El Magazín Cultural
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Los que pidieron lo imposible

Cuatro colombianos que vivieron el movimiento estudiantil que se tomó París en 1968, recuerdan su experiencia.

Sara Araújo Castro
02 de mayo de 2008 - 04:36 p. m.

Jóvenes, intelectuales, rebeldes y seductoramente latinoamericanos, porque eran años en que nuestro continente con sus revoluciones incipientes estaba de moda en Europa. La socióloga Stella Villamizar, la cineasta Camila Loboguerrero, el escritor Óscar Collazos y el director y actor Carlos Duplat imaginaron que toda la gente podría vivir en paz, que la guerra de Vietnam terminaría gracias a sus pancartas y que la vida de los estudiantes mejoraría si todos unidos se revelaban contra el sistema.

Al fin de cuentas, al menos en un principio, de eso se trató la protesta de mayo del 68, una de las manifestaciones populares más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Pero no estalló de un día para otro. Un año antes varios jóvenes, entre ellos el judío alemán Daniel Cohn Bandit, empezaron a marchar en Nanterres (al sur de París) para obtener residencias mixtas porque los hombres no tenían acceso a las residencias femeninas. Cuatro décadas más tarde, el mundo recuerda estos hechos. El Espectador lo hace desde la perspectiva de cuatro personas que vivieron en París entonces.

Sociedad retrógrada

Stella Villamizar - Socióloga

“En 1964, con una beca del gobierno francés y un préstamo del Icetex, Nicolás Suescún —que era mi compañero— y yo tomamos un barco a Francia para ir a especializarnos en Sociología Industrial. Creíamos llegar a una sociedad moderna, avanzada y liberada, pero las cosas eran muy distintas. La sociedad parisina era arcaica y retrógrada, el símbolo era la esposa de Charles de Gaulle, a quien llamaban la ‘Tante Ivon’.

El mejor ejemplo de eso fueron las dificultades que tuve que enfrentar cuando quedé embarazada, por no estar casada. La seguridad social, la atención e incluso la posibilidad de una dieta especial en los restaurantes estudiantiles, eran distintas si uno estaba casado. Las madres solteras eran consideradas una categoría inferior, entonces Nicolás y yo decidimos casarnos para que yo pudiera tener un mejor servicio como mujer casada.

Aunque no estuvimos en mayo (pues la beca nos obligaba a volver a Colombia), nosotros vivimos todas las protestas anteriores que luego desembocaron en los hechos que se conmemoran. Eslóganes llamativos, afiches y grafitis creativos. Yo diría que los grandes protagonistas del movimiento estudiantil francés fueron los artistas que enriquecieron con su creatividad las protestas. ‘Prohibido prohibir’, ‘Seamos realistas, pidamos lo imposible’, eran algunas de las arengas que se escuchaban. No bastaba con decirlo, había que ser creativo al hacerlo.

Entonces los estudiantes se destaparon y decidieron que se lucharía por un cambio. Las reuniones se hacían abiertamente y salíamos a manifestar. La policía enfrentaba a los manifestantes, como lo que yo había vivido aquí en la Universidad Nacional. Por eso nosotros nos solidarizamos, aunque no fuera nuestra, porque también éramos víctimas de esa sociedad tan


tradicional. Además porque sentíamos que cambiaríamos el mundo. No estoy de acuerdo con lo que dice Vargas Llosa en Travesuras de la niña mala: que mayo del 68 fue una escaramuza de jóvenes que no tuvo implicaciones políticas. No es cierto. Sí las tuvo y produjo cambios. Yo estoy convencida de que valió la pena”.

El apoyo popular

Camila Loboguerrero - Cineasta

“Llegué a París a estudiar historia del arte en 1966 y posteriormente estudié cine hasta 1971. En medio de ese tiempo estuvo Mayo del 68 y puedo decir que el cambio fue total. Cuando llegué a la universidad, la educación era totalmente napoleónica, rígida, había un profesor para mil estudiantes, la relación era distante tanto con profesores como con los otros estudiantes. Todo era muy disperso. La vida de los estudiantes cambió radicalmente. Después la universidad fue otra, había trabajos permanentemente con ayuda de los profesores y los grupos eran más pequeños, fue una época feliz que cambió la vida de los estudiantes.

Las protestas del movimiento estudiantil eran manifestaciones pacíficas. Sólo hubo un muerto, un muchacho que se ahogó en el Sena mientras escapaba de la policía, aunque la policía usaba gases lacrimógenos. Durante los días de la protesta yo estuve todo el tiempo en la Escuela de Bellas Artes haciendo afiches. Había asamblea permanente, se trabajaba de día y de noche. Entonces, de los cafés vecinos nos mandaban comida porque la solidaridad con los estudiantes era general. Al punto que duré un mes alimentándome con lo que nos mandaban. Me atrevería a decir que una de las cosas más importantes fue el apoyo popular. Mayo del 68 se trató también de eso.

Recuerdo que el 3 de mayo fue el recital de Paco Ibáñez en La Sorbona. Yo estuve en la marcha, bastante sin entender qué pasaba pues, aunque llevaba un año en París, la Escuela de Historia del Arte era como otro mundo. A lo largo de los días fui comprendiendo. Fue una bofetada bonita que nos dieron.

Como resultado de las marchas se creó la Universidad de Vincennes, donde había cine como facultad. Funcionaba por créditos, como las universidades norteamericanas, con trabajos personalizados, nada de clases magistrales, y había mayor libertad en la escogencia de las materias.

Yo, que viví los dos momentos, puedo decir que la cosa cambió. A mí sí me cambió, pues a partir de ese momento decidí estudiar cine y eso le dio otro rumbo a mi vida. Y sin duda alguna también tuvo repercusión en el mundo, pues la juventud ya estaba en ebullición. Prueba de eso es que antes fue la Primavera de Praga y posterior fueron las marchas en México con la masacre de Tlatelolco.

El mayo parisino fue un despertar de la juventud, muy lindo y romántico si se mira en perspectiva, porque no iba tras prebendas burocráticas sino que buscaba la paz y reivindicar derechos de libertad. Una época que nos cambió la vida a muchos de nosotros”.

El sueño poético

Óscar Collazos - escritor

“Yo llegué a París en los primeros días de marzo de 1968. Venía de la Unión Soviética, pues había sido invitado desde Colombia por la Unión de Escritores a propósito de la reanudación de relaciones diplomáticas entre los dos países. Mi sueño


había sido conocer París y sabía francés. Pensaba quedarme poco tiempo, pero en esos días empezó lo que se llamó el movimiento estudiantil 22 de marzo, creado por las huelgas en Nanterres.

Entonces me encontré con algo inesperado. Venía de experimentar el socialismo real en la Unión Soviética y caí en una París que planteaba una crítica feroz contra la sociedad de consumo pero al mismo tiempo contra el comunismo estalinista, y por eso decidí quedarme.

Tenía 25 años, había llegado a París con una mano adelante y otra atrás. Pero no me morí de hambre porque siempre había dónde dormir o qué comer. Yo estuve en la toma del teatro del Odeón. El entusiasmo era inmediato porque eran unas manifestaciones contagiosas. Quienes estábamos ahí creíamos que asistíamos a un cambio de sociedad y que a raíz de este movimiento tan contestatario contemplábamos el alumbramiento de una nueva sociedad.

Todo era muy heroico. En el día eran las manifestaciones y en la noche uno dormía en el teatro y al día siguiente empezaba la fiesta otra vez, me refiero a los enfrentamientos con la policía: los famosos cuerpos republicanos de seguridad, el CRS. Era fantástico, se empezaba a vivir el amor libre y, como decían, ‘amaos los unos sobre los otros’.

Haber estado ahí cambió muchas cosas, sobre todo porque Mayo del 68 no fue algo aislado en París, Roma o Berlín. Fue un movimiento que se venía cocinando con el pensamiento hippie, la antipsiquiatría, en contra de la guerra de Vietnam y una serie de manifestaciones de protesta que se recoge en Mayo del 68. A partir de entonces la vida cotidiana fue más tolerante, con un claro rechazo a todos los dogmas.

No era hacer una revolución. Pero sí lo que yo llamo una ‘ilusión lírica’, un sueño poético de cambiar la sociedad. Cuando llegué a Colombia encontré que había mucha curiosidad, pero el movimiento estudiantil de la izquierda revolucionaria se preocupaba por otras discusiones. Era un movimiento moralista, con una moralidad pequeño-burguesa.

Otra cosa muy valiosa fue la gran imaginación. Para un joven escritor como yo, poder descubrir que la poesía podía servir para la revolución y los cambios sociales fue maravilloso. El ingenio de los grafitis tenía su origen en la poesía y en movimientos como el surrealismo y el dadaísmo.

Los latinoamericanos estábamos de moda, pues nosotros ensayábamos lo que después fue un gran fracaso: la lucha armada. Yo sostengo la tesis de que el siglo XX terminó en mayo del 68 porque, a partir de entonces, todas las grandes conquistas del siglo en lo artístico, en lo social, se repitieron. Lo último que pasó importante en el mundo occidental, pasó en mayo del 68. Luego vino la caída del Muro de Berlín, pero eso fue uno de las consecuencias de ese movimientos.

Otra de las cosas emocionantes era poder encontrar a los grandes personajes como Sartre haciendo parte de las marchas estudiantiles. Para mí era muy emocionante, había leído todo lo de él, su literatura y el pensamiento filosófico. Mi pasión por Sartre me llevó a ir a La Sorbona el día que iba a hablar. Los estudiantes lo abucheaban, pero él los calló con una respuesta que dio al ministro André Malraux cuando dijo que esas revueltas no eran más que un desorden: ‘Todo desorden no es más que la búsqueda de un nuevo orden’ “.

Mayo del 68 nos puso patas arriba

Carlos Duplat - director de cine

“Me fui a París por una beca que gané en un festival de teatro en Bogotá, para estudiar en la Universidad de Teatro de las


Naciones. Después estudié cine con Jean Rouge y también hice dramaturgia en La Sorbona. Duré dos años y medio, entre 1966 y 1969. El ambiente era muy especial, empezaba a agitarse el amor libre, mientras yo venía de un país muy godo. Recuerdo cómo nos sorprendimos cuando en un montaje el director, que era argentino, proponía hacer desnudos. Iniciaba la búsqueda de la libertad corporal. Había mucha agitación política. Y los grandes hacían parte de las revueltas con los muchachos. Recuerdo cómo me sorprendí cuando vi a Sartre vendiendo en las calles La causa del pueblo, un periódico maoísta, como cualquier estudiante.

Ya a mi llegada se sentía el movimiento, no en París sino en las universidades periféricas al sur, en una zona obrera. Todo comenzó por eso, por las conexiones que buscaba el movimiento estudiantil con el movimiento obrero. De todos modos, había una gran agitación del pensamiento y mucha insatisfacción. Ellos peleaban por más libertad y posibilidades de trabajo. Porque salían de la universidad y no tenían qué hacer.

Yo participé en todo. En el momento en que empezó el 3 de mayo venía de Lyon, de ver una obra de Planchon —que era un director muy famoso—: Los tres mosqueteros; era una maravilla de obra. Había comprado un Volkswagen muy barato y había ido en el carro. Cuando entramos a París la cosa estaba muy prendida y no encontramos dónde parquear, lo dejamos al lado de la zona más difícil, en la calle Guy Lussac, donde desemboca La Sorbona y el carro se quedó ahí. Cuando lo encontré no tenía ni llantas ni vidrios, se habían roto en medio de las protestas. Fue copartícipe de una de las peleas más tenaces que hubo con el pavé.

En ese tiempo compartí con algunos colombianos que estaban también. Camila Loboguerrero hacía ajiacos. Luis y Antonio Caballero también estaban allá. El estudio de Antonio era el lugar para llegar después de las marchas, pues yo vivía en las afueras y él en cambio vivía cerca del famoso café Aux deux Magots, y como tenía baño, uno se podía quedar ahí y darse un baño. Gustavo Angarita también estaba allá, y en esa época decidió que les tenía fobia a las masas. Entonces, como lo único que había por esos días eran masas en las calles, nos tocaba llevarle comida al apartamento.

Para mí fue muy importante haber estado ahí en ese momento. Yo había ido con un poco de ideas de izquierda, había sido amigo de Camilo Torres, aunque no había militado en eso, no me gustaba, pero lo de mayo me patasarribió porque ver esos monstruos como Sartre metidos en todo esto, participando, haciendo happenings, fue muy impresionante. También el acercamiento a otras ideas. Aquí no llegaba el pensamiento chino, un libro del pensamiento chino era suficiente para quedarse por siempre en la cárcel. Todo era retardatario. Allá en cambio había esa ebullición. Iban y asaltaban una venta de quesos y comían todos, porque había escasez.

Los carteles fueron realmente maravillosos, el trabajo de los artistas y los poetas en mayo del 68 marcó un hito en el arte. Yo tenia un portafolio con carteles y fotos, pero desafortunadamente cuando el ejército me llevó preso en 1978, se llevó todo lo que yo tenía y nunca recuperé mis cosas.

Las marchas de mayo en París marcaron muchas cosas, fue el epicentro que se extendió hacia Alemania y hacia Italia. Daniel Cohn Bendit, el líder del movimiento, era alemán, pero estudiaba en París. Era un tipo con un carisma impresionante. Cuando él hablaba, parecía que estuviera comiéndose algo delicioso. El gobierno francés lo expulsó y entonces esto fue una nueva causa. Ahí salió la consigna ‘Todos somo judíos alemanes’.

Yo creo que los cambios dentro de Francia fueron pocos. Los trabajadores sí sacaron mejor provecho. Los estudiantes se sumaron a los obreros, que obtuvieron un salario mucho mejor. Y se extendió mucho el pensamiento: la liberación sexual cogió mucha fuerza. Pero tengo que admitir que después de mayo del 68 mi mayor deseo era regresar a Colombia y traer toda esa fuerza y el despertar teatral y  la vida que merecía hacerse aquí.

Recuerdo que la participación de los extranjeros fue importante. Hoy, ser latino en Francia es una maldición. En esa época era una maravilla. Creían que los cambios reales que no se lograron en ese mayo francés, sí tendrían éxito en América Latina. Salíamos de las marchas a las fiestas donde estaba de moda la música latinoamericana, entonces éramos los mejores bailarines, así no supiéramos bailar, y representábamos la realización del sueño perdido de Francia”.

Por Sara Araújo Castro

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