera. Premiados. Citó de lejos con la muleta pero Almíbar no le respondió. De cerca, tampoco. Hizo una faena toreando por fuera, pero mató de una estocada que puso la plaza de pie y al toro a los pies del torero. Oreja. Al tercero, Arcaico, lo recibió con el acostumbrado par de largas cambiadas de rodillas. El toro prometía y cumplió. Entró de lejos y con fuerza al caballo. Bolívar le dedicó la muerte a Osmal Roa, el empresario de la plaza que a su costa hizo posible que regresaran a Boyacá las figuras grandes de la fiesta. En el centro y a distancia, como homenaje a César Rincón, el matador citó, el toro aceptó y Bolívar lo recibió con la izquierda, y con la izquierda dejó escritos tres naturales y un pase de las flores que difícilmente olvidaremos quienes lo gozamos. Dos orejas y puerta grande.

Una gran tarde, pese al poco juego de los toros, pese al viento y pese a la presencia del procurador.

 

Por Alfredo Molano Bravo

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