Última de Cali

Toreros con mérito y con ganas, pero sin toros. Un atardecer lento y luminoso pero una corrida aburrida.

Alfredo Molano Bravo
30 de diciembre de 2014 - 10:06 p. m.
El torero español Antonio Ferrera lidia un toro. Foto: EFE
El torero español Antonio Ferrera lidia un toro. Foto: EFE

La última corrida de la feria de Cali fue abúlica. Tres cuartos de plaza que terminó bostezando. El encierro de Juan Bernardo no mostró lo que ha acostumbrado a la afición. Toros irregulares y peligrosos pero no encastados ni bravos. Quizá sólo un precioso jabonero oscuro –452 kilos– que correspondió a Ferrera dio algún juego, que tampoco se prestó al lucimiento del matador, un banderillero excepcional que va a poner los palos marchando como un soldado. Se le vieron destellos de lo que sabe hacer: templar. Su primero fue un toro renegrido, aplaudido al pisar el ruedo y silbado en el arrastre, que sin embargo, como todos sus hermanos, entró derecho al caballo y con el rabo al viento. A punta de consejos, lo metió en la muleta y le sacó pases lentos y bien armados. Con la izquierda, pase a pase, hizo sonar la banda. Pinchó cuatro veces y un bajonazo le mereció abucheos.

A Sebastián Vargas le tocó el peor lote: toros reservones y distraídos. Peligrosos. El primero –516 kilos– salía del embroque con la cara alta, defecto que el torero no pudo corregir. Desarrolló sentido y así, preguntó Vargas al público: ¿quién puede matar? La espada cayó como pudo y el toro también. Pitado. A su segundo, llamado Músico, no pudo sacarle un acorde. Tiraba las manos por delante y miraba por encima de la muleta. Un auténtico cazador muerto de un espadazo atravesado. Nada podía hacer el torero.

Juan José Padilla es un torero que se ganó al mundo taurino al volver a los ruedos después de una cornada que lo dejó sin su ojo izquierdo. Es un andaluz valiente. Un poco histriónico. Torear con un solo ojo es como tocar piano con una sola mano. Y lo hace. Y no sólo torea sino pone banderillas. A su primero –522 kilos–, un mirón peligroso, le hizo una faena honorable. A su segudo –446 kilos– lo recibió de rodillas con una larga cambiada y una buena chicuelina, la más vistosa de la tarde, para no decir la única. Brindó al público. Se dobló con la derecha –al fin y al cabo es un torero muy alto–. Logró agradar con derechazos y un par de redondos ligados que le merecieron música. Es un poco brusco y pierde el sitio con extrema facilidad cuando lo topa. Es un torero raro no sólo por el parche. Pero el público lo quiere y lo aplaude.

Con las banderillas los diestros trataron de hacer lo que no podían con los trapos. No por ellos, sino por los toros. Padilla puso un par de poder a poder; Sebastián las puso donde ponía el ojo y salió siempre airoso. Ferrera, el mejor, el más arreglado.

En fin, toreros con mérito y con ganas, pero sin toros. Un atardecer lento y luminoso pero una corrida aburrida.

Por Alfredo Molano Bravo

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