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Aventuras de dos pájaros

Sabina y Serrat. La oveja negra y el yerno ideal, unidos por primera vez. Rebeldes, nómadas y bien frescos después de haber superado sus males, salen de gira juntos y estarán en El Campín de Bogotá el 14 de noviembre.

Jesús Ruiz Mantilla / Exclusivo de El País de España para El Espectador
02 de noviembre de 2007 - 06:54 a. m.

Esa curiosa y sanísima combinación de utopía y desgarro, de denuncia y escupitajo. Esa ración doble de dandi y rufián, de bon vivant y canalla, de yerno perfecto y oveja negra, de hermano mayor responsable, es la que encarnan como nadie Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, dos maestros de la vida y la carretera, catedráticos del explosivo, sutil y emocionante arte de mezclar sobre el territorio de una guitarra el verso y el acorde.

Estos días están en México con "Dos pájaros de un tiro", la gira que iniciaron el 29 de junio, cuando arrancaron en Zaragoza, y que cerrarán el 20 de diciembre en Montevideo (Uruguay), en un periplo que apuesta antes por la espectacularidad, con más de diez músicos en la banda, que por el intimismo que tan magistralmente han sabido dominar ellos en otros escenarios más recogidos.

Parecería que ambos ya se han juntado la mar de veces para salir por esos mundos de Dios, pero no ha sido así. Han cantado con otros -con Miguel Ríos, con Víctor y Ana, con Fito Páez-, pero nunca juntos. Otra cosa es que existan pocas casas donde en un registro no aparezca, sin revolver mucho, algún disco de los dos -cualquiera de los que El Espectador y Aguilar sacan en colección a partir del martes-, seguramente bien guardado en el escondrijo de las estanterías, que son la física de nuestra memoria sentimental.

No hace falta casi preguntar qué razones los han llevado a juntarse. No lo habían hecho en gira ni en disco. Lo primero, el puro capricho, el gustazo de compartir escenario entre dos que se admiran. Después, algo que los ha unido más: la sensación de gozar de otra oportunidad en sus vidas, de haber sido premiados con una suerte de resurrección. Todo ha surgido después del cáncer que superó Serrat, con una determinación de ciclista encarando la bajada de una cumbre alpina en el Tour, y del "accidente cerebral", dice Sabina, y la posterior depresión que sufrió este último, que lo han transformado en muchos sentidos:

"Después de estos años misántropos, jamás creí que la vida me iba a brindar un desafío como éste", asegura don Joaquín, sentado en el suelo de su recién ampliada casa, junto a Jimena Coronado, su fiel pareja peruana desde hace años. El palo físico lo replegó, y después no pudo evitar "la nube negra". Con esa precisión es como metaforea a la depresión en la letra que le hizo para su canción del mismo título el poeta Luis García Montero, uno de sus amigos entre "los poetas líricos", a los que Sabina agradece siempre haberlo sacado del hoyo en sus días más oscuros.

"Aquello me vino por tener la sensación de envejecer regular, tirando a mal, y porque la nariz ya sólo me servía para respirar", dice el artista. Tampoco es difícil deducir quién organiza el cotarro y quién se encomienda a las órdenes, el horario, la hoja de ruta y el ritmo que marca Serrat, sin que esto genere resquemor en Sabina, que se autoproclama anárquico, caótico y al que no es difícil oír una y otra vez: "Lo que tú digas, Nano".

Uno es metódico, serio, formal, puntual, cumplidor; otro es... como es. Es Sabina. ¿Y qué pasa? Lo tomas o lo dejas. O se le quiere así, o se le despeña barranco abajo y se le manda al cuerno. Como tal, como el poeta de las aceras y los bajos fondos que es, se le admira incluso en su proverbial heterodoxia, en su caótica manera de desafiar edad, gusto, tiempo y espacio. "Joaquín, ya sabes, es así", comentan quienes lo conocen a fondo.

Uno, Serrat, ha conservado esa voz, que en muchos casos es la de nuestras conciencias; el otro ha ido adaptando, con sabiduría curtida en bares, callejones y desafiante a la forma física de los viejos rockeros que han hecho un pacto con el diablo, su manera de cantar, su forma de decir, a las posibilidades de una laringe en metamorfosis. Pero ha sabido como nadie convertir sus limitaciones en marca, tanto que su voz hoy es más auténtica y gusta como nunca. "Lo importante de su voz es que él, con su instrumento, interpreta y sabe conmover", dice Serrat.

Pero si bien cada uno ha conservado la voz como ha podido, a lo que no han renunciado todavía es al grito. A la facultad de llamar a las cosas por su nombre, y a no dejarse engatusar por maniobras del lenguaje y triquiñuelas más que antiguas para recuperar los tiempos y los privilegios enterrados por parte de algunos líderes en plena ascensión, como el nuevo presidente francés, Nicolas Sarkozy: "Eso que tanto dice él de recompensar el esfuerzo sobre otras cosas, no es más que la destrucción de la lucha por la igualdad", avisa Sabina.

Tendrán tiempo para la discusión política, pero también para esos placeres que les quedan. Por lo pronto, uno sabe ya, con su agenda más que pulcra, en qué restaurante se darán los homenajes: "Las comidas, las cenas, todo eso, está en mis manos", afirma Serrat, con la palabra de un serio hombre de honor. "No se hable más", dice el otro. "Yo me pongo en tus manos", remata con obediencia de hermano menor. Las habilidades del catalán para el cuidado y la organización las reconoce también Berri, mánager de ambos. De Serrat, desde hace 35 años; de Sabina, desde hace menos y gracias al enchufe de su amigo, porque este socio de los dos no quiere llevar a mucha gente más desde su oficina.

Berri cree que los dos son adictos a la carrera nómada y al escenario. "En mi vida se me ha pasado por la cabeza retirarme", apunta Serrat, y más desde que han salido de sus problemas. "Si no, ¿cómo explicas que Joan Manuel, desde el 5 de mayo de 2005, haya hecho 250 fechas, y Sabina, 120?", se pregunta el mánager. "El Nano, desde que salió de la cama del hospital, agarró la guitarra y se puso a cantar", dice Sabina. "Yo, no tanto", aclara.

Entonces dejaron atrás sus cuevas, sus colchones y sus cuitas con urgencia. Y sobre el escenario los esperaban los escuderos de siempre. Sus músicos de cabecera, caballeros de la más que noble orden de melodías que han marcado nanas, conquistas, desamores, amistades, túneles. Quien se ha puesto más galones por acompañar a Serrat ha sido el maestro Ricardo Miralles, que le hace los arreglos y lo acompaña con la tecla desde 1969. Los otros dos han sido la almohada y el asiento de Sabina desde hace 25 años lo menos: son Pancho Varona y Antonio García de Diego, que escriben canciones con él y de vez en cuando organizan en clubes sus llamadas noches sabineras, una especie de karaoke con la banda del artista en directo al que se apunta siempre gente joven a mansalva.


Los capos les repartieron 34 temas, 17 por barba, para que los vistieran con un envoltorio distinto y sonido diferente; para que buscaran coherencia que diera unidad al espectáculo mientras trabajaban en un guión con gags, chistes, sorpresas y filosofía propia. Hacen popurrís; Serrat canta canciones de Sabina, y viceversa. "Serrat hace La canción del pirata, que tiene gracia porque la convierte un poco rockera, y Joaquín hace, por ejemplo, Señora, que está muy lejos de su estilo", dice Varona. "Además, yo canto en catalán, y mi amigo, en andaluz", anuncia Sabina.

"Ha habido magia", dice García de Diego. La clave está en hermanar el lirismo de Serrat, definen Varona y García de Diego, con otro estilo: "el agrio, ácido y pendejo de Joaquín". Hay todo un universo de ritmos, letras, estilos. Del romanticismo a la rumba rumbera, del intimismo al rock and roll, de la copla contemporánea al tango y al bolero, y a los corridos que tanto entusiasman a Sabina desde hace tiempo. "¿Manual? El manual no existe. Si tuviéramos uno, probablemente a todos nos saldría una mierda", afirma Serrat.

La importancia, el misterio del secreto es tal que Sabina planea hacer un libro sobre un arte, el de componer canciones, que se ha convertido en la forma musical por excelencia del siglo XX, y que tiene aspecto de seguir pitando como tal, inagotable aún, en el XXI. Aunque, por supuesto, no sería un manual. "Hace tiempo que me gustaría tener una conversación larga entre Serrat, Silvio Rodríguez, Enrique Morente y yo, en la que habláramos de ver cómo cojones se hace esto", cuenta este trovador de Úbeda. "Meter una letra dentro de una música con calzador es complicado, pero hay que tener una idea musical en la cabeza", sigue Serrat.

Después, al hilo, Sabina recurre a la experiencia para desembocar en una nebulosa que nos deja donde casi empezamos: "Al principio, las primeras 30 ó 40 canciones, para empezar hice la letra. Luego probé a tener la música antes y me salieron unas letras triviales, lo cual tampoco me disgustó. Pero me quedo con una definición que no sé quién se la inventó y que no es mía, pero que me gustaría que lo fuera. Dice que una canción debe tener buena música, buena letra, buenos arreglos, buena interpretación, y después una cosa que no sabemos muy bien de qué se trata, pero que viene a ser lo que más importa. Yo es que creo que hasta de las instrucciones de un medicamento se puede sacar una buena canción".

Por estas épocas -no saben quién ni de dónde sale la fecha-, alguien ha dicho que se cumplen 50 años de la canción de autor. Es algo que no los convence, pero que puede muy bien ser el nexo conceptual que los une, aunque cada uno de los dos venga de su padre y de su madre, y empezando, como dice Sabina, "porque a cada uno nos gusta hacer esas canciones que no escuchamos por la radio".

Sus referentes han sido muy distintos. Empezando porque uno lo es del otro. Serrat creció con coplas de la radio y se confiesa devoto de León y Quiroga, de Juanito Valderrama, de Miguel de Molina, como raíz, y también de Jacques Brel, de Brassens, del tango. Al otro, a Sabina, quizá por sus años pasando la gorra por los bares de Londres -"donde ya entonces yo cantaba canciones de Serrat a los turistas", confiesa-, le seducía mucho lo anglosajón. Brassens, también. En eso, La Mandrágora y Javier Krahe le pesan todavía. Pero junto al mito francés -"con quien este cabrón tiene una foto en la que también sale Paco Ibáñez", dice en referencia a su compadre- "me tiraban más Dylan, Tom Waits, los Beatles". Lo cierto es que también se les colaban en la mochila el propio Ibáñez, Raimon y el Dúo Dinámico. Los dos, en fin, eran chupópteros en estado de permanente alerta que después se revelaron como apóstoles de una manera única de plasmar sentimientos y aspiraciones comunes. Y ellos dos, con 63 ya cumplidos Serrat y con los 58 de Sabina, han protagonizado parte de esta pequeña gran historia e intrahistoria contemporánea.

Pero también quieren seguir aportando cosas para el futuro. Porque el público joven se sigue enganchando al catálogo de sueños de sus canciones. Sabina es el clásico intemporal, quien con su filosofía del descaro, su habilidad para el eclecticismo en los estilos y sus letras provocadoras, siempre políticamente incorrectas, es capaz de deslumbrar a todas las generaciones. Serrat, con esa búsqueda de la utopía constante y esa facilidad para la crónica magistral de todos los tiempos en sus canciones, también atrae. Pero lo que más asombra en ambos, lo que no pasará nunca de moda, ni estará sujeto a las tendencias, ni caerá en los caprichos temporales, es ese ojo clínico que tienen para desgranar las verdades de todas las almas; algo que queda patente en esa procesión de personajes inigualables que pululan por todas sus canciones, desde los jóvenes amantes de Paraulas d'amor y la patética soledad de La tieta, y los sueños frustrados de Curro el Palmo con su más que magistral Romance, en Serrat, hasta el delincuente perdedor de Qué demasiao o las princesas y las barbies superstar perdidas de Sabina.

Aunque en esta conexión intergeneracional Serrat alerta ya a los padres y los abuelos: "Cuando, con muy buena intención, les dicen a los chicos que el que es bueno es el Serrat y no lo que escuchan, ya la hemos cagao". Prefiere que se acerquen de una manera natural, sin prescripciones, sin esa losa que a veces imponen los padres. Al fin y al cabo, en la edad del pavo tiendes a hacer lo contrario de lo que te digan, casi por decreto.

En este caso, Serrat se encomienda a Sabina para conseguir nuevos fans. "Muchos jóvenes irán a ver a Joaquín, pero yo voy a ser el artista revelación", dice el catalán. "De eso, nada de nada", replica Sabina. "No, si éste es muy vivo y juega un papel humilde, pero en el escenario no me va a regalar un palmo", avisa Serrat. El más joven de los dos deja claro quién es el que va con más ganas de hacer méritos: "Juro por mis gatos (lo menos cuatro han pasado durante el encuentro a hacer la visita) que lo que más me importa de esta gira es no defraudar al Nano".

Conservan una curiosidad intacta por el viaje. El movimiento los incita a alimentar sus vicios de hoy, que son mucho más sofisticados que los del pasado. Serrat se ha hecho viticultor y es propietario de una bodega, Mas Perinet, en el Priorat. Se dedica a catar por los restaurantes en los que recala. Sabina colecciona libros antiguos. En su casa, 10.000 títulos decoran las paredes. Es una afición que comparte, y con la que compite a la búsqueda de las ediciones más deseadas, con sus amigos García Montero y el editor Chus Visor, otros dos adictos al olor del papel impreso.

En esta gira hay mucho compadreo. "A Joaquín, que le gusta largarse para Madrid desde donde está cuando termina, en esta ocasión le ha tocado dormir en bastantes hoteles", dice Varona. Todos salen ganando. Sabina tiene un pálpito. "Mal se nos tiene que dar para que en todas las ciudades y las habitaciones de hotel donde hemos y vamos a compartir tantas cosas no compongamos algo juntos y que de esto salga un disquito". A ver.

Kits El Espectador-Aguilar

Desde el martes 30 de octubre se podrá conseguir en almacenes de cadena, librerías y tiendas de música el primero de 9 kits que incluyen imágenes inéditas, letras y las historias detrás de las canciones de Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.

Con motivo del concierto "Dos pájaros de un solo tiro", en el que se presentarán los dos artistas, cada semana El Espectador y la editorial Aguilar pondrán a disposición de sus seguidores un kit en el que se incluyen sus albumes más significativos en formato libro+CD.

Cada CD reúne los éxitos de cada uno de los cantautores y los libros registran los momentos y anécdotas claves que inspiraron a estos maestros a desarrollar cada una de sus canciones.

Kit: 1 libro + CD de Serrat

1 libro + CD de Sabina

Precio Kit: $26.900.

Colección completa:

Santa Fe de Bogotá en el teléfono 4234853

Resto del país en la línea gratuita 018000 510903

Precio: $195.000

Para suscriptores de El Espectador: $170.000

Por Jesús Ruiz Mantilla / Exclusivo de El País de España para El Espectador

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