El Magazín Cultural
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Maestro en lo elemental y lo profundo

Conocer a Lázaro Mejía fue disfrutar de su amor por los boleros y de su fascinación por la literatura y la historia.

El Espectador
02 de noviembre de 2007 - 07:16 a. m.

De lo primero se beneficiaron sus amigos más cercanos y su familia. No era un animal social de fiestas grandes ni boato, era un intimista, sin dejar de ser un conversador brillante y crudo, de inagotable fluidez dialéctica, que en esos espacios de pocos no dejó nada para después. De su segunda pasión, la historia, se benefició el país entero durante los últimos tres años en los que modernizó y cambió el rumbo del Archivo General de la Nación, una institución vital cuya importancia aparece inversamente proporcional al ruido que hace el frenético mundo de los medios que la nutren.

Lázaro Mejía fue un liberal a carta cabal, comprometido con el sector público sin haber aspirado a cargos de elección popular. Siempre cercano a la política y a sus protagonistas, ocupó importantes cargos en el sector público y en el privado. Fue director de la campaña a la alcaldía de Bogotá de Juan Martín Caicedo y luego gerente de la Empresa de Energía de Bogotá, durante su administración. Posteriormente, durante el gobierno Samper, fue presidente de Proexport, entre otros muchos encargos.

Quienes trabajaron con Lázaro reconocieron en él un maestro en lo profundo y en lo elemental. "Era un excelente interlocutor para hablar tanto de boleros como del amor en los tiempos del Quijote -afirma uno de sus colaboradores en los años de Proexport-. Vivía al mismo tiempo inquieto por la tecnología y las cosas mas elementales de la vida".

Hace cuatro años, sin más motivación que su pasión desbordada por los libros, que no se limitaba a leerlos y almacenarlos sino al feliz contacto físico con ellos que alguna vez lo llevó a hacer un curso de encuadernación, con una humildad poco frecuente entre quienes han vivido en la cúspides de la democracia, decidió someterse al proceso de concurso en el marco de "meritocracia" dirigido por el Ministerio de Cultura para convertirse en el director del Archivo General de la Nación y fue escogido. Desde allí, devolvió la dignidad a cientos de preciosos documentos olvidados, a su contenido y al servicio que este banco de datos históricos ofrece para investigadores y estudiantes.

Esta semana, desde la Medellín de su alma, hasta Villa Castín, la adorada finca sabanera de cabalgatas y tertulia, empezó a sentirse la ausencia de Lázaro, el amigo franco, el padre y esposo ejemplar, el intelectual aguerrido y el analista profundo. Su familia y sus amigos lo despidieron de manera repentina, una silenciosa y fulminante enfermedad no le dio la oportunidad de una batalla justa...

Por El Espectador

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