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Elvira Sastre: “La poesía les da un sentido a las heridas”

La poeta española Elvira Sastre llegó a Bogotá para presentar su tour “Imposible”, con el que recorrerá varios países de Latinoamérica durante el mes de mayo. En conversación con El Espectador, habló sobre su escritura; sobre odiar las rimas, amar a las mujeres y creer que un buen libro será siempre un abrazo.

Daniela Villamarín Solorza
17 de mayo de 2024 - 04:52 p. m.
Elvira Sastre durante la presentación de su tour "Imposible" en Barcelona.
Elvira Sastre durante la presentación de su tour "Imposible" en Barcelona.
Foto: Susanna Peiris

“Tú y yo ya no somos nosotras, pero seguimos siéndolo en el sitio al que acudo cuando tengo frío y buceo entre mi memoria para encontrar algo que me abrigue”, declama Elvira Sastre, sentada sobre las tablas del teatro, en una Bogotá tan gélida que por poco se queda con su voz. Aunque tiene que esforzarse y hacer pausas para hablar, hay algo de magia en su ronquido de Joaquín Sabina y en los versos que adorna al final con un suspiro.

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Antes de llenar el Astor Plaza, Elvira Sastre me dijo que escribe poesía para entenderse. Escribe cuando siente que está andando en círculos, dando vueltas sobre sí misma. “Entonces siento que avanzo, paso una prueba, descifro un enigma. Esa es una de las cosas más importantes que me da la literatura, la consciencia de cómo soy por dentro”.

Empezó compartiendo textos en su blog, “Relocos y Recuerdos”, a los quince años. Después vinieron una decena de poemarios, recitales, giras, y un par de novelas. Ahora, Elvira Sastre va por toda Latinoamérica con dos músicos, un micrófono y una maleta llena de poemas sin rimas. “Nos enseñaron la rima como una fórmula casi científica y quizás eso me alejó un poco de la poesía. Había mucho artificio a su lado”.

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Por eso, defiende una poesía sencilla, directa, como un golpe seco en las tripas, sin eufemismos que le quiten fuerza. “No hay nada que te distraiga. Las palabras están donde quieres que estén. No atienden a una rima. No buscan un sinónimo. No pretenden encontrar algo que se les parezca. Intento huir mucho de la romantización de los términos y de las palabras. Ellas ya son poderosas en sí mismas”.

Pero, aunque lo parezca, el poder de las palabras no es mágico. Por eso, dice que intenta no amistarse con la idea de que los versos son capaces de salvar a alguien. Prefiere más bien pensar que “la poesía le da un sentido a las heridas”. “No quiero que alguien lea un poema pensando que le va a salvar la vida, puede que lo haga, pero puede que no. La poesía te ayuda a entender las cosas que te están pasando, a ponerle nombre a lo que sientes, a sentirte comprendido. A veces eso basta, pero otras veces hace falta algo”.

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Elvira Sastre escribe sobre la felicidad, la tristeza, los días soleados y las noches sin la luna. Sobre el miedo, las injusticias y la rebeldía. Sobre ella, el mar, el amor y las mujeres. Y sobre las mujeres que ha amado. “Escribo del amor a una mujer porque he querido a una mujer y eso no me parece extraordinario. Es bonito sentir que quizás esos poemas le abrieron a muchas mujeres la puerta a un mundo donde lo que sentían era posible. Pero creo que hacerlo así, de una manera tan natural y sin intentar abanderar nada, es lo que hace que la gente se sienta identificada. No hay un discurso detrás, es una vida como cualquier otra”.

Esa vida —como cualquier otra— está llena de películas en el cine que está al frente de su casa en Madrid y de tiempo y caricias con sus perros. De inseguridades y dudas, porque es “muy géminis”, dice. De sentir de más, porque es muy poeta. Y de libros, muchos de ellos. “Me gusta la vida sencilla, tranquila, sin demasiados sobresaltos, porque a nivel profesional es todo una montaña rusa. Al final yo me dedico a estar escarbando cosas de adentro. A veces es precioso, pero otras veces cuesta y a lo mejor me tengo que subir a un escenario y recitar un poema que me está doliendo”.

Cuando le cuesta escribir intenta no darle mucha importancia porque su poesía siempre regresa. “Si no puedo escribir será porque no tengo nada que decir. Y si no tengo nada que decir, para qué hablar”, dice. Es tanta su oposición a esto de malgastar las palabras que ni siquiera suele escribir dedicatorias en los libros. Entre los pocos que sí ha dedicado, solo hay uno con un mensaje para ella. Ecuador, de Benjamín Prado.

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Recuerda que lo compró un viernes, cuando se acababa de mudar a Madrid. “Estaba triste. Llovía mucho y entré a refugiarme en una librería. Sentí tanta calidez, como un abrazo, así por dentro, y encontré ese libro y lo compré. Tenía tantísimos poemas y todos eran tan increíbles, que ese día sentí que ese libro era un refugio y entendí que siempre tendría un libro al que volver cuando me sintiera así de triste y estuviera lloviendo tanto. Por eso he apuntado mi nombre y la fecha, para no olvidarlo nunca”.

Sentada sobre el escenario, con el micrófono en la mano y el mar en los bolsillos, Elvira Sastre advierte que solo queda ese poema. El público, como de costumbre, le pide que recite otro, pero ella se excusa porque su voz no lo soportaría. El piano es un aguacero. La voz de la corista empieza a desaparecer. La piel de los asistentes se crispa y ella está a punto de nombrar ese último verso. Muchos de los espectadores tienen alguno de sus libros en el regazo y saben que podrán volver a aquel abrazo incluso cuando ella se haya ido.

Daniela Villamarín Solorza

Por Daniela Villamarín Solorza

Comunicadora Social con énfasis en periodismo y producción audiovisual de la Universidad Javeriana. @Dvillamarinsdvillamarin@elespectador.com

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