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"No me veo en términos de trascendencia": Ricardo Darín

La película 'Un cuento chino', protagonizada por el actor argentino, será presentada de manera gratuita en Cine Bajo las Estrellas.

Liliana López Sorzano
25 de febrero de 2012 - 04:15 a. m.

Ricardo Darín es un sello registrado del cine argentino. Ha dejado, aunque lo niegue con modestia, una huella indeleble tanto en la pantalla chica como en la grande, sin dejar de lado el teatro. Observar su carrera es enfrentarse a una evolución que ya cuenta con más de 55 películas. Oficio y trabajo, respaldo de su recorrido en este mundo actoral, son los que le dan esa gran presencia cinematográfica que pareciera comerse la pantalla con personajes que han ido desde el drama más profundo hasta la risa suelta.

En Un cuento chino, Darín interpreta a Roberto, un veterano de la Guerra de las Malvinas que trabaja en una ferretería y quien al parecer, por algún revés del destino, decide no tener mucho contacto con el mundo externo y arma su trinchera personal, hasta que un inesperado encuentro con un chino que no habla español le revela las facetas olvidadas de la vida.

La puteada de Darín, casi que una marca propia, también está presente en esta comedia dramática dirigida por Sebastián Borensztein, que recuerda ciertos matices de las películas de Jean-Pierre Jeunet. Los colores, los toques caricaturescos y sus personajes particulares evocan al director francés de Delicatessen y Amélie. Sin duda es una película entrañable, de factura impecable, con una historia extraordinaria basada en hechos reales, con momentos muy emotivos y entretenidos.

En Argentina fue la película más taquillera del año pasado. La vieron más de 900.000 espectadores. Fue nominada en los premios Goya como mejor película hispanoamericana y el 26 de marzo se estrena en Colombia en cartelera nacional. Mañana será proyectada en el Festival de Cine de Cartagena de manera gratuita, como parte del programa Cine Bajo las Estrellas.

Desde su casa en Palermo, Buenos Aires, Ricardo Darín nos respondió estas preguntas.

No para de trabajar. Es casi tan prolífico como Picasso en la artes...

Gracias por la exagerada comparación. Yo descanso, lo que pasa es que las cosas no salen como uno las había planeado. De pronto me sale un trabajo detrás del otro, pero también puedo tener seis meses descansando.

Pareciera, sin embargo, que usted ejerce un tipo de adicción en productores y directores, y a veces la gente se pregunta si no hay más actores en Argentina.

Sí, hay muchos y muy buenos. Incluso, muchos mejores que yo. He tenido la suerte de integrar grupos y elencos que han sido muy bien recibidos por la gente y por eso se genera esa falsa imagen. Quizá también porque son películas que llegan a exhibirse en otros países. Pero el tema no es sólo de los buenos intérpretes, sino de los buenos libros, las buenas direcciones, producciones, que las ideas sean interesantes, que tengan buenos diálogos, que la fotografía, que la música, en fin. Son tantos los ingredientes que deben aparecer para que algo se forme. Argentina se ha convertido en un polo de atracción para estudiantes de teatro y de cine, tenemos una gran actividad teatral, una gran movida dentro de las artes del espectáculo.

¿Qué se mueve adentro, qué hace que acepte un papel y no otro?

La primera cosa que me llama la atención es la idea. Si me resulta atractiva, ya me interesa. Luego paso por el libro, y miro si está bien realizado, que haya escenas atractivas. Y después, si veo que es una historia que merece la pena ser contada, ya prácticamente pueden contar conmigo.

¿Qué le implicó hacer este personaje de ‘Un cuento chino’?

Tan grande es el archivo de recuerdos con respecto a tantas personas que he conocido en la vida, sobre todo cuando uno anda en los 50 años, como yo, que cuando Sebastián, su autor y director, empezó a comentar de qué iba la historia, automáticamente empecé a poner gestos y tics de personajes que había conocido en mi vida. Muchos tipos que por un motivo están doloridos, que han creado una especie de coraza a su alrededor para no conectarse con los demás, por temor. Entonces me empecé a acordar de cada uno de ellos, y eran cosas que me causaban gracia, su intolerancia, su falta de capacidad para desdoblarse a sí mismos. Es así como surgen los parámetros para conformar a un personaje, y con el director lo intentamos delinear.

Más allá de la actuación, ¿se involucra mucho en los proyectos en lo que participa?

Sí, en algunos casos, y sobre todo últimamente. Tengo la suerte de que me invitan a un proyecto en su etapa embrionaria, entonces eso me ofrece la oportunidad de ver cómo avanza todo, cómo están los diálogos, cuáles son los planes que se tienen. A veces me llega un guión absolutamente cerrado, terminado y ahí está el reto de si me veo en él o no. Por la cantidad de películas que llevo ya hechas, muchos realizadores jóvenes tratan de contar con mi mirada y visión... soy el primer crítico que tiene el proyecto. Es un rol que se me ha quedado pegado, no es que yo lo busque, pero trato de ejercerlo con dignidad.

¿Cómo fue su experiencia con el director Sebastián Borensztein?

Ha sido amigo mío. Somos dos personas que se han llevado bien, nos conocemos bastante desde hace mucho tiempo, nos reímos, compartimos, entonces esto fue como trabajar de codo a codo. En Un cuento chino nos preguntamos cómo y de qué manera lo queríamos contar, y nos empezamos a divertir con las diferentes opciones que se iban abriendo.

Su coprotagonista, el chino, casi no tiene parlamentos. ¿Qué significó actuar al lado de Ignacio Huang?

Cuando hicimos el casting para elegirlo, sabíamos que teníamos una joyita entre manos. Quedamos sorprendidos con la prueba que dio, por su talento, por su nivel de entrega, un hombre muy inteligente, preparado, y que ha tenido una vida, por decirlo amablemente, por lo menos complicada. Su experiencia de vida la volcó en el proyecto, como nosotros también lo hicimos, y empezamos a caminar ese sendero juntos.

¿Es consciente de ser un actor icónico? ¿Cree haber marcado la historia del cine argentino?

No, la verdad no tengo esa sensación. Como te decía hace un rato, tengo esa inmensa suerte de haber participado en películas que fueron muy bien recibidas y que se pueden recordar con una sonrisa. Han ayudado en su momento a reflexionar, a emocionarse, a pensar, o hacernos reír y a mirarnos a nosotros mismos. De hecho, para mí eso es más que suficiente. La verdad, no me veo en términos de trascendencia. Yo nunca me había planteado nada, ni trascender las fronteras, ni nada por el estilo. Por ser hijo de actores me considero siempre muy bien pagado por tener un trabajo permanente, y eso ya me parece demasiado. No me considero en ese escalafón, te agradezco el piropo de todos modos.

¿Qué contacto tiene con Colombia?

Tengo una amiga colombiana, Angie Cepeda, a quien adoro. Hice una película con ella, Fanny y yo. Fue después de que hiciera Pantaleón y las visitadoras. Es un ser luminoso. Entré también en contacto con chicos escritores colombianos, porque hice La mujer del presidente aquí en Argentina, que tuvo mucho éxito. Siempre me he topado con algún actor colombiano, vamos recorriendo el mundo y nos vamos encontrando en este oficio. Con algunos tengo mayor afinidad, con otros, no tanta.

Después del Óscar a ‘El secreto de sus ojos’, supongo que Hollywood ya ha coqueteado con usted...

Ha ocurrido, pero tuve que desechar el último. No me gustaba el personaje que me proponían. Era de narcotraficante mexicano y la verdad me molesté un poco porque siempre hay esa creencia de que los narcotraficantes somos latinoamericanos, cuando en realidad sabemos que los peces gordos no son de aquí. Me costó una pelea fuerte porque no quise aceptar, porque pareciera que la producción no quería aceptar un no como respuesta, lo que también me causó gracia. Hasta ahora no ha aparecido ningún proyecto que para mis parámetros sea digno de analizar. Como tampoco me dejo movilizar mucho por el dinero ni estoy especialmente interesado por hacer una carrera hollywoodense. Estoy aquí tranquilo, en Buenos Aires, y me subo a los proyectos que son interesantes. Los otros los dejo pasar.

Por Liliana López Sorzano

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