Impacto mujer
Dejando huella

¿Quién cuida a quienes nos cuidan?

Las llamadas “manzanas de cuidado” en Bogotá cumplen un año. Su objetivo ha sido liberarles a las mujeres parte del tiempo que gastan haciendo un trabajo que nadie paga: el del hogar. El gran reto como sociedad: seguir redistribuyendo estas tareas.

María Alejandra Medina
23 de octubre de 2021 - 02:00 a. m.
Las actividades físicas son lideradas por personal del IDRD. / Jose Vargas - El Espectador
Las actividades físicas son lideradas por personal del IDRD. / Jose Vargas - El Espectador
Foto: JOSE VARGAS ESGUERRA

Todas las personas lo hemos recibido y lo hemos necesitado. Sin embargo, cuando hablamos de “cuidado” lo más probable es que muchos piensen, quizás, en un servicio de vigilancia o algo parecido. Lo cierto es, no obstante, que nos referimos a una labor tan cotidiana como fundamental para nuestra supervivencia, una labor que históricamente han hecho las mujeres en mayor medida (quizá su abuela, su mamá o una trabajadora doméstica), pero cuya valoración no ha sido justa ni proporcional a su importancia.

En Colombia, nueve de cada diez mujeres hacen trabajos que no se pagan, como cocinar, limpiar y cuidar de otras personas. En el caso de los hombres, seis de cada diez lo hacen. El tiempo que ellas dedican a estos oficios, además, aumentó considerablemente entre 2017 (última medición del uso del tiempo antes de la pandemia) y 2020: pasó en promedio de aproximadamente siete horas a ocho (cifra que se mantiene relativamente estable en 2021). Sin embargo, aunque más hombres están haciendo estas actividades (64 % en 2021, frente a 60 % de 2017), el tiempo que dedican ha disminuido: de 3 horas y 23 minutos en 2017 a 3 horas y 10 minutos en 2021. Así lo muestra la última encuesta de uso del tiempo hecha por el DANE.

No es nuevo ya decir que con la educación virtual, el teletrabajo y el cuidado de personas enfermas en casa la carga de trabajo doméstico aumentó durante la pandemia y que la mayor parte de ese sobrepeso fue asumida por las mujeres, a costas, muchas veces, de su participación en el mercado laboral y su generación de ingresos. En medio de esta crisis se puso en marcha el Sistema Distrital de Cuidado en Bogotá, que este mes está cumpliendo su primer año. Se trata de una acción concreta para tratar de materializar lo que tanto se ha dicho y estudiado: que el cuidado debe reconocerse como trabajo fundamental para la vida y el funcionamiento de la sociedad y la economía, pero además reducirse y redistribuirse entre el Estado y el mercado.

El sistema es visible a través de lo que se ha denominado como “manzanas del cuidado”, espacios articulados con otras infraestructuras y servicios del Distrito; por ejemplo, la primera manzana, inaugurada en octubre del año pasado, comparte espacio con el Supercade Manitas, en Ciudad Bolívar. Allí, las personas (en su mayoría mujeres) que cuidan de otros van en busca de algo que les falta y que es valioso para cualquier ser humano: tiempo. Según la encuesta del DANE, el tiempo que hombres y mujeres dedican a actividades personales (como educación o el cuidado personal), es muy similar (16 horas diarias), con la diferencia de que en el resto del día ellos dedican más horas al trabajo que sí se paga, mientras las mujeres hacen la mayor parte del trabajo no remunerado.

El tiempo que las mujeres invierten cuidando de otros (para que esos otros estén bien, puedan desarrollarse o salir a trabajar alimentados y con ropa limpia) es tiempo que podrían destinar no solo a generar ingresos (que a muchas les permitiría no depender económicamente de alguien más), sino dedicar, por ejemplo, a actividad física o educación. Eso es precisamente lo que ofrecen las manzanas de cuidado, bajo la denominación de servicios de “respiro”, por ejemplo, actividad física dirigida por instructores del IDRD, o de “formación”, como terminar el bachillerato con profesores del Distrito o el acceso a cursos en alianza con el SENA. Lo clave, sin embargo, es que mientras esto pasa alguien las releva en el cuidado de las personas que tienen a cargo.

“Desde que supe de la discapacidad de mi hija, me dediqué a ella”, dice Carmen Benavides, usuaria de la manzana del cuidado en Ciudad Bolívar. Carmen está terminando presencialmente el bachillerato, los martes y viernes. Mientras tanto, su hija y su nieto, ambos con discapacidad, son cuidados por pedagogas profesionales en el mismo edificio. Carmen nos contó su experiencia el jueves, día en que asiste a la rutina de actividad física dirigida por el IDRD. Dice que el ejercicio es parte de lo que le ha “ayudado a salir de tantos duelos”, pues cuenta que ella y su hija han sido víctimas de violencia. En la manzana, añade, también les han dado acompañamiento psicológico.

Según cifras de la Secretaría de la Mujer de Bogotá, entre octubre de 2020 y el mismo mes de este año, el Sistema Distrital del Cuidado ha dado 37.021 atenciones (se habla de “atenciones”, pues una misma persona puede haber sido atendida más de una vez). La mayoría ha sido brindada en las manzanas; la otra parte (8.223 atenciones) se ha prestado en las unidades móviles, vehículos que se adecúan para ofrecer servicios de educación y acompañamiento en salud, psicológico y jurídico, mientras las personas que requieren cuidado participan en otras actividades fuera del vehículo. Según la secretaria Diana Rodríguez Franco, el objetivo con estas unidades es llegar a zonas rurales o urbanas que tienen la menor provisión de infraestructura para este tipo de atención.

Rodríguez Franco le contó a este diario que el próximo paso del sistema de cuidado es el de relevo en casa, es decir, servicios para personas que difícilmente podrían salir, sobre lo cual ya se está llevando a cabo un piloto en la localidad de Bosa. Pone como ejemplo a una mujer que deba cuidar de un adulto mayor que requiera oxígeno, lo que hace muy difícil su transporte. Esa mujer podría acceder a los servicios de educación, mientras otra persona, profesional del Distrito, la releva en el cuidado.

La funcionaria resaltó que en Bogotá 1,2 millones de mujeres se dedican a este tipo de trabajo no remunerado como actividad principal, que les consume, en promedio, 10 horas al día. Cuenta que la ubicación de las manzanas no fue arbitraria, sino que se basó en un índice de priorización hecho a partir de diversas variables, como en dónde hay mayor presencia de personas que demandan cuidados (población con discapacidad, por ejemplo) y personas que cuidan de forma no remunerada, así como la incidencia de la pobreza, pues a menores ingresos, menor probabilidad hay de que este tipo de labores se puedan delegar en otra persona de forma remunerada (trabajadores domésticos, profesionales de la salud, entre otros).

Actualmente hay siete manzanas del cuidado en Bogotá, ubicadas en Ciudad Bolívar, Bosa, San Cristóbal, Usme, Los Mártires, Kennedy y Usaquén.

La disminución de la carga de trabajos de cuidado pasa no solo por contar con otras personas que los realicen, sino por la tecnología: algo tan básico como tener agua corriente puede liberar tiempo que, de otra forma, se gastaría saliendo a buscar este recurso. Una lavadora, como lo mostró el trabajo de la investigadora Ximena Peña, de la Universidad de los Andes, también puede hacer toda la diferencia. Según las cifras que cita Rodríguez Franco, en Bogotá, las mujeres gastan más de una hora diaria lavando. Por eso, las manzanas de cuidado han incorporado también servicios de lavado y secado de la ropa. Mientras las mujeres van a ejercitarse o estudiar, pueden dejar sus prendas en una máquina.

Este tipo de servicios, en opinión de la economista y exministra Cecilia López Montaño, promotora de la Ley de la Economía del Cuidado de 2010 en Colombia, son fundamentales. Según ella, hay que seguir trabajando por “sacar el cuidado de las casas”, es decir, como señalábamos al principio, repartirlo entre el Estado y los servicios que ofrece el mercado. “Es lo único que realmente puede liberar el tiempo de estas mujeres”. A eso le añade otras iniciativas que cree necesarias, como ofrecer horarios extendidos en los colegios. López reconoce la importancia de la iniciativa de la Alcaldía, sin embargo, insiste en que hay que desmarcarse del concepto de “cuidadoras” para reconocer su labor como las “trabajadoras” que son (realizando una tarea que, no obstante, la sociedad no paga).

Ahora bien, ¿por qué el desbalance de funciones y en el uso del tiempo entre hombres y mujeres? La iniciativa académica Quanta, en un reciente informe sobre el cuidado remunerado (que desempeñan, por ejemplo, las empleadas domésticas), hecho por Ingri Katherine Quevedo Rocha, Paula Herrera-Idárraga y Helena María Hernández, recuerda, citando a las autoras Paula England, Michelle Budig y Nancy Folbre: “El cuidado es realizado principalmente por mujeres y se cree que requiere habilidades como la empatía y la paciencia, que son consideradas femeninas por naturaleza. Asociar el cuidado con la maternidad y con labores que deberían realizarse por amor implica que sea poco valorado y que, cuando se realiza de forma remunerada, no reciba un pago justo”.

Para Paula Herrera-Idárraga, quien es profesora del Departamento de Economía de la Universidad Javeriana, la de las manzanas de cuidado “es una política que ha puesto en el centro el cuidado”, lo cual es un “éxito” y “un referente para la política pública nacional”. Sin embargo, considera que la estrategia del Distrito debería ampliarse y tener en cuenta a las trabajadoras del cuidado remunerado, sobre todo en el contexto de la pandemia, en el que los sectores de la economía más afectados han sido aquellos que emplean en su mayoría a mujeres, como el del servicio doméstico. “Para que el sistema de cuidados sea integral es necesario incluir este último aspecto en las políticas”, señala.

La secretaria de la Mujer indica que, efectivamente, el énfasis del sistema de cuidado ha estado puesto en reconocer el trabajo no remunerado, que hacen principalmente las mujeres. Los servicios de “respiración” y “formación”, agrega, están disponibles de forma gratuita (aunque algunos requieren inscripción previa) para cualquier tipo de persona que ejerza el cuidado, por supuesto incluyendo a quienes tienen la llamada “doble jornada” (jornada laboral remunerada y la carga no remunerada en casa).

Cerca del 90 % de las personas que han accedido a los servicios del sistema son mujeres. Según Rodríguez Franco, también hay servicios dirigidos a los entornos familiares de las personas que ejercen el cuidado, precisamente para promover un cambio cultural, con talleres y una “escuela de hombres al cuidado”. Así como en las últimas décadas las mujeres han salido con mayor intensidad al mundo laboral, es importante que los hombres desempeñen más labores en el ámbito doméstico, para que la carga de trabajo pueda ser más equitativa, sin mencionar que más horas disponibles para que las mujeres generen ingresos repercute positivamente en los hogares y el dinamismo de la economía.

Para concluir, es preciso señalar que el equilibrio en las cargas pasa también por lo urbano, por el diseño de las ciudades, que ha sido históricamente pensado en su mayoría por hombres. Sin embargo, como dice la secretaria de la Mujer, “no vivimos la ciudad de la misma forma; los hombres tienden más a hacer viajes lineales, de la casa al trabajo y viceversa; las mujeres tienden a moverse “en estrella”, pues van al médico, a reclamar un medicamento, a hacer el mercado, a recoger a los niños al colegio, etc.”. Por eso cree que el cuidado debe ser un eje rector del ordenamiento territorial, y así ha quedado planteado para la discusión del próximo POT de Bogotá.

“Las ciudades se deben planear no solo a partir de la estructura ecológica principal, sino de las necesidades de cuidado de hombres, mujeres, niños, niñas, personas mayores o enfermas”. El plan contempla la creación, al año 2035, de 45 manzanas de cuidado, de las cuales esta Alcaldía dejaría listas 20. Rodríguez Franco insiste en que se han pensado para aprovechar los espacios de otras infraestructuras que necesitará la ciudad, por ejemplo, estaciones del metro. El objetivo, en últimas, es optimizar espacio y recursos, liberar el tiempo de las personas que cuidan, para ayudar a saldar esa deuda social, mientras se reduce la necesidad de desplazamientos y el uso de medios de transporte contaminantes, para ayudar a saldar otra deuda histórica: la que hay con el ambiente.

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